Rafelito Cementerio...
"Una noche a mi lado y hasta los más valientes tiemblan, siento como el miedo se apodera de sus cuerpos y como el diablo, cabalga a mi lado." Marguerite Duras
“-Despierta, te busca un hombre allá afuera”-gritaba mamá al momento que me sacudía de un pie, no imaginaba quien podría ser a esta hora de la mañana, aunque luego de mirar el reloj, que era el único adorno de las paredes desnudas de la habitación, comprobé que era casi mediodía. La noche fue de fiesta, alcohol y sexo. Salí a la calle en busca del osado que interrumpía mi sueño, no sin antes pasar mis dientes por la rutina diaria de pasta y cepillo dental. La cabeza me recordó que había abusado de los tragos, el ron malo mezclado con soda es una bomba al día siguiente. Juré nunca más beber, aunque esa promesa en infinitas ocasiones la rompí en el pasado. Al llegar a la calle noté la figura demacrada por la mala vida de Roberto, al que todos llamaban "El Come Candela", uno de los secuaces más peligrosos de "Rafelito Cementerio", el matón del barrio. Me acerqué con el temor de quien espera lo peor, de sólo verle la memoria se me estaba aclarando, con tipos como este hay que andar con cuidado.
-Rafelito viene pa'ca a matarte-me dijo sin muchos preámbulos-Me pidió que te avisara, que si no te encuentra pagarás con tu familia, lo mejor que puedes hacer es enfrentarlo-continuó diciendo con un tono fatalista que parecía estar leyendo una sentencia a un condenado a muerte.
-Si por manos del diablo tú decides pelear y lo matas, el problema va a ser mayor, sus hermanos van a querer vengarse el mismo día con quien sea-"El Come Candela" se marchó con un "ya tú sabes" y una ligera sonrisa en su
rostro como diciéndome "te jodiste".
Corrí hasta el inodoro y di riendas sueltas a mis intestinos. Por lo general los nervios me atacan provocándome unas diarreas imparables. Pensé que si ya estaba cagándome del susto con escuchar a "El Come Candela", cuando tuviera a Rafelito de frente me moriría. Rafelito se ganó el mote de "Cementerio" porque con todos los que había enviado a rendirle cuentas a San Pedro se llenaba el municipal de la Treinta de Marzo. El gran misterio era como este asesino que se vanagloriaba de sus fechorías aún seguía libre, alguna conexión con un jefe de los de arriba tenía que gozaba de tanta impunidad.
Reconozco que soy el único culpable de este problema, Rafelito, cuya palabra en el barrio es ley, emitió llamémosle así un decreto, el cual yo, embrutecido por el alcohol decidí no sólo romper, sino también burlarme de su derogador. Hace más de un año la desgracia llegó al vecindario vestida de mujer, procedente desde New York, con su cuerpo de modelo de Play Boy, una coquetería tan natural que de verla una vez supe que omitiría una locura. Vanessa, que en materia de hombres no es tacaña, también tuvo sus desaciertos, se entregó una noche a "Cementerio" quizás por curiosidad, pero que el matón dedujo sería eterno. Por más que ella trató de librarse del yugo impuesto por su amante, de una u otra forma él lograba tenerla, en muchas ocasiones valiéndose de la fuerza. Una vez, un muchacho que ignoraba la situación la visitó, no sé quien le fue con el chisme a Rafelito, se apareció en la casa de Vanessa blandiendo su cuchillo y atacó al asustado Romeo que solo atinó a correr, logró escapar porque Rafelito siempre anda totalmente drogado. Esa noche proclamó que Vanessa le pertenecía y pobre de aquel que intentara acercarse a ella, con su vida pagaría tal atrevimiento. Yo debí tatuarme dicha amenaza en mi cuerpo, así nunca la hubiese olvidado como lo hice anoche. Era noche de carnaval, celebramos una fiesta en el club del barrio, no reparamos en gastos. Como en todas las fiestas ella andaba sola, a Rafelito eso de bailar no le va. Ella siempre me gustó, pero anoche tenía un toque divino y esa manera de mirar, me arriesgué y la invité a bailar, nos pegamos tanto uno al otro en plena pista que todos se detenían a mirarnos asombrados por lo que sucedía, varios se me acercaron diciendo que estaba jugando con fuego, otros me recordaban que a Rafelito nadie se atreve a desafiarlo, no les hice caso. Nos fuimos abrazados a internarnos en el más negro de los callejones que fue testigo del desenfreno que nos envolvió. Antes de abandonar el local grité airado por sus besos, que Vanessa cambiaba de dueño, que todos le temían a la fama de tabarrón que Rafelito ostentaba, pero que sólo era eso: fama. Hoy, encerrado en mi habitación maldigo el momento en que quise pasarme de bravo, mi cerebro no reaccionaba con lucidez ante el vendaval que se aproximaba. Luego de varias horas de comerme las uñas y dar paseitos cortos por la alcoba me llegaron varias ideas. La primera, ir directo a la policía y pedir ayuda, aunque los polis más bien lo ayudarían a él a liquidarme de ser necesario, he visto como todos en el destacamento le rinden pleitesías. Mi segunda opción era huir como el cobarde que soy, pero mi familia que nada tiene que ver en este lío pagaría las consecuencias, mi último recurso es hacerle frente, pero sacar valor para verle a los ojos a un hombre como ese, es conocer el rostro de la muerte; lo más sensato es hablarle, pedir disculpas, decirle que fue un error, que soy su amigo, pero él siquiera me miraba cuando nos encontrábamos, siempre busqué su amistad por el temor que me inspiraba, nunca correspondió, no creo que entre en razón. Llamé a mi mejor amigo, Juan Luís, él puede ayudarme. Con manos gelatinosas tomé el teléfono, tras varios intentos fallidos logré al fin marcar correctamente. Juan Luís respondió y al escuchar mi voz dijo:"Te jodiste mano, Rafelito te anda buscando, sabes
pa'qué, te lo advertí y no hiciste caso".
