viernes, 12 de septiembre de 2008

Leyendas Urbanas...

La Botija...

Cuando a Martín López lo despertaron esa madrugada para decirle donde estaba enterrada La Botija, tenía unos treinta años esperando por esa voz que en antaño le prometió entregarle ese tesoro. En aquella ocasión solo le dijo que pronto vendría con la buena noticia, tal parece que para las ánimas tres décadas son como tres minutos de los vivos. Hoy la voz fue más explícita, debía ir a la loma conocida como El Sillón, acompañado de su compadre Andrés y su cuñada José María en un plazo de tres días, a eso de la media noche encontrarían la señal donde deberían cavar. Lo único que pidió La Voz, es que su parte la quería de forma voluntaria o no la aceptaría. Así como la sintió llegar en las penumbras de su habitación, la sintió partir dejando un aire frío y hasta pesado para respirar. Despertó a su mujer, conocía al igual que todos en el pueblo su historia, pero ella merecía por su paciencia ser la primera en recibir la noticia. Ésta, al escuchar a Martín López narrar lo sucedido le abrazó y repetía con frenesí: nos vamos pa’ Santiago! nos vamos pa’ Santiago! - Lo que tu quieras mujer - Le prometió.

Ensilló una de sus yeguas y fue en busca de sus futuros socios, desesperaba por saber si tendrían el valor de acompañarle. Los dos hombres al enterarse que eran los elegidos en una de las Botijas más esperadas de San José de las Matas no disimularon su alegría.

El sillón, una colina rociada de pinos en plena cordillera central. Tenia fama de grimosa, mas de uno había afirmado al pasar por allí haber escuchado, incluso ver cosas muy extrañas. Pero esto no los iba a detener. Ultimaron detalles y acordaron que su próximo encuentro sería la noche de la cita con La Voz.

El tiempo no avanzaba para Martín López que abandonó su trabajo y encerrado en su casa pensaba en todas las cosas que compraría con su oro. Celaba de todos, incluso de los que pasaban por el frente de su casa. La noticia se supo y le visitaron amigos, parientes, hasta aquellos que lo ignoraban al pasar sin darle los buenos días.

La noche de la cita, el sillón se vistió de niebla, la tierra húmeda y resbaladiza hizo que el ascenso fuese más penoso para los tres hombres. Llegaron puntuales y tal lo prometido La Voz mostró el lugar donde cavarían. A pesar de la humedad, la tierra se resistió en principio a ser profanada, se fueron turnando en las labores de picar y sacar la tierra. El sudor empapaba sus cuerpos, se cansaron, pensaron en abandonar todo cuando José María sintió su pico chocar con algo sólido, lo que les infundió nuevos bríos. Con asombro descubrieron una especie de puerta de madera, como una cripta, cerrada por un candado cubierto de moho. De un picazo volaron el cerrojo, aunaron fuerzas para levantar la compuerta de la entrada. Golpearon la oscuridad con sus linternas y avanzaron por un pasillo de un metro y medio de alto por uno de ancho. El olor allí dentro era casi insoportable, pero no estaban para rendirse por nimiedades. Llegaron a una salita un poco más grande, allí encontraron un baúl repleto de morocotas de oro que brillaban en la oscuridad. El júbilo los invadió, acariciaron el metal con manos temblorosas, se abrazaron, se rieron a carcajadas hasta que la voz del dijo:

- Yo sólo quiero que me den lo mío, pero lo quiero de forma voluntaria.

- De acuerdo! Gritó Martín López, pide lo que quieras, no te lo vamos a negar.

- Entraron tres, por lo que uno deberá quedarse acompañándome por la eternidad; otro, se mutilará su mano derecha y el tercero podrá salir tal como entró. Todo tiene que ser de forma voluntaria - sentenció La Voz - márchense ahora con las manos vacías si el precio les merece muy alto o decídanse antes del amanecer, por que cuando el sol se asome no podrán abandonar esta tumba jamás! - Concluyó La Voz.

Quedaron petrificados, las morocotas se resbalan de sus manos, ahora temblaban de pánico, el silencio era tal que dolía en los oídos. Martín López rompió el mutismo y dijo:

Bueno José María, creo que usted debe quedarse, mi compadre Andrés se mutila, porque yo soy el dueño de la botija, mas no se preocupe por su familia, le daremos su parte.

Anja! que fácil lo pone usted. Por que no da el ejemplo? es el dueño de la Botija y nos metió en este problema, quédese, que su compadre con gusto se cercena la mano y yo me marcho como entre - le respondió José María airado.

Es decir que el único pendejo soy yo! - Exclamó Andrés. Hacen planes y no preguntan ni siquiera que pienso. Opino que nos vamos ahora y nos olvidamos de todo esto. Les propuso.

De eso ni hablar, usted mejor que nadie sabe en los malos ratos que he vivido esperando este día, olvide eso! grito Martín López.

En eso estoy de acuerdo, de aquí no me voy sin ese oro dijo José Maria.

Entonces quédese José María, que mi compadre Martín se corta la mano y yo salgo sano y salvo - propuso Andrés.

Y que lo hace mejor que nosotros? le grito José Maria mientras le empujaba en actitud agresiva.

Vamos a echarlo a la suerte con una moneda - Exclamo Martín López.

Muy bien, pero yo tiro la moneda - se adelanto José María.


Pues fíjese que no confío en usted - Le enfrento Martín López.


Yo lo haré! - Grito Andrés a lo que accedieron los dos hombres.

Primero por ustedes dos, ¿qué eliges José María, cara o cruz? preguntó Andrés con una morocota de oro entre sus dedos.

Cara! - Respondió.

La moneda voló al tiempo que los hombres con sus linternas seguían su curso de maromas incontables. Cayo Cruz!

Trampa!, usted me engañó Andrés, está a favor de Martín López porque es su compadre - Le dijo furibundo José María al momento que se lanzaba sobre Andrés y le golpeaba con su linterna en la frente. La reacción de Martín López fue inmediata, atacó a José María cuando este se disponía a rematar al atolondrado Andrés. Rodaron luchando entre si mientras se iban profiriendo amenazas. Andrés con el rostro cubierto por la sangre se puso de pie, tomó una de las palas y golpeó a José María en pleno rostro. El herido cayó balbuceando lo que serían sus últimas amenazas. Su cuerpo convulsionaba hasta que Andrés con un segundo golpe terminó con su suplicio.

Venga compadre, nos vamos a casa - Le dijo a Martín López tendiendo su brazo para ayudarle a ponerse de pie cerró el baúl y puso su mano derecha sobre la tapa.

- Hágalo rápido Martín López antes que me arrepienta - Dijo

Un alarido describió su dolor, la mano cayó inerte en la tierra y a la vez que el cuerpo se retorcía en una especie de danza macabra.

A punto del desmayo dijo: ¡Traiga el baúl que nos vamos!

Con mucho esfuerzo Martín López arrastró el arca hasta la salida, para luego regresar por Andrés, entonces escucharon un estruendo, como si la puerta se cerrara, corrió hasta allá y con temor confirmó sus sospechas. Buscó su pico, pero no hizo mella en la vieja madera que parecía forrada de metal, cuando escucharon La Voz decir.

Yo quiero mi parte, pero debe ser de forma voluntaria!

Amaneció y el sol no tuvo el valor de asomar su rostro, escondido tras unas nubes casi negra paso todo el día. A media Mañana, el cielo descargó sus lágrimas por los tres hombres que quedaron enterrados para siempre en la loma El Sillón.

Dicen los viejos que si usted se atreve a pasar a eso de la media noche por El Sillón, no se sorprenda si escucha voces y lamentos, son las ánimas que se están peleando por el oro que hay allí enterrado.

A lo mejor usted no me cree, confieso que en un principio no le creí a mi padre, quien me contó esta historia, que a su vez le contó su padre y yo haré lo mismo algún día con mi hijo, quizás y tenga más valor que nosotros y vaya una noche a El Sillón y descubra que pasó con su tatarabuelo.

Martín López, Biznieto




Rafael Rodríguez Torres

Nota:La historia de Martín López realmente le ocurrió a su padre, Luis López en San José de las Matas, claro que apliqué uno de mis lemas favorito:"Nunca permito que la verdad empañe una buena historia". Lo de la "botija" de Luis López me lo contó mi padre, que lo escuchó de su padre, que era amigo de Luis López, del que nunca se supo nada luego de.

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