jueves, 18 de septiembre de 2008

Leyendas Urbanas...

Un Galipote....

”No suban para esa loma, ahí salen galipotes y se los comen". Era la amenaza de mamá para tenernos jugando cerca de la casa, amenaza que no servía de mucho. Aunque sentíamos temor a tan fantástico ser, siempre aparecía un osado en el grupo y nos retaba a la aventura.

La mina, como le llamaban a una parte de las lomas que colindaban con las casas de nuestro barrio, compuesta de aromales y guazábaras, era el centro de juego más grande que niño alguno haya podido disfrutar. Gastábamos las tardes corriendo de aquí para allá, al poco tiempo ya conocíamos cada parte de la montaña. La diversión principal nunca fue " el camán ahí, no te muevas" o "las escondidas", nos aficionamos a recolectar minerales en un arenal de la mina, para eso utilizábamos un imán envuelto en un papel que al pasarlo por la tierra se adhería hierro molido, el cual depositábamos en un frasco de cristal que teníamos para la operación. A pesar que no sabía para qué hacíamos esto, lo disfrutaba mucho. El grupo de niños era de unos seis u ocho que rondábamos los nueve años, todos de la misma calle. Un detalle es que siempre se mantenía la alerta por si aparecía el terror de las lomas: El Galipote.

-Y cómo son los Galipotes?- A veces alguno de nosotros preguntaba sabiendo que la respuesta no variaba.

-Son negros, se visten con ropas oscuras y un paño amarrado en la cabeza, se pueden convertir en perro, puerco, chivo y hasta en tronco si es necesario.

Luís, era el encargado de responder, aparentemente era un experto en el tema.

-En el campo de donde es mí papá, un Galipote se llevó un niño un viernes santo, lo cocinó pa'comerselo y la grasa de la criatura la usó para sus brujerías y cambio de forma. Así que ya saben, si vemos uno, a correr, no nos queda de otra.- Sentenciaba a sabiendas del efecto de sus palabras. Todos en silencio rogando a Dios que nunca pusiera a semejante bestia en nuestro camino.

Una tarde, al inicio de las vacaciones de verano, vimos desde un cerro algo que se movía entre los matorrales. El sujeto parecía vestir de negro. Todos gritamos al unísono: Un Galipote!. Corrimos hasta llegar a nuestras casas donde creíamos estar a salvo. Luego de un padre nuestro con avemaría incluido, mi hermano y yo nos sentíamos seguros, como si un manto protector nos cubría que ni el más vil de los Galipotes podía atravesar.

Más de un mes nos tomó aventurarnos de regreso a la mina. Cuando lo hicimos, no pasamos siquiera cerca de la zona donde vimos la sombra. En esa ocasión nos armamos de navajas, tira piedras y crucifijos colgando del cuello. Sabíamos que de poco sirven las armas contra semejante ser, pero nos daba un poco más de valor. Poco a poco nos fuimos adentrando en el monte, continuamos con nuestra recolección del hierro, esta vez con un objetivo determinado: Ir a una fundición para que nos hicieran una espada para destruir a la bestia que nos asustaba. Ya no se mencionaba, incluso, abusamos de la hora de retorno a la casa. La noche nos sorprendió en varias ocasiones, lo que aumentó las preocupaciones de nuestros padres. Las amenazas volvieron en esos días.