-Comprende que me equivoqué, pero puedes salvarme, habla con él, trata de convencerlo, tal vez te hace caso- le supliqué casi llorando.
-Bueno, veré que hago, no prometo nada, sabes que el tipo es loco, debiste pensar las cosas antes de actuar así- me dijo- yo te llamo cuando regrese- y colgó.
Juan Luís me va ayudar, sé que sí. El tiempo pasó rápido, Juan Luís no llamaba por lo que decidí tomar la iniciativa, no estaba en la casa, regresé al inodoro a botar un poquito de estrés, el teléfono timbró, de seguro mi
amigo con la buena noticia.
-¿Aló, Juan Luís, cuéntame, qué pasó?- pregunté desesperado
Del otro lado del aparato escuché una respiración profunda que espantaba, colgó y creí seguir escuchándole, volvieron a llamar varias veces manteniendo ese silencio sepulcral, hasta que ya no pude más, las piernas se me doblaron, apenas pude colgar el teléfono para luego correr hasta mi centro de relajamiento, sentado en el inodoro tomé una decisión: Vendería cara mi vida! Papá guardaba en su closet un calibre treinta y ocho, del cual nunca me enteré que marca era. Iría por el arma y lo tomaría a escondida, Rafelito me va a demostrar ¡que tan guapo es! El hierro me esperaba como un amigo fiel para servir de ayuda. El simple contacto con el metal me produjo una sensación que nunca había experimentado. Sabía que uno de los dos debía morir hoy. Nunca he usado un arma y a Rafelito una pistola parece no asustarle; Simón, el de la compraventa, le encañonó en cierta ocasión que discutieron, "Cementerio" le fue encima, lo desarmó y le asestó varias puñaladas, a pesar de la rápida intervención de los médicos, nada pudieron hacer por el pobre Simón. Si eso fue a uno que siempre lidió con armas, a mí me la quita sin pestañear, no le puedo enfrentar; sería una locura. Me decidí hacer esto porque era lo más fácil y donde seguro estoy que ningún inocente se vería involucrado. Tomé el revólver en mis manos, lo acerqué a mi cabeza hasta que sentí el frío cañón en mi sien, accioné el gatillo y solo recuerdo una ráfaga de calor que me empujó con violencia al suelo, un liquido tibio corría por mi cara hasta nublarme la vista, se escucharon pasos apresurados, abrieron la puerta y mamá lanzó un aullido que retumbó en toda la casa, no sé como aún puedo escucharla si ya debo estar muerto, a lo mejor el balazo no fue letal y me salve, Rafelito quizás me perdona. Los gritos aumentaron con la llegada de varias personas que levantaron mi cuerpo inerte y corrieron, imagino para llevarme al hospital. Sentí en mi rostro un aire fresco que me tranquilizó bastante, creo que sonreí, alguien se abrazó a mí y entre sollozos reconocí la voz de Juan Luís
que decía:
-¿Qué hiciste mano? ¿Por qué te desesperaste? Yo venía a decirte que a Rafelito lo acaba de matar la policía en una redada cuando iba a buscarte
para matarte. ¡Coño! ¿Qué hiciste mano?
VI HO PURGATO ANCORA!
Rafael Rodríguez Torres
-Rafelito viene pa'ca a matarte-me dijo sin muchos preámbulos-Me pidió que te avisara, que si no te encuentra pagarás con tu familia, lo mejor que puedes hacer es enfrentarlo-continuó diciendo con un tono fatalista que parecía estar leyendo una sentencia a un condenado a muerte.
-Si por manos del diablo tú decides pelear y lo matas, el problema va a ser mayor, sus hermanos van a querer vengarse el mismo día con quien sea-"El Come Candela" se marchó con un "ya tú sabes" y una ligera sonrisa en su
Corrí hasta el inodoro y di riendas sueltas a mis intestinos. Por lo general los nervios me atacan provocándome unas diarreas imparables. Pensé que si ya estaba cagándome del susto con escuchar a "El Come Candela", cuando tuviera a Rafelito de frente me moriría. Rafelito se ganó el mote de "Cementerio" porque con todos los que había enviado a rendirle cuentas a San Pedro se llenaba el municipal de la Treinta de Marzo. El gran misterio era como este asesino que se vanagloriaba de sus fechorías aún seguía libre, alguna conexión con un jefe de los de arriba tenía que gozaba de tanta impunidad.
Reconozco que soy el único culpable de este problema, Rafelito, cuