Déme Lo Mío Coño!
Lo vi, parecía dormir con la cabeza apoyada sobre las rodillas a la sombra de un árbol de tamarindo, me pareció conocerle, pude recordar, anoche…
Ya estaba oscureciendo, me detuve en una farmacia, no aguantaba el dolor de cabeza, un día bastante difícil, mucho trabajo, los mismos problemas cotidianos, el tránsito pesado de las horas pico. Una voz me interpeló cuando abría la puerta del carro: Le cuido el vehículo señor?, no le respondí. Para completar mi cuadro, una empleada malhumorada, no tenían el producto que siempre consumo, los precios subieron. Déme el que tenga, exclamé un tanto incomodo. De regreso al auto el mismo tipo, mire como le limpié los cristales, estaban sucios patrón. Lo volví a ignorar, encendí el vehículo y tocó el cristal de la ventana, en su rostro una sonrisa algo tímida, déme lo mío señor. Arranqué y quedó vociferando que le diera lo suyo, que lo merecía…
Llegué a la esquina y debí frenar, luz roja que pareció eterna, de nuevo el hombre tocando con más fuerza por la ventanilla: Lo mío coño, déme lo mío!. Luz verde, aceleré, al verle por el retrovisor corriendo detrás de mí intenté, pero no pude, ir más rápido. Otro semáforo, paré, lo vi acercarse, le escuché repetir lo mismo, encendí la radio, su voz se filtraba en un extraño dúo con Sabina, la luz cambió justo cuando casi me alcanzaba el obsesionado limpiavidrios. Esta vez la calle estaba despejada, le perdí de vista, bajé el volumen, respiré tranquilo. Avancé un par de cuadras, otra vez debí frenar, un camión recolector de basura en medio de la vía, toqué bocina repetidamente, me ignoraron como yo lo hice con el limpiavidrios. Uno, dos, tres botes de basura, se demoraron a propósito. Por el retrovisor apareció de nuevo la imagen del tipo corriendo, a pesar de lucir cansado, la expresión de su rostro me espantó, comprendí que este hombre estaba dispuesto a seguirme hasta donde fuese necesario. Con mucha dificultad pude dar la vuelta en la angosta calle, aceleré en sentido contrario, al pasar por su lado gritó con los puños alto pidiendo lo suyo. Gané distancia de prisa, lo perdí definitivamente, al llegar a la casa estaba exhausto, asustado por la experiencia vivida. Un baño de agua fría, la cama esperaba, conciliar el sueño no fue difícil, creo que hasta pude soñar…
Desperté apenas asomaron los primeros destellos de luz, todo fue una pesadilla como en las películas de Wes Craven. Salí al balcón en busca del periódico que cada mañana lanza con precisión entre las rejas el hombre del reparto, entonces fue cuando lo vi, como dije al principio, sentado, apoyando su cabeza en las rodillas, debajo del árbol de tamarindo que está frente a mi casa. Como si el simple hecho de que mi presencia lo alertara, se paró gritando: Déme lo mío coño!
Rafael Rodríguez Torres
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