Camino a Casa...
Deambulaba esa noche por las calles vacías de la ciudad, el sonido del motor del vehículo rompía con la quietud de la noche. Podría parecer extraño, pero no recordaba hacia donde iba, ni siquiera de dónde venía, sólo recordaba que viajaba despreocupado en mi carro, disfrutando a plenitud el momento de paz que vivía. La suave brisa de la madrugada penetraba y acariciaba mi rostro, el cual sentía fresco, el cuerpo ligero, renovado. Los únicos testigos de mi presencia por esas calles eran unos gatos taciturnos que se quedaban mirándome fijamente, como asombrados de verme a esa hora de la cual ellos son los amos absolutos.
Al girar en una esquina la vi, le hacia compañía a una jauría de perros realengos que hurgaban en los botes de basura. Llevaba un vestido azul turquesa, apenas le llegaba a las rodillas. El pelo le descansaba sobre los hombros, negro, lacio, bien cuidado. Su piel blanca, delicada, de facciones finas su rostro, parecía una bailarina de cajita de música. Me detuve, ella siquiera miró, caminó hasta la puerta del auto y entró, no saludó. Su perfume se impregnó en mí, una especie de lilas y rosas recién cortadas fue lo primero que pensé. Al preguntarle: A dónde vamos?. Simplemente dijo: A casa!. Disimuladamente dejó notar que sentía frío, le ofrecí mi chaqueta y aceptó sin decir nada. Corrimos por lugares los cuales no recordaba haber pasado, mas no sentí estar perdido. Paré frente a una casa la cual me pareció muy familiar, como si hubiese estado allí en el pasado. Cuando reaccioné ella estaba fuera y tomando de la solapa la chaqueta me dijo: Ven por ella mañana.
Se fue envuelta en una especie de estela luminosa que deslumbraba, literalmente desapareció, todo volvió a estar a oscuras, me marché.
Amaneció y yo continuaba al volante sin tener claro mi destino. El transcurrir del día fue tan breve como un eclipse de sol. Ya entrada la noche, sin ser esa la intención me detuve frente a la casa donde la había dejado la noche anterior. Toqué, nadie respondió, la puerta se deslizó suavemente, entré a una sala pequeña adornada con muebles y flores, en el centro una mesita, varias fotografías, una de ellas me llamó la atención, una vela la iluminaba, era mi foto en un obituario, entonces la vi, ella estaba sentada en uno de los muebles, fue justo allí cuando recordé hacia donde me dirigía.
Nota:Parte de lo ocurrido me lo contó Pablo, lo escribí por él, porque es imposible no creerle, si hasta cuando miente dice la verdad.
Rafael Rodríguez Torres
No hay comentarios:
Publicar un comentario