martes, 2 de septiembre de 2008

Gloriosos años 70's...

Ana Paula...

La conocí el primer día de clases del año 1975, apenas había yo cumplido los siete años, ella, estimo, tenía la misma edad. Nuestro encuentro fue fortuito, no lo buscamos, nos descubrimos uno al lado del otro parados frente al orifico, que luego supe fue producto de una bala, que ofrecía una de las persianas de metal del aula de la escuela donde asistíamos. La apacible escuela primaria que era durante el día se transformaba en un campo de batalla por las noches. La policía llegaba puntual cada noche a su cita con los estudiantes del movimiento de izquierda FELABEL. Las batallas eran desiguales, piedras contra balas, pero se libraban. Me enteraba de todo esto por mi hermano mayor que cursaba ya el cuarto de bachillerato y era miembro importante del movimiento que enfrentaba al dictador de turno que gobernaba nuestra isla. Un buen día, luego de la visita de un militar de alto rango amigo de papá, mi hermano desapareció, el dónde y cómo reapareció es fuente de otra historia.


Cuando vi a Ana Paula confieso no la amé de primera intención, pero si fue mi propósito a corto plazo. Me tendió su manita de uñas curtidas, ya mamá le enseñaría a cuidarlas como lo hace con mis hermanas, pensé. Su pelo claro, peinado con prisa, sin cuidado, le hacía juego a su carita de muñeca de aparador de la tienda Genita. Llevaba un abriguito verde limón por encima del fatídico uniforme color caqui de la escuela. Piernas limpias, sin un rasguño visible. Llevaba medias blancas con orlas en los lados, zapatos negros de charol, amarrados por una correa que atravesaba su pie de lado a lado. La observaba grabando, sin saberlo en aquel preciso momento, cada detalle de su ser.


Ana Paula, cuyo nombre supe muchos años después, me sacaba de mis pensamientos al agarrar mi mano y juntos caminar hacia la butaca donde compartiríamos aquella lúgubre mañana de septiembre. No creo que ella llegara a saber mi nombre, me preguntó, pero el martirio y la confusión que me provocaba acarrear tres nombres me turbó por un momento, nervioso, titubeando no pude responder, apenas me atreví a preguntar: Y el tuyo? Silencio!, gritó con su voz estentórea el profesor de matemáticas, “o los separo para que atiendan a las clases” no me podía arriesgar a perder tanto. Durante las horas siguientes fui ignorado por ella de una manera tal que nunca en mi vida he sentido tanto distanciamiento de una persona tan cerca de mí. Nos vimos contagiado con la avalancha de alumnos que salían corriendo como poseídos al sonar el timbre que anunciaba la salida de clases. Quise despedirme, no me miró, la abordaría mañana, me dije, entonces me fui camino a casa deseando por primera vez en mi vida que las horas pasaran lo más rápido posible para llegar de nuevo a la escuela y volver a verla sentada a mi lado.


Ana Paula no asistió a clases, el profesor no mencionó siquiera su nombre al pasar la lista, no me atreví a preguntar por temor de ser objeto de burlas de los demás muchachos al ver mi interés por una niña. Ana Paula nunca regresó, el año escolar pasó sin otra emoción que me hiciera borrar aquellas cuatro horas que estuve a su lado. Terminé la primaria y de vez en cuando la recordaba. El bachillerato fue un pasar por las aulas, tratar de salir de la mejor forma posible de allí. La universidad fue totalmente diferente, ya la asistencia a las aulas tenían un objetivo marcado.


Pasaron muchos años cuando volví a saber de Ana Paula, yo la vi, por lo menos su foto, ya rozaba los treinta años de edad, enterraba junto a familiares a mi padre cuando la foto de una niña de siete me llamó la atención, era Ana Paula, la fecha de su muerte estaba marcada con el mismo día de septiembre en que la había conocido en aquella mañana en la escuela. Por sus apellidos inicié una búsqueda de sus parientes, tomé la guía telefónica y llamé a cuantas personas compartían uno de sus apellidos, fue imposible. Luego de varios meses infructuosos y casi perdida las esperanzas de saber lo que le había ocurrido a Ana Paula, me topé con un amigo, compañero de clases en la primaria, fue mi amigo quien me contó la tragedia, como ella había quedado debajo de un carro que no respetó el semáforo con su rojo de pare, me dijo que nunca pudo olvidar aquella escena, que todavía tenía en su memoria los piecitos de la niña, sus zapatitos de charol, sus medias blanca de orlas en los lados, era ella, era Ana Paula. Me despedí de mi amigo tratando de no mostrar mucho interés en el hecho, pero escribo estas líneas porque todavía a la fecha, cada rostro de mujer que observo trato de buscar algo que me recuerde aquella mirada de Ana Paula.






Rafael Rodríguez Torres

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