domingo, 8 de noviembre de 2009

Un Escritor Invitado...

Saludos a todos, para hoy quiero compartir con ustedes el trabajo de una amiga, de la cual no conocía su vena artística, agradable sorpresa. Hablo de Sarah Lugo Rosado, que además es pintora, y en sus cuadros se le escapa un poquito de su alma con cada trazo. De Sarah les invito a leer un poema que tuvo la gentileza de compartir conmigo, y sentí la necesidad de que ustedes pudieran disfrutar de su prosa.

Rafael Rodríguez Torres


Es mi problema
Es mi problema extrañarte cada noche
buscar tu cuerpo junto al mío y darme cuenta
del gran vacío que me queda por tu ausencia
cuanta tristeza al no sentirte junto a mí.
Es mi problema desearte a cada instante
ver que no estás y ver caer la tarde lenta
sentir mi piel pidiendo a gritos tus caricias
ver como muere otro día ya sin ti.
Es mi problema no sacarte de mi mente
desear tus besos y ver como mi alma inventa
cien mil maneras para sentir tu presencia
pero es mentira no te tengo junto a mí.
Es mi problema si enloquezco al desearte
inevitable es caer en la condena
de amarte y ver cómo me mata la impotencia
de no poder vivir mis días junto a ti.
Sarah Lugo



lunes, 19 de octubre de 2009

Gloriosos Años 70's...

Meneito
“En esta esquina, con un peso de setenta y dos libras, y una estatura de cuatro pies y ocho pulgadas: Kid Meneito!”. El bullicio era ensordecedor, el púgil se paseaba contento por el cuadrilátero en su danza previa al combate. Siempre vestido con una lujosa bata azul turquesa con su nombre en la espalda, zapatillas blancas con las iniciales de su nombre dibujada en los lados. Los cordones llevaban prendidos un par de cascabel que con su tintineo hacían de tus peleas una fiesta.
Caminas por las calles de la ciudad de arriba abajo, de norte a sur como un errante en busca de su destino. Tu pelo aún lo llevas largo y con esa barba de años sin ver navaja pareces una versión en miniatura de Jesucristo. Luces infinidad de sombreros, hoy llevas uno de paja bien grande, pantalones vaqueros que hacen juego con tus botas de cuero color marrón. Todavía conservas la correa de hebilla grande, recuerdo cuando la mandaste a hacer, así cuando ganaras el campeonato mundial grabarle los datos de tan importante hecho. Me miras y sonríes, el oro gastado por el descuido y los años aún brilla en tu boca. Nos abrazamos, tomamos pose de peleadores, lazamos puños al aire, nos mofamos uno al otro, ¡Coño, qué grande eras!.
“Uno, dos, tres…nueve, diez, fuera!. El ganador por nocaut y todavía invicto, Kid Meneito!”. “Meneito campeón, Meneito campeón” gritábamos hasta quedar sin voz, tu brincabas en el ring con los brazos en alto en señal de victoria. Por tu nariz se escapaban dos hilos sangre, el ojo izquierdo delataba la inclemencia de los derechazos que aterrizaban en tu pequeña cara, pero tu ánimo te permitía un combate más, como la noche en que “el tumba coco” te retó luego de propinarle una paliza a su hermano:”Meneito, te desafío. Pon la fecha y el lugar”. Sin importarte las cincuenta libras que te llevaba, que sobrepasaba tu estatura por más de diez pulgadas, no podía defraudarnos y lo invitaste a que subiera al cuadrilátero en ese momento, nosotros nos encargamos de intimidarlo con nuestros ataques. El, confundido, no supo que decir y cuando recordó que estaba medio borracho ya iba camino al hospital. El periódico del lunes te dedicó la primera página de la sección deportiva:”Kid Meneito propina dos nocaut en una noche, reclama una oportunidad por el título mundial”.
Nos despedimos luego de prometernos seguir en contacto. Sigues caminando, miro tu cinturita contonearse a cada paso, de ese bailecito al andar te vino el apodo. Ya hubiese querido seguir conversando contigo, recuerdo cuando estabas en pleno apogeo de tu carrera, cobrabas trescientos pesos por velada, nos llevaba a todos a la cafetería de Máximo frente a la plaza Valerio a comer rikitaki con batidas de mango. Por lo general Maritza, tu novia, estaba a tu lado acariciando tu tan maltratado rostro, haciendo planes futuros, boda cuando lograras ser el campeón del mundo, hijos, una casa, no paraba de pedir, de soñar. Los años fueron pasando, cada vez era más difícil ganar con tus limitaciones. El campeonato nunca llegó, muchos dijeron que era culpa de tu diminuta estatura, que era muy liviano hasta para el peso mínimo del boxeo, que sería una masacre. El dinero se fue esfumando, tal parece que era cómplice de Maritza, no se supo nunca de ella. La derrotas fueron aumentando en tu récord, casi pierdes la vida en una pelea ilegal contra un tipo con más de cien libras de ventaja. Tu profesión era el boxeo, era tu vida. Nunca fuiste a la escuela, un hijo del “Bodega”, tu entrenador, se hizo abogado y te contrató como mensajero. Recorre a pie toda la ciudad ante la indiferencia de los transeúntes que parecen no recordar que ahí va el gran campeón Kid Meneito!.
Rafael Rodríguez Torres

viernes, 16 de octubre de 2009

Ahora les hablaré de mi...

La Prima del Presidente
Mi tatarabuelo, Jorge Abdullah llegó a la isla a inicios del Siglo XX. Junto a él llegaba su mujer, Galina, su prole de ocho hijos, todos menores de edad. Mi tata no hablaba nada de español, apenas árabe y un poco de francés. El funcionario de aduana que les recibió no se percató de que los árabes por costumbre escriben primero su apellido y luego el nombre, por lo que de entrada ya mis parientes perdían su apellido. Cuando el tatarabuelo notó el error quiso seguido corregirlo, ya estaban radicados en Santiago. Tras varios viajes a Santo Domingo y haber gastado más dinero del que podía en sentencias de cambio de nombre, parece que alguien se condolió del turco (como le llamaban) y le dijo:”Es mejor que deje eso así”.
Mi madre, biznieta de Jorge, a pesar de que el cambio del apellido le agradó porque siempre decía que no era sano en un país católico llevar un nombre musulmán. A diferencia de sus primos, nunca quiso enterarse de su cultura, sus raíces y el apellido Jorge le encajó a la perfección. Sin querer fue una víctima indirecta del accidente aduanal. Habían pasado los años y Salvador Jorge Blanco, otro descendiente de árabes que sufrió el mismo percance, había ganado la presidencia de la república. Esto, para otras personas a lo mejor hubiese sido de mucho provecho, para nosotros fue todo un calvario.
Cuando Salvador tomó posesión como presidente de la República el 16 de Agosto de 1982, tremenda sorpresa nos llevamos al encontrar uno de los policías del cuartel del barrio parado en el portal de la casa, como si fuese un agente del servicio secreto presidencial. Esto le sumó unas cuatro nuevas bocas que alimentar para papá que ya de por si estaba sobrecargado (seis hijos y dos sobrinos).
El primer fin de semana en el mandato del “primo” salimos al campo como era la costumbre de la familia, al regresar descubrimos que la casa se había convertido en una especie de comité de base del PRD(Partido de la Revolución Dominicana). Irónicamente, en casa, todos hemos sido anti perredeístas por convicción. A papá aquello le asqueaba; mendigos, vividores partidistas tendían sus manos al salir o llegar el viejo. De nada sirvió que mi padre tratara de explicarle que mi madre a pesar de tener el mismo apellido que el presidente no eran parientes. “Los Jorge son una sola familia” gritó uno desde la multitud. Con mamá, la cosa era diferente, le pasaban recetas, papelitos con mensajes escritos:”Ayúdeme doña, que no tenemos pa’ comer hoy”. La despensa sufría asaltos repentinos cuando alguno lograba conmover a mamá, algo que era muy frecuente. Al lograr su objetivo se iban malhumorado y maldiciendo por lo poco que le regalaba mi vieja. Muchos eran tan descarados que delante de ella decían:”A ésos le mandan un cheque pa’que lo reparta en el barrio y mira con la caballá que le saltan a uno”.
El país se fue hundiendo de a poco, el “primo” pronto demostró su ineptitud en el cargo. La crisis arropó a toda la población, pero en casa me atrevo a decir que fue al doble. El 24 de Abril de 1984, la República Dominicana vivió un evento, que luego los sociólogos catalogaron como: Una poblada. Todos salieron a las calles a protestar por el alto costo de la vida, el alza del dólar y mil cosas que ya no recuerdo. La gleba volcó su rabia contra nosotros, apedrearon la casa, incendiaron varios neumáticos de carro frente a la casa. Pintaron las paredes con amenazas de muerte y ofensas personales a cada uno de nosotros. Los policías que siempre estaban en el frente, habían desaparecido antes de iniciar los disturbios. Algo que me llamó mucho la atención fue el hecho de que de los protestantes más agresivos en contra de nosotros eran los mismos que esperaban fijos su dádiva semanal. La expresión de sus rostros aún me causa terror.
Luego de una semana en pleno caos, cientos de muertos y heridos, miles de detenidos, la calma llegó. El “primo” a duras penas pudo concluir su periodo. El PRD fue derrotado en las elecciones de Mayo de 1986 por el dictador enano. El candidato presidencial del PRD, otro turco; Jacobo Majluta, acusó al “primo” de haber ayudado en el fraude. El “primo” no sólo era un gobernante inepto, también traidor. Cuando el dictador enano tomó posesión del cargo, lo primero que hizo fue acusar al “primo”, el que le había ayudado a volver al poder de nuevo, de malversación de los fondos del estado, asociación de malhechores y otras cosas que no me llegan hoy a la memoria. Fue condenado a veinte años de prisión. El juicio fue todo un espectáculo de circo, como el que nos tuvo acostumbrado el dictador enano durante su tiranía de doce años. A pesar de la condena y la vergüenza pública, creo que al “primo” le fue mucho mejor que a nosotros; por lo menos tuvo un juicio y el derecho a defenderse, algo que nosotros no tuvimos. Fuimos sentenciados en contumacia por todos en el barrio como culpables de todas las atrocidades cometidas por el gobierno durante “la poblada”.
Pasamos a ser parias, nadie nos saludaba. Los policías que cuidaban la casa nos ignoraban. Estuve consciente de la gravedad del asunto cuando mis viejos dijeron:”Nos vamos pal’norte, aquí ya no se puede”. Empacamos lo que pudimos llevar y nos marchamos. Al llegar al aeropuerto Internacional de las Américas en Santo Domingo recordé al tatarabuelo Jorge Abdullah, coincidencia del destino, el funcionario de aduana que nos atendió, también era o se hacía el bruto. Parece que el cargo causa ciertos efectos negativos en las neuronas cerebrales. Tomó el pasaporte de mamá, al leer preguntó, como para estar seguro:”Me repite su nombre por favor señora”. Luego de un largo suspiro y lanzarle aquella mirada de enojo que tan bien conozco, respondió: “Mercedes Abdullah de Rodríguez”.
Ya en New York, lo primero que hizo mamá fue cambiar su apellido, algo que resultó demasiado sencillo, ya hubiese querido el tatarabuelo dar con un país tan organizado como los gringos. Hoy día, cuando movido por la curiosidad que me provocan los cementerios, visito el panteón familiar, imagino a Jorge Abdullah contento de que mamá a pesar de haber negado la mayor parte del tiempo su origen, fue la única que cambió su nombre al original sin importar los motivos que la llevaron a tomar tal decisión.
Nota:El verdadero apellido de mamá es Turbay, el cual fue cambiado por Jorge al llegar mi tatarabuelo al país en el 1905. Realmente es prima del ex presidente Salvador Jorge Blanco, asunto del cual nunca habla.
Rafael Rodríguez Torres


domingo, 28 de junio de 2009

Los 80's...Sicodélicos, confusos.


Rafelito Cementerio...

"Una noche a mi lado y hasta los más valientes tiemblan, siento como el miedo se apodera de sus cuerpos y como el diablo, cabalga a mi lado." Marguerite Duras

“-Despierta, te busca un hombre allá afuera”-gritaba mamá al momento que me sacudía de un pie, no imaginaba quien podría ser a esta hora de la mañana, aunque luego de mirar el reloj, que era el único adorno de las paredes desnudas de la habitación, comprobé que era casi mediodía. La noche fue de fiesta, alcohol y sexo. Salí a la calle en busca del osado que interrumpía mi sueño, no sin antes pasar mis dientes por la rutina diaria de pasta y cepillo dental. La cabeza me recordó que había abusado de los tragos, el ron malo mezclado con soda es una bomba al día siguiente. Juré nunca más beber, aunque esa promesa en infinitas ocasiones la rompí en el pasado. Al llegar a la calle noté la figura demacrada por la mala vida de Roberto, al que todos llamaban "El Come Candela", uno de los secuaces más peligrosos de "Rafelito Cementerio", el matón del barrio. Me acerqué con el temor de quien espera lo peor, de sólo verle la memoria se me estaba aclarando, con tipos como este hay que andar con cuidado.

-Rafelito viene pa'ca a matarte-me dijo sin muchos preámbulos-Me pidió que te avisara, que si no te encuentra pagarás con tu familia, lo mejor que puedes hacer es enfrentarlo-continuó diciendo con un tono fatalista que parecía estar leyendo una sentencia a un condenado a muerte.

-Si por manos del diablo tú decides pelear y lo matas, el problema va a ser mayor, sus hermanos van a querer vengarse el mismo día con quien sea-"El Come Candela" se marchó con un "ya tú sabes" y una ligera sonrisa en su
rostro como diciéndome "te jodiste".

Corrí hasta el inodoro y di riendas sueltas a mis intestinos. Por lo general los nervios me atacan provocándome unas diarreas imparables. Pensé que si ya estaba cagándome del susto con escuchar a "El Come Candela", cuando tuviera a Rafelito de frente me moriría. Rafelito se ganó el mote de "Cementerio" porque con todos los que había enviado a rendirle cuentas a San Pedro se llenaba el municipal de la Treinta de Marzo. El gran misterio era como este asesino que se vanagloriaba de sus fechorías aún seguía libre, alguna conexión con un jefe de los de arriba tenía que gozaba de tanta impunidad.

Reconozco que soy el único culpable de este problema, Rafelito, cuya palabra en el barrio es ley, emitió llamémosle así un decreto, el cual yo, embrutecido por el alcohol decidí no sólo romper, sino también burlarme de su derogador. Hace más de un año la desgracia llegó al vecindario vestida de mujer, procedente desde New York, con su cuerpo de modelo de Play Boy, una coquetería tan natural que de verla una vez supe que omitiría una locura. Vanessa, que en materia de hombres no es tacaña, también tuvo sus desaciertos, se entregó una noche a "Cementerio" quizás por curiosidad, pero que el matón dedujo sería eterno. Por más que ella trató de librarse del yugo impuesto por su amante, de una u otra forma él lograba tenerla, en muchas ocasiones valiéndose de la fuerza. Una vez, un muchacho que ignoraba la situación la visitó, no sé quien le fue con el chisme a Rafelito, se apareció en la casa de Vanessa blandiendo su cuchillo y atacó al asustado Romeo que solo atinó a correr, logró escapar porque Rafelito siempre anda totalmente drogado. Esa noche proclamó que Vanessa le pertenecía y pobre de aquel que intentara acercarse a ella, con su vida pagaría tal atrevimiento. Yo debí tatuarme dicha amenaza en mi cuerpo, así nunca la hubiese olvidado como lo hice anoche. Era noche de carnaval, celebramos una fiesta en el club del barrio, no reparamos en gastos. Como en todas las fiestas ella andaba sola, a Rafelito eso de bailar no le va. Ella siempre me gustó, pero anoche tenía un toque divino y esa manera de mirar, me arriesgué y la invité a bailar, nos pegamos tanto uno al otro en plena pista que todos se detenían a mirarnos asombrados por lo que sucedía, varios se me acercaron diciendo que estaba jugando con fuego, otros me recordaban que a Rafelito nadie se atreve a desafiarlo, no les hice caso. Nos fuimos abrazados a internarnos en el más negro de los callejones que fue testigo del desenfreno que nos envolvió. Antes de abandonar el local grité airado por sus besos, que Vanessa cambiaba de dueño, que todos le temían a la fama de tabarrón que Rafelito ostentaba, pero que sólo era eso: fama. Hoy, encerrado en mi habitación maldigo el momento en que quise pasarme de bravo, mi cerebro no reaccionaba con lucidez ante el vendaval que se aproximaba. Luego de varias horas de comerme las uñas y dar paseitos cortos por la alcoba me llegaron varias ideas. La primera, ir directo a la policía y pedir ayuda, aunque los polis más bien lo ayudarían a él a liquidarme de ser necesario, he visto como todos en el destacamento le rinden pleitesías. Mi segunda opción era huir como el cobarde que soy, pero mi familia que nada tiene que ver en este lío pagaría las consecuencias, mi último recurso es hacerle frente, pero sacar valor para verle a los ojos a un hombre como ese, es conocer el rostro de la muerte; lo más sensato es hablarle, pedir disculpas, decirle que fue un error, que soy su amigo, pero él siquiera me miraba cuando nos encontrábamos, siempre busqué su amistad por el temor que me inspiraba, nunca correspondió, no creo que entre en razón. Llamé a mi mejor amigo, Juan Luís, él puede ayudarme. Con manos gelatinosas tomé el teléfono, tras varios intentos fallidos logré al fin marcar correctamente. Juan Luís respondió y al escuchar mi voz dijo:"Te jodiste mano, Rafelito te anda buscando, sabes
pa'qué, te lo advertí y no hiciste caso".


-Comprende que me equivoqué, pero puedes salvarme, habla con él, trata de convencerlo, tal vez te hace caso- le supliqué casi llorando.

-Bueno, veré que hago, no prometo nada, sabes que el tipo es loco, debiste pensar las cosas antes de actuar así- me dijo- yo te llamo cuando regrese- y colgó.

Juan Luís me va ayudar, sé que sí. El tiempo pasó rápido, Juan Luís no llamaba por lo que decidí tomar la iniciativa, no estaba en la casa, regresé al inodoro a botar un poquito de estrés, el teléfono timbró, de seguro mi
amigo con la buena noticia.

-¿Aló, Juan Luís, cuéntame, qué pasó?- pregunté desesperado
Del otro lado del aparato escuché una respiración profunda que espantaba, colgó y creí seguir escuchándole, volvieron a llamar varias veces manteniendo ese silencio sepulcral, hasta que ya no pude más, las piernas se me doblaron, apenas pude colgar el teléfono para luego correr hasta mi centro de relajamiento, sentado en el inodoro tomé una decisión: Vendería cara mi vida! Papá guardaba en su closet un calibre treinta y ocho, del cual nunca me enteré que marca era. Iría por el arma y lo tomaría a escondida, Rafelito me va a demostrar ¡que tan guapo es! El hierro me esperaba como un amigo fiel para servir de ayuda. El simple contacto con el metal me produjo una sensación que nunca había experimentado. Sabía que uno de los dos debía morir hoy. Nunca he usado un arma y a Rafelito una pistola parece no asustarle; Simón, el de la compraventa, le encañonó en cierta ocasión que discutieron, "Cementerio" le fue encima, lo desarmó y le asestó varias puñaladas, a pesar de la rápida intervención de los médicos, nada pudieron hacer por el pobre Simón. Si eso fue a uno que siempre lidió con armas, a mí me la quita sin pestañear, no le puedo enfrentar; sería una locura. Me decidí hacer esto porque era lo más fácil y donde seguro estoy que ningún inocente se vería involucrado. Tomé el revólver en mis manos, lo acerqué a mi cabeza hasta que sentí el frío cañón en mi sien, accioné el gatillo y solo recuerdo una ráfaga de calor que me empujó con violencia al suelo, un liquido tibio corría por mi cara hasta nublarme la vista, se escucharon pasos apresurados, abrieron la puerta y mamá lanzó un aullido que retumbó en toda la casa, no sé como aún puedo escucharla si ya debo estar muerto, a lo mejor el balazo no fue letal y me salve, Rafelito quizás me perdona. Los gritos aumentaron con la llegada de varias personas que levantaron mi cuerpo inerte y corrieron, imagino para llevarme al hospital. Sentí en mi rostro un aire fresco que me tranquilizó bastante, creo que sonreí, alguien se abrazó a mí y entre sollozos reconocí la voz de Juan Luís
que decía:

-¿Qué hiciste mano? ¿Por qué te desesperaste? Yo venía a decirte que a Rafelito lo acaba de matar la policía en una redada cuando iba a buscarte
para matarte. ¡Coño! ¿Qué hiciste mano?

VI HO PURGATO ANCORA!

Rafael Rodríguez Torres




martes, 16 de junio de 2009

Ahora les hablaré de mi...


Héroe...

El abuelo, como muchos españoles, llegó a la isla apenas con lo justo para sobrevivir. Iniciaba la guerra civil española y tal parece que no le simpatizaban ninguno de los dos bandos y prefirió huir al Caribe. Seguido se casó y tuvo dos hijos, uno de ellos era mi padre, el otro mi tío Lorenzo. El abuelo murió y papá apenas llegaba a los diez años, la vida le cambió y para peor. Se casó bien joven y tomó como hobbie llenar de criaturas el mundo.

Pasaron varios años y de nuevo la familia se vio afectada por una guerra civil, ahora la dominicana de 1965. Mi tío Lorenzo, alma libre alérgica al trabajo fue en busca de papá para enrolarse en las filas constitucionalistas. Papá fue tajante en su respuesta:"No me meto en esas vainas" Mi tío partió hacia Santo Domingo, pasaron varios años y no se supo nada de él, a su regreso ya yo estaba en el mundo con unos dos años, estoy hablando de 1970. Las visitas de mi tío eran frecuente, la casa recobraba una cierta alegría con su llegada, me sentaba en sus piernas y mis hermanos sentados a su alrededor les miraban impacientes para que empezara a contar sus anécdotas sobre la guerra. Mi favorita era la de una patrulla de soldados brasileños que apresaron a mi tío junto a un grupo de revolucionarios. "Você está indo morrer hoje" le gritaban mientras los metían a todos en una cisterna vacía de una casa abandonada. La noche les llegó dentro de la cisterna, le suplicaba a sus compañeros de armas que le acompañaran en la fuga, todos se negaron. Tío Lorenzo logró salir justo antes de que llegara un camión repleto de Marines gringos; apenas se había escondido cuando escuchó las ráfagas de los fusiles automático de los americanos. "Aquello fue una masacre coño!" nos repetía(con lágrimas en los ojos). Entonces respiraba profundo, nos miraba a todos como cerciorándose de que le estábamos prestando atención, ahí era cuando empezaba con las especulaciones y mentiras pero era la parte que más yo disfrutaba. "Regresé a la mañana siguiente con un grupo de tígueres de San Carlos, debieron ver aquello, los brasileños salieron corriendo a refugiarse con los Marines, nosotros los seguimos hasta el cuartel de los mismos gringos y allí fue donde la cosa se puso dura". Luego retrocedía varios días en el tiempo y nos contaba su gloriosa participación en la batalla del Puente para finalizar como siempre, llorando, cuando hablaba del armisticio. "Nos traicionaron sobrinos" decía "Fue una canallada".

Nunca lo vi despedirse, se esfumaba una madrugada cualquiera y no volvíamos a saber de él hasta que se le antojara. A pesar de sus mentiras lo consideraba un héroe nacional, anhelaba una guerra civil o una invasión haitiana y así seguir escribiendo con honor las páginas de gloria de nuestra familia. En Abril de 1984 contaba con quince años, ya era miembro del Partido Comunista Dominicano y cuando iniciaron las revueltas el 24 de Abril ya estaba presto para salir a derramar mi sangre de haber sido necesario. Justo antes de abrir la puerta principal de la casa cuando sentí un golpe contundente en uno de mis oídos y la pregunta en tono amenazante de papá:"Para dónde piensa ir culo cagao?" Mi batalla fue librada dentro de mi propia casa, le gritaba "cobarde", "pendejo" a papá. Luego pude ver en las noticias los saqueos y actos de vandalismos, no era eso precisamente con lo que soñaba.

Entonces el dictador enano volvió al poder y ya me frotaba las manos esperando mi oportunidad, me imaginaba asaltando la fortaleza San Luis, liberando cientos de presos políticos o dinamitando el edificio de la gobernación. La brecha que me separaba de papá se fue agrietando cada vez más, mi tío apenas nos visitaba una o dos veces por año, en varias ocasiones cuando fue a casa yo no estaba y lo lamentaba por varias semanas.

El comunismo se me fue saliendo de a poco, es imposible compartir una ideología tal con una hamburguesa y Coca Cola en la mano. Pasó el tiempo y ya ni asistía a las reuniones del Partido, el dictador enano ya no lo fue tanto, ahora hablaba de paz, de progreso, decidí ignorarlo cuando siguió con los fraudes electorales. Tanto era el ambiente de paz que se respiraba, que hasta con papá me reconcilié, pero eso es tema de otro relato.

Papá una noche decidió rendirse ante el cáncer, mi tío Lorenzo, el que nunca tuvo hijos, el que nos contaba historias sobre la guerra, se pasó unas dos semanas con nosotros, apenas hablaba. De nuevo desapareció hasta que recibimos una llamada unos meses después, había muerto en Santo Domingo. Acompañé a mamá al velatorio, me dio rabia al ver que no era enterrado con la bandera dominicana sobre su ataúd, que no recibió los honores que le correspondían como el héroe que había sido. En el viaje de regreso mamá sin razón alguna me dijo:"Tu padre fue un hombre muy valioso" yo, sabiendo que el dolor por su muerte estaba aún fresco en ella, quise jugarle una broma al comentarle que papá no se atrevió a participar en la guerra de 1965 por miedo a morir. "Te equivocas, no fue por miedo" me dijo "Si peleó, pero una guerra diferente, su propia guerra. Yo estaba embarazada de nuestro quinto hijo, los otros aún pequeños, fuimos su guerra, nunca nos faltó nada". Guardé silencio durante el resto del trayecto.

Varios años después me estrenaba como padre, fue cuando realmente pude comprender las palabras de mamá, mi guerra había iniciado, desde entonces, sólo busco por lo menos igualar las hazañas de papá, todavía sigo peleando.

Vi Ho Purgato Ancora!

Rafael Rodríguez Torres


lunes, 2 de marzo de 2009

Sueños Alucinógenos....

Un Poquito de Patria...


-->
Estaba sentado frente al mar una exigua mañana junto a mi amiga Lyubenova Ivanova la cual insistía en que la clonación humana es un hecho. Juraba mi amiga, la cual tiene un PHD en genética, que en su laboratorio de Rice University en Houston donde trabaja, ya han clonado seres humanos partiendo de una muestra del ADN.
Para demostrarme con hechos me dijo que hiciéramos una prueba en dominicana, que eligiera tres personajes de la historia. Sin pensarlo dos veces le dije: Duarte, Sánchez y Mella. Nos fuimos entonces hasta el altar de la patria en Santo Domingo y luego disimuladamente dos mil pesos a los guardias que allí vigilaban pudimos entrar y tomar una muestra de los restos de los patricios. Regresamos a Santiago e improvisamos un laboratorio en mi propia casa.
El primero en clonar fue Juan Pablo Duarte quien casi se muere de un infarto al ver todo aquella tan ajeno a su época. Debimos darle los primeros auxilios y llegar al extremo de respiración artificial, lo pudimos recuperar. Le puse una taza de té de tilo en sus manos la que bebió en sorbos cortos y en silencio. Seguimos clonando, el turno ahora fue para Matías Ramón Mella y finalizamos con Francisco del Rosario Sánchez.
Los tres estaban confundidos y no paraban de hacer preguntas. Sánchez preguntó un tanto temeroso: Santana sigue siendo el presidente?. A lo que respondí NO moviendo mi cabeza. “Leonel Fernández es nuestro presidente ahora” le dije. Los tres quedaron perplejos.
Para alegrarle, les dije que saliéramos a dar una vueltecita por la ciudad. Nos montamos los cinco en mi carro y arrancamos. Les hablaba de lo mucho que dominicana había progresado, les mencioné el Metro de Santo Domingo, nuestra blindada economía, así como el Internet WI-FI que estaba disponible en casi todas las ciudades del país. Encendí la radio para alegrar un poco el ambiente y los tres lanzaron un chillido al mismo tiempo, es que sonaba un tema de Omega y todos juraron que dentro de ese aparato se estaba torturando un gato. El alboroto de los tres fue mayor cuando debí pararme en un semáforo y fuimos rodeados por una docena de haitianos que pedían una limosna o vendían tarjetas de llamadas. “Nos atacan!” gritó Mella mientras tomaba su trabuco y apuntaba al grupo de haitianos que salieron corriendo ante la amenaza del arma. “No!” les grité. “Es que tenemos unos dos millones de haitianos en la isla, la mayoría de ellos ilegales”. Les expliqué. No quedaron muy convencidos pero callaron. Sus rostros se fueron descomponiendo cuando en cada esquina la escena se repetía una y otra vez.
Llegamos al Monumento de los Héroes de la Restauración y quedaron impresionados con tan fabuloso monumento. Caminamos por cada rincón del mismo y sin ser guía turístico traté de explicarle lo mejor posible cada detalle de todo lo que allí estaba. Sentí vergüenza al ver como un tipo que al parecer salió de la nada, le arrancaba de un tirón la leontina de la levita de Duarte. “Ofrézcome” apenas pudo decir. “Esto es un infierno” dijo Sánchez al percatarse del asunto. “Esto no puede seguir así” me dijo Duarte visiblemente enojado. “Quiero que me lleves donde el tal Leonel Fernández”. “No creo que sea tan sencillo Juan” le dije a Duarte. “Es mejor pedir una audiencia en el congreso y presentarle a nuestros diputados los padres de la patria. Ya imagino el recibimiento que nos van a dar. No duden si le entregan una placa condecorándolos por su gesta heroica.” Dije.
“Pues vamos” dijeron.
Al siguiente día llegamos al edificio de la cámara de diputados. OH sorpresa nos llevamos cuando al intentar entrar nos vimos impedidos de hacerlo por unos policías que nos confundieron con unos manifestantes y amenazaron con caernos a macanazos. Al ver llegar a uno de los diputados llegar me le acerqué con los muchachos detrás. Le expliqué quienes eran ellos, lo que tal parece al diputado le dio lo mismo o no le reconoció a pesar de lucir tal cual las fotos de ellos.
“Ellos lo que quieren es hablar ante el congreso, hacerlos despertar del letargo en que están sumidos, que abran los ojos ante la amenaza de una invasión como la que estamos viviendo con los haitianos” intenté explicarle al diputado que ya tenía entablada una conversación por su celular y me miraba fingiendo interesarle lo que yo decía a la vez que movía la cabeza afirmando estar de acuerdo conmigo.
“Sabes que eso tiene su costo” me dijo al colgar la llamada. “Es bueno una muestra de gratitud de su parte para que uno pueda trabajar un chin más animado” dijo el diputado. Al explicarle a los patricios que el diputado lo que quería era que le mojaran la mano se sacaron sus anillos y se lo entregaron. El diputado los fue revisando minuciosamente uno por uno, llegó al extremo de morderlo para estar totalmente convencido de que eran de oro. Entramos al edificio con el diputado que nos apuraba porque iba a llegar tarde a la sesión que ya tenía unos cincos minutos de haber iniciado. Nos encontramos con un escándalo igual al que se vive en una gallera domingo por la tarde. Todos gritaban, se acusaban e injuriaban. La discusión se iniciaba por dos tópicos. Uno de los diputados había sugerido extenderse el período de cuatro a seis años, otro que le apoyaba decía que a esa moción se le debía agregar la de un aumento de sueldo para ellos ya que los viajes a Santo Domingo se le hacían cada vez más costosos. Otro gritó que para eso se les pagaba una dieta, a lo que el diputado pidió que también se les aumentara la dieta a recibir.
Por fin nos dieron la palabra, y por varios segundos hicieron silencio. Pude notar como varios de ellos estaban mirando fijo sus laptop a lo que deduje chateaban. Uno, al que pude ver su pantalla, jugaba solitario muy animadamente. Los patricios se presentaron y todos le miraron como si fueran un trío de borrachos. Duarte les recordó la sangre derramada por los valientes soldados dominicanos para librarnos del yugo, les recordó la sociedad secreta La Trinitaria, les iba a hablar de su compromiso como congresista ante la patria pero fue interrumpido por uno de ellos que se ofreció para encabezar la comisión que iba a estudiar la factibilidad de repatriar a los haitianos ilegales. Varios diputados se sumaron a dicha comisión y por unos segundos fui feliz, tuve esperanza de nuevo en mi país, ya estaba a punto de gritar: Viva la República Dominicana! Hasta que uno de ellos pidió al presidente de la cámara que para iniciar con los estudios de factibilidad debía liberarse una partida de unos mil millones de pesos a disposición de la comisión. Para dicha partida fue aprobado en una lectura un préstamo con la banca internacional.
Duarte cabizbajo puso su mano en mi hombro y me dijo:”Llévame a un médico” y se desplomó. Su corazón no soportó tanto dolor y volvió a morir. Mella sacó de su pechera un pequeño revolver y se pegó un tiro en la sien. Miré a Sánchez y le supliqué:”Tú no, por favor”. ‘Tranquilo, pero sácame de aquí ahora mismo”. Dijo.
Nos fuimos al malecón y allí nos sentamos a recibir la brisa fresca del mar caribe. Compramos un par de cervezas a un haitiano que vendía en una neverita de playa. Pedimos otro par y otro y otro hasta que ya Sánchez y yo nos tratábamos de compadres. Fui en busca de otras dos cervezas y ya Sánchez no estaba sentado donde le había dejado, asustado empecé a correr como loco en su busca y le vi bailando en un barcito con una gringa que estaba prendida de su color aceitunado. Regresé a Santiago al no poder convencer a Sánchez de que volviera conmigo. Hace poco recibí un e-mail suyo, la gringa se lo había llevado a vivir a los Estados Unidos, trabaja como taxista y cambió su nombre al de Francis Ross Sanz.
Al mi amiga ver mi decepción me dijo que lo intentáramos de nuevo, clonar a otro personaje de la historia, pero que lo pensara bien antes de elegir. Me creen si les digo que estoy contemplando la idea de clonar a Trujillo!.

Rafael Rodríguez Torres
"Vi ho purgato ancora!"

jueves, 19 de febrero de 2009

No me he marchado!

Saludos amigos lectores, no me he marchado, tampoco se ha muerto la inspiración en mi. Pasa que necesito un tiempito para reorganizar mis ideas.
Gracias por el favor de sus visitas. Mientras tanto les recomiendo leer los primeros relatos del blog.


Rafael Rodríguez Torres

lunes, 2 de febrero de 2009

Los 80's...Sicodélicos, confusos.

Volar...

Aquella tarde de agosto de 1985 fue un día diferente a los anteriores que había vivido. Puedo decir que mi vida tuvo un antes y un después. Contaba con diecisiete años recién cumplidos; ya era bachiller a puros tropezones pero lo había logrado. Desperté aquella mañana de agosto emocionado, era el día que me tocaba inscripción en la universidad y a pesar de que no estaba seguro en lo que iba a estudiar sentía que empezaría a vivir una vida de adulto desde el primer día de clases. Mamá quiso que fuera doctor, papá se empecinaba por el derecho, yo odiaba ambas carreras.

Al mediodía llamó mi amigo de toda la vida Eddy, al que todos conocían por "el jabao" por ser de piel blanca como la leche y tener su cara llena de pecas que le daban un aspecto de leopardo humano. Me contaba Eddy con una alegría desbordante que esa misma tarde un buscador de talento iba a ir a verlo al estadio de baseball donde practicaba. Seguido lo imaginé haciendo las atrapadas sensacionales en la tercera almohadilla donde se desempeñaba en la defensa. Le vi con su bate pegarle con ambas manos a la pelota hasta desaparecerla por la pared del outfield. Era seguro que le contratarían. Quedamos en que pasaría a verle si me alcanzaba el tiempo seguido saliera de la universidad, colgamos.

Papá regresó como siempre lo hacía, a las 12:25 de la tarde. La comida debía estar lista para cuando llegara. A la una en punto terminaba y dormía una siesta de exactos quince minutos los cuales eran una especie de toque de queda en la casa, estaba prohibido hasta el menor de los ruidos. Al despertar mamá le servía el postre, luego el café. A la una y cuarenta y cinco se marchaba de nuevo al trabajo. Era durante el postre que esperaba que me entregara el cheque de pago de la inscripción en la universidad. Aquella tarde mamá se esmeró con un dulce de cerezas bañadas en almíbar, estaba delicioso. Nos sentamos cada uno al extremo del viejo quien siempre ocupaba la silla principal.

Sacó la chequera luego de terminar el platito de dulce. Escribió con letras redondas y perfectas el nombre de la institución, el importe, la fecha; sólo faltaba su firma. "Vas a estudiar derecho como acordamos? preguntó. "Sí" mintió mamá. "No!" dije desafiante. "Y qué coño quiere estudiar el señorito?" preguntó visiblemente enfadado. "Filosofía y Letras, quiero ser escritor" le dije lleno de valor. De repente detuvo el lapicero justo antes de plasmar su rúbrica. Por sus ojos se desparramaron la rabia que dejó escapar en un resoplido como caballo llevado al trote. Levantó el cheque a la altura de mi cara y lo rompió en pedacitos que fue dejando caer en la mesa mientras dijo:"Pues vete donde Isa Conde para que te pague tus estudios que yo no pienso financiar la educación de otro comunista de mierda". Tal parece que sintió que sus palabras no surtieron el efecto deseado por lo que estampó su puño en mi boca. Luego, una andanadas de bofetadas y manotazos nublaron mi visión y razón; no supe bien lo que hice o dije en aquel momento. De pronto paró de pegarme, se agarró el cuello con las dos manos y cayó al suelo con la mirada perdida y sin vida. La cuchara del postre había desaparecido de mi mano, la vi alojada en su cuello. La sangre empezó a manar como corriente de río, nada la detuvo.

Salí corriendo sin fijarme en que mamá había quedado petrificada en su silla. Corrí por las calles de mi barrio sin pensar lo que hacía, me interné en unos matorrales que llevaban hasta una montaña que colindaba con las casas del vecindario. Vine a parar justo en la cima de la loma que da hacia el río Yaque; exhausto caí al suelo sin poder casi respirar. Poco a poco me fui tranquilizando y empecé a llorar. Lloraba por lo que había hecho, por mamá, el sufrimiento que le había causado. Lloraba por mi, nadie me salvaba de unos diez años en la cárcel. Diez años de mi vida!. Mi vida estaba jodida, saldría con unos veinte y siete años de edad y un expediente por muerte en mi curriculum, y no cualquier muerte. Mis lágrimas se fueron apagando hasta quedar dormido.

Al despertar supe que debía ponerle fin a mi vida. El haber parado justo en el risco de la loma era una señal de que tenía que lanzarme al vacío y volar hasta caer al agua. La caída de unos cuatrocientos metros sería suficiente para conseguir mi objetivo. Me puse de pie para saltar con los brazos abiertos y los ojos cerrados. Iba a saltar para purgar mi crimen pero tuve miedo a morir, el suicidio es una forma poética de terminar con un dolor, pero no todos poseemos las herramientas necesarias para escribir un verso. Estando de pie al borde del precipio pude distinguir el estadio de baseball donde Eddy, "el jabao" jugaba cada tarde. Le distinguí seguido con su uniforme blanco y vivos azules. "Después que agote un turno al bate me lanzo" dije para llenarme de valor a saltar. Eddy se paró en el home plate y le pegó fuerte a la pelota como era su costumbre. Corrió por las bases con su habitual alegría al jugar al baseball. "El maldito es bueno" me dije. Me sorprendí aplaudiendo la jugada y me otorgué otro turno de Eddy antes de lanzarme a volar. El turno no llegó; al su equipo regresar a cubrir el terreno Eddy fue sorprendido por un batazo potente y rasante, la pelota se detuvo en una de sus piernas. Cayó retorciéndose de dolor, todos corrieron en su auxilio. Yo quedé sorprendido por lo ocurrido y sin pensarlo dos veces salí corriendo hasta el estadio. Llegar me tomó unos diez minutos, ya le montaban en una ambulancia de la Cruz Roja que por casualidad pasaba por allí. Al mentirle a unos de los camilleros diciéndole que era su hermano no puso objeción en que les acompañara. Eddy se había desmayado.

Llegamos a la emergencia del Cabral y Báez y a Eddy lo tiraron en una de las sillas de la sala de espera junto a un grupo de paciente que entre quejidos y lamentos esperaban por ser atendidos. Pasaron las horas y nadie se acercaba a nosotros por lo que tomé la iniciativa y fui por un ortopeda. Luego de mucho preguntar di con el especialista de turno que estaba sentado en una oficina leyendo placidamente una revista de "Mad" en inglés. Le expliqué el caso y el tiempo que teníamos esperando sin que nadie nos atendiera. Apenas me miró al pasar de una página a otra. Con voz pausada y con un dejo de hastío dijo:"Dile a tu amigo que tenga paciencia, ya le falta menos por esperar que cuando llegaron". Entendí su mensaje seguido, hasta que no terminara de leer la puta revista no se iba a parar a atender a mi amigo.

Pasaron unos veinte minutos cuando el ortopeda se paró en la puerta de la emergencia y con dos de sus dedos me indicó le siguiéramos. Señaló una camilla y allí le acosté. Miró la pierna con aburrimiento y a sangre fría colocó el hueso de nuevo en su lugar; el grito de Eddy se escuchó por
todo el recinto; seguido perdió el conocimiento. No le tomaron radiografía a pesar de mi insistencia, compramos un par de muletas y el médico simplemente nos dio por receta un:"Regresen en tres meses para retirar el yeso".

Salimos caminando despacio, con cada paso un nuevo dolor afloraba por todo su cuerpo. Llegamos a su casa casi a las diez de la noche. Lo ocurrido en mi casa lo había olvidado por completo, fue cuando unos vecinos que al verme salieron a mi encuentro y me llevaron aparte del resto y con cara severa me dijeron:"En tu familia ha ocurrido una desgracia". Guardé silencio ante el asombro por la forma como me contaban lo sucedido. "Tu madre acaba de asesinar a tu papá". A pesar de haber transcurrido unas ocho horas, decir que acababa de ocurrir le daba otro matiz al asunto.

Corrí hasta mi casa, estaba confundido. Unas patrullas de la policía estaban estacionadas fuera. Un numeroso grupo de personas se conglomeraba alrededor de la casa. A mi paso pude escuchar a varios decir en voz baja:"Es el hijo", "se lo han contado ya?", "Hay que decirle lo ocurrido". Un oficial me cortó el paso y le preguntó a una de las vecinas que encendía unos velones en la sala. "Este es el hijo?". Con la respuesta de la vecina me sacaron de allí a pesar de protestar e insistir ver a mi madre, el oficial se limitó en decir:"por ahora es imposible".

Al siguiente día fui bien temprano al cuartel general de la policía a entregarme. Un coronel de homicidios que estaba a cargo de la investigación me recibió en su oficina. Luego de escucharme en silencio dijo que me admiraba por el valor demostrado al querer salvar a mi madre de la prisión. Dijo que las pruebas en su contra eran muchas e irrefutables, aparte de su confesión. Me explicó que no encontraron ningún cheque roto por la casa y donde dijo se caía mi participación en el homicidio fue que el hecho ocurrió en la habitación y no en el comedor como había contado. Dijo lamentar mucho mi desgracia y me instó a salir adelante a pesar de todo. No tuve más remedio que marcharme.

En menos de seis meses a mamá la condenaban a treinta años y un día. Se mantuvo en silencio durante el juicio. Cada domingo desde entonces voy a visitarla a la cárcel pública San Luis. Nos sentamos uno al lado del otro y no hablamos, dejamos pasar las horas sin decir nada, de vez en cuando le tomo de la mano pero no responde mi caricia, como si no tuviera voluntad propia.

La pierna de Eddy fue empeorando. Cuando regresó al cabo de los tres meses al hospital y ver el estado en que se encontraba, le intervinieron de urgencia. No le pudieron salvar la pierna, tampoco su carrera como jugador de baseball. De vez en cuando le visito, al igual que me pasa con mamá, nos sentamos en la galería de su casa y no hablamos. Nos quedamos en silencio sin decir nada, dejamos pasar el tiempo.

Yo fui a parar a casa de mis abuelos maternos. Ya estoy cursando el tercer año en la universidad, no veo la hora en que me reciba como abogado y poder así iniciar el proceso de apelación de mamá.

Nota:Para José Miguel Espinal.

Rafael Rodríguez Torres

martes, 27 de enero de 2009

Ahora les hablaré de mi...

La Tarde que Lloré...

"Bola na trave não altera o placar
Bola na área sem ninguém pra cabecear
Bola na rede pra fazer o gol
Quem não sonhou em ser um jogador de futebol?" Skank-E uma partida de futebol


La tarde que lloré no fue aquel 29 de abril de 1998 cuando junto a mis familiares y amigos daba sepultura al cadáver de mi padre; no, a papá lo lloré luego, despacio, con calma. Tampoco fue aquella maldita tarde del 8 de julio de 1990 cuando Edgardo Codesal se inventaba un penal a favor de Alemania Occidental y vi luego a Maradona llorar junto a toda la Argentina al perder la final del Mundial Italia 90.

La tarde que lloré, como si hubiese sido una novela de Corín Tellado, era una tarde lluviosa. Domingo de febrero, último día del carnaval de 1999. Aquella tarde no me disfracé de lechón joyero o pepinero. Ni siquiera pasé cerca de donde se celebraba el tradicional desfile de las carrozas y los grupos de los distintos barrios. No!, estaba en el estadio de fútbol "La Barranquita" con mi amado Independiente Fútbol Club. Por primera vez en nuestra historia dejamos de ser los perdedores que siempre entraban al terreno de juego a recibir su media docenas de goles. Ya habíamos olvidado incluso el viejo adagio:"Jugamos como nunca, perdimos como siempre".

La final del campeonato de primera división de Santiago tenía dos protagonistas inesperados para los entendidos en el deporte. El ISA, equipo compuesto en su totalidad de jugadores extranjeros llegaba a la gran final con una sola derrota la cual le propinamos al inicio del torneo. En cambio, nosotros debimos sufrir hasta el final, nada se nos dio fácil, pero se había logrado.

Aquella tarde llegué al estadio unas dos horas antes del inicio del partido. Un bulto enorme sobre mis hombros con los uniformes y balones del equipo. Una pizarra de mano con la posible alineación a jugar. Los muchachos fueron llegando de a poco. En sus caras pude ver la emoción del trabajo realizado, fue algo muy satisfactorio. El estadio pronto se llenó de vida, de murmullos y predicciones. Al bajar al terreno escuché una voz gritar:"Vamos Rafa!". No recuerdo quién fue.

La lluvia nunca paró, iniciamos el partido con el campo hecho un fangal. El maldito lodo fue el culpable de que apenas al minuto cinco de juego ya estuviéramos debajo en el marcador. El corazón me dio un vuelco y me sentí morir. Recobré el aliento con una maniobra fenomenal de Jon Manuel, uno de los medio campo, que casi termina dentro de la portería contraria. El partido entonces fue lindo, digno de la final que se jugaba. Idas y vueltas, con ataques por las bandas, centros al área y dos porteros que se lucían en cada disparo. Llegamos al medio tiempo y le vi de nuevo en el rostro de los muchachos ese brillo que me decía:"Aquí vamos a dar todo por ganar".

Luego de discutir, proponer estrategias, los mandé de nuevo a la cancha con mi acostumbrado grito de guerra desde que me hice entrenador:"Pierdan si quieren". Iniciamos la segunda mitad atacando con todo. Geury Toribio, uno de los delanteros, entraba al área enemiga y disparaba un cañonazo que pegaba en el poste. Todos en la banca saltamos de emocionados. Los del ISA no se quedaron atrás y respondieron una y otra vez. Con cada salvada daba las gracias al dios del fútbol por contar con un portero como Lorenzo Bergaglio, un italiano que vino de vacaciones a un hotel de las costas dominicanas y al recibir los primeros rayos del sol caribeño dijo:"Qui rimango!".

Los minutos pasaban, desesperaba porque el gol del empate no llegaba. Gritaba, los moví de posición y nada funcionaba. Empecé a hacer cambios cuando apenas restaban unos diez minutos de partido. Contaba con muchos delanteros por lo que los fui entrando a la cancha buscando el gol que nos permitiera seguir en la pelea. Mi hermano Miguel entraba junto con Leandro Corral a tratar de hacer el milagro. Luego recurrí a César Ángeles, un chico de unos dieciseis años entonces por el cual había sido muy criticado por haberle incluido en el listado de jugadores. Casi al final del partido usé el último cambio y entré por uno de la defensa. Tomé los guantes de portero y mandé a Lorenzo al ataque. Los cambios casi nos cuestan otro gol, con el afán de anotar fuimos sorprendidos en un contraataque que apenas pude cortar y despejar como sea el balón.

El árbitro del encuentro, un suizo que viajaba cada domingo desde Puerto Plata para disfrutar como espectador de lujo de un buen partido de fútbol, levantó su brazo derecho y con tres de sus dedos indicaba los minutos restantes. Todos nos aupaban desde las gradas, los "vamos!" nos llegaban por docenas, nos contagiaron. Llegamos por la banda derecha, Marcos Meléndez lanzó un centro que Francis Castillo cabeceó, el portero pudo despejar pero la bola le quedó en los pies a César Ángeles y empatamos!. Corrimos hacia él y formamos una montaña de cuerpos sudados y enlodados. "Esto no se acaba" grité emocionado. Cuando los del ISA movieron de nuevo el balón, el suizo pitó el final del tiempo reglamentario de juego, la final se iba decidir en tiempo extra o penales.

Apenas tuvimos tiempo de hacer unos ajustes defensivos. Lorenzo regresaba al arco, yo como medio de contención. Nos quedaban treinta minutos de juego. Los del Isa movieron la pelota y desde unos treinta metros dispararon con una precisión envidiada por cualquier scratch europeo; Lorenzo voló hasta el palo izquierdo y con una mano mandó la bola fuera del terreno. El corner no fue tan preciso y pudimos salir jugando con Kevin Toribio, nuestro defensa centro. Levanté mi brazo pidiendo la pelota, fui complacido; sentir el balón en mis pies me transformó en otro ser, como aquel soleado domingo donde anotaba un gol recorriendo toda la cancha. Volví a la realidad cuando vi a Menthol, un moreno enorme de físico impresionante. Antes de yo poder reaccionar se estaba barriendo entre mis piernas y yo volaba con mis doscientas libras de carne y huesos para caer aparatosamente en la grama. La bola fue a parar a los pies de Montás quien seguido la pasó a Daniel Daciere, yo gritaba desde el suelo pidiendo la falta que nunca se marcó. Daniel se acomodó y desde fuera del área disparó, todo ocurrió como en cámara lenta, la pelota picó delante de Lorenzo que extendía su cuerpo cual gato en huida; la bola hizo un efecto extraño y se desvió de sus manos enguantadas, fue a parar al fondo de la red. Ellos gritaron emocionados, corrieron de un lado al otro, eran campeones. Me quise poner de pie pero mi tobillo derecho estaba desecho. Fui buscando con la mirada a los muchachos de mi equipo, todos tirados cual herido en batalla, en el suelo sin moverse. Sentí unas manos firmes que me levantaban, era mi hermano Miguel, siempre fiel a su costumbre de toda la vida de venir a rescatarme. Cojeando fui con Miguel de brazos a parar a cada uno de los muchachos. Recuerdo el rostro de Marcos Meléndez, seguido verle y tuve que seguir donde los otros, de haberle abrazado y todavía hoy estuviera llorando. Luego de felicitar el equipo contrario me fui a mi carro, encendí la radio y Jorge Ramos(narrador uruguayo de fútbol) relataba en radio Única un vibrante partido de la liga mexicana. Luego de una anotación de Jared Borgetti y escuchar su voz gritar el gol y decir:"Esto es para llorar, por esto me gusta tanto el fútbol" no me pude aguantar y empecé a llorar también. Lloraba y no era por el dolor de haber perdido el partido, lloraba porque por primera vez un grupo de personas creyeron en mi, me habían apoyado y eso me tocaba el alma. Un golpe seco de un puño en el cristal lateral de mi carro me sacó de mi momento. Bajé el volumen del radio y el cristal de la ventanda del carro. Era uno de los guardias que cuidaban el parque, con cara curiosa preguntó:"Le pasa algo amigo?". "No jefe, escuchando una canción en la radio que me hizo recordar una ex novia" le mentí. Cómo explicarle a un dominicano que lloraba por una partida de fútbol?. A un dominicano que lo único que entiende se llama deporte es el baseball. Encendí el carro y mis lágrimas se fueron secando de a poco. Todo el camino fui gritando maldiciones, contra mi mismo por no haber tenido la habilidad de evitar la barrida de Menthol; al maldito gobierno por no cuidar los terrenos deportivos y ser estos algo parecido a un corral de caballos. Maldije al suizo de la mierda por no haber pitado la falta, al pendejo de Joao Havelange y su lambiscón Joseph Blatter por haberse inventado una regla tan absurda como el gol de oro.

Llegué a casa y mamá tuvo el tacto de no preguntar nada sobre el partido, bien sabía ella como llegaba cuando el resultado era favorable. Una ducha de agua tibia y me dediqué a soñar con el campeonato del siguiente año, a lo mejor  no llovía y la suerte mejoraba. Todavía me dolía el tobillo.



Rafael Rodríguez Torres

Nota:Aquí no hay mucho de literatura. El relato escrito es una especie de homenaje para mi equipo de fútbol, el Independiente Fútbol Club y todos los muchachos que por allí pasaron. Algunos desde muy niños hasta hacerse adultos; otros que aún permanecen llevando con orgullo la camiseta del equipo. Para todos ellos es mi forma de decirle: Gracias!.

Independiente F.C.(1999)
Lorenzo Bergaglio, Kevin Toribio, Paul Kaufman, Aníbal Núñez, Nelson Méndez, Leonardo Meléndez(Pilo), Marcos Meléndez, Edwin Guzmán(Coco), Jon Manuel Vargas(papá Pitufo), Iván Pérez(Chinchulín), Richie Valette, César Angeles(Cutico), Leandro Corral, Mariano Corral(el boludo), Geury Toribio, Francesco di Bartolo(Dibba), Francis Castillo, David Eguren, Juan Moreno(el chivo), Miguel Rodríguez Torres y Cali Durán.

jueves, 22 de enero de 2009

Gloriosos años 70's...

Otro Jueves Cobarde...

"Otra tarde que no arde, esta tarde sin pasado mañana.
Otra tarde tan cobarde, esta tarde que no prueba manzanas.
Otro jueves que no sabe bajarse ni los pantalones.
Otro jueves que anda dando lástima por los rincones
de esta tarde en coma 2." Joaquín Sabina(Otro Jueves Cobarde).

Era jueves, lo recuerdo como hoy y les juro que era jueves. Los jueves siempre han sido especiales de una manera u otra para mi. Ha de ser porque nací un jueves de agosto de 1968 ó porque es el preludio del fin de semana. Aquella tarde de 1973 caminaba con mi madre por el centro de la ciudad de Santiago. Con su mano agarrada bien fuerte contemplaba todo a mi alrededor, es que desde niño he sentido un inexplicable placer por observar a las personas sin importar no conocerle. Entramos en el Parque Duarte y allí nos detuvimos ante mi insistencia para que mamá me comprara un helado Frigor que allí vendían en una caseta de expendio. Recuerdo el monto a pagar, 10 centavos. Mientras mamá esperaba por el cambio, y sin ser el helado suficiente placer para mi inquieto ser, di riendas sueltas a mi extraño placer de mirar detenidamente a las personas. Mi primera víctima fue un rifero de la lotería nacional que clamaba tener en sus manos el premio gordo del domingo siguiente. No me detuve mucho en el rifero y seguí paseando mis ojos por las bancas del parque. Me topé con una pareja de ancianos que conversaban tranquilamente en una de las bancas. El, señor de tez blanca como su pelo, con una boina negra, calada al estilo del Ché, que luego deduje era uno de los tantos gallegos que llegaron huyendo de la guerra civil española a nuestra ciudad. Ella, de pelo negro a fuerza de tintes, de piel arrugada como papel usado pero con un rostro noble como el de la abuela. De no haber ojeado a la siguiente banca les aseguro que me hubiese quedado con ellos, pero el destino nos tiene reservado sorpresas en nuestras vidas que es imposible evitar. Lo primero que me llamó la atención del hombre que estaba sentado en la siguiente banca era un paquito que tenía abierto entre sus manos de Tarzán, el rey de los monos. Seguido lo asocié con mi hermano mayor que coleccionaba cientos de ellos. El hombre que a mi juicio no llegaba a los treinta años, exhibía orgulloso un afro en su pelo a lo Jim Kelly en Operación Dragón. Camiseta negra bien pegada al cuerpo con trazos blanco que asemejaban llevar un smoking. Pantalones marrones campanas y unos zapatacones color champagne muy de moda para aquel tiempo. Le miraba y miraba a mi hermano, a mi pobre hermano que tuvo que huir para no ser asesinado por los esbirros del dictador enano. De nuevo el destino me hizo complice de su tragedia y desvié la mirada como si me hubiese llegado un aviso, es que al frente estaba el cuartel principal de la policía nacional. Unos cinco uniformados estaban parados en la entrada del recinto. Sin mediar palabras tres de ellos cruzaron la calle con sus macanas en manos. El primer golpe se lo asestaron por detrás y con el golpe la sangre manchando las páginas del paquito. El hombre cayó sin sentido lo cual parece animó a los otros policía a emprenderle a palos sin piedad alguna. Mi madre asustada me tomó con fuerzas y casi me arrastra en su desesperado andar, pude ver la pareja de ancianos que al igual que mi madre casi corrían por alejarse lo más pronto posible del lugar. El rifero, el vendedor de helados como por arte de magia también habían desaparecido del parque. Aún retumban en mis oídos los pasos apresurados de los zapatos de mamá al chocar con las baldosas del parque. Llegamos a la casa y no hablamos del tema nunca.

Con apenas cinco años comprendí el significado de la palabra cobarde. Desde aquel día fue cuando empecé a escuchar palabras como tirano, banda colorá, represión y otras que no me llegan a la mente ahora. Fue ese jueves de 1973 cuando una parte de mi dejó de ser el niño que era, cuando ya no fui tan inocente y vi la vida con colores funestos y macabros. La vida ya no era el patio de la casa donde jugaba con mis hermanos y apenas salir para ir a la escuela o los domingos a los matinée del teatro Odeón.

Pasaron los jueves, las semanas y los meses, incluso pasaron años y fui creciendo sin olvidar aquella tarde de jueves de 1973. Caminaba por una de las calles del centro con mi adolescencia a cuesta cuando vi un señor mayor con un hombre de mediana edad al cual llevaba sosteniendo del brazo. No me cupo la menor duda de que era el joven que leía el paquito de Tarzán, el rey de los monos. Era el mismo rostro pero ya no la misma mirada que devoraba las letras de la aventura en la selva africana. Ahora su mirada perdida en un mundo distante al nuestro, fuera de nuestra realidad. Era su mundo donde se podía dar el lujo de pasar de ser el lector al mismo protagonista de sus aventuras. Le recordé y nunca lo he olvidado por la relación que guarda con mi hermano mayor, el que tuvo que huir y tuvo mucho mejor fortuna que aquel joven del afro a lo Jim Kelly en Operación Dragón.Fui feliz por un momento al verlo a pesar de su estado; fui feliz por mi aunque parezca egoísta, porque descubrí que no había sido testigo de un vil asesinato, pero seguido entristecí por su vida truncada como la de miles de dominicanos que cayeron abatidos por las balas de los malditos policías que asesinaban sin piedad. No me pude contener y lloré, debí sentarme en la acera de la calle a dar riendas sueltas a mi dolor. Lloré y no pude parar por mucho rato hasta que ya caía la noche y tuve que regresar a la casa. Me paré y emprendí camino a la casa jugando de nuevo mi papel del cobarde que prefiere callar antes de actuar.

Al entrar a la casa escuché a mamá cantando una canción de Javier Solís en la cocina, fui por ella para contarle lo del joven que había visto, con mis palabras pude apreciar la palidez de su rostro, el temor de años de opresión y la odié en aquel momento sin entender no hasta ahora por lo que había vivido tras muchos años de opresión. Seguido cambió el tema y me pidió que fuera a buscar a mi padre que estaba en la sala viendo la tele, la cena ya estaba lista. Papá era un hombre de pocas palabras, cualquiera hubiese dicho que era mudo, estaba sentado en su mueble viendo como el dictador enano daba un discurso de campaña a toda la nación y prometía reestablecer el orden perdido y hacer valer de nuevo las buenas costumbres que en sus años de tirano imperaban. Sonaron los vítores y el maldito slogan que todavía odio:"Y vuelve y vuelve". Papá apagó la tele sin hacer comentario, busqué su cuerpo y le abracé como nunca lo había hecho antes, como nunca lo hice después. Caminamos abrazados hasta el comedor, el rico olor de los platos humeantes nos hizo volver a la realidad, nos hizo por un momento olvidar.


Rafael Rodríguez Torres