Una mañana, cuando casi acababan las vacaciones escolares, llegamos muy animados a la mina. No bajaríamos hasta pasado el mediodía. El primero que lo vio fui yo, quise dar la voz de alarma, no me salió el habla, halando a mi hermano de la camisa y con el brazo extendido señalaba al engendro que estaba parado frente a nosotros con su atuendo oscuro de pie a cabeza, podíamos escuchar como nos maldecía en una lengua que seguro sólo en el infierno se habla. Llevaba leñas en la cabeza, a lo mejor para cocinar a los niños que aprehendiera en su peregrinar demoníaco. No recuerdo de quién fue la idea, pero todos obedecimos. "Piedras, piedras con él!.", al verse atacado contrarrestó, tomó uno de los leños para golpearnos mas no lo logró, una roca lo detuvo en seco al pegarle en la frente, la sangre apareció dibujando líneas rojas en su rostro, se tambaleó en un baile satánico invocando sus poderes para convertirse en fiera y devorarnos a todos. Otro proyectil hizo blanco y lo derribó, ya en suelo fue presa fácil y le pegamos a nuestro antojo con todo lo que tuvimos a mano hasta que ya no se movió ni habló en su lengua de demonio parlante.

-Corran, corran!- Fue el grito de mi hermano, todos acatamos la orden y empezamos una carrera interminable. Llegamos sin aliento al colmado de don Ignacio, el papá de Luís, el experto en Galipotes. Quisimos explicar todo lo más rápido posible, pero lo que logramos armar fue un caos que casi lo vuelve loco.

-Matamos un Galipote, matamos un Galipote!- Todos gritábamos como reclamando un premio por tan noble hazaña.

-Un Galipote?, Dónde ustedes encontraron un Galipote?- Preguntó incrédulo don Ignacio.

-En la mina, estaba vestido de prieto y nos atacó con dientes filosos y plateados, tenía un garrote en las manos, nos quería comer pero fuimos más guapo que él y lo abimbamos a pedradas.

-Berreaba como chivo, pero después de par de peñonzazos en la cabeza nada mas pataleaba- Agregó mi hermano.

-El primero que le dio fui yo- Exclamé para no quedarme corto en cuanto a heroísmo se refería.

-Mentiroso, ni siquiera le diste cuando estaba tirado en el suelo- Gritó uno del grupo.

-Dónde es qué está el Galipote?- Volvió a preguntar don Ignacio con marcada preocupación en su rostro.

-En la mina, ya le dijimos, si no es que desapareció el brujo de mierda ese- Contestamos.

-Vamos pa'llá ahora mismo, yo tengo que verlo con mis propios ojos, a menos que sea charlatanería de ustedes- Nos amenazó don Ignacio al momento que de un brinco se colocaba del otro lado del mostrador y llamaba a su mujer para que se hiciera cargo en su ausencia.

Todos vociferábamos nuestro triunfo, muchos salieron de sus casas a mirar el motivo de tanto escándalo, varios se unieron preguntando con insistencia qué había pasado, a lo que contábamos la historia una y otra vez sin omitir detalles. Nos internamos en la loma y llegamos al lugar donde se libró la batalla entre el bien y el mal. El cuerpo no estaba, parecía haberse esfumado, sólo un charco de sangre y las leñas desparramadas nos daban la razón.

-De quién es esta sangre?. Dónde está el cuerpo?- Nos interrogaba don Ignacio con voz temblorosa y cara de espanto.

-Aquí lo dejamos, seguro ya se convirtió en bestia y escapó.- Respondimos.

-A ese maldito debimos majarle la cabeza como se matan las culebras- Dijo mi hermano enojado ante la ausencia del demonio.

-Aquí, aquí!, vengan que lo encontré!.- Era uno de los que se unieron al grupo y se alejó siguiendo el rastro de sangre hasta unos matorrales. Todos corrimos hasta el lugar y allí estaba con ojos entreabiertos y vidriosos, la sangre cubría casi todo su rostro, en una de sus manos un rosario. Al parecer estaba vivo al momento de dejarlo e intentó escapar pero la muerte lo alcanzó y ya pagaba por todos sus crímenes.

-Pero esa es Massá-Massá, la haitiana que vende carbón debajo del puente. Qué hicieron muchachos?. La mataron!, mataron a Massá-Massá- Nos gritaba don Ignacio con lágrimas en los ojos.

-Qué hicieron?. Ella nunca le hizo daño a nadie, ella no era un Galipote!.



Rafael Rodríguez Torres

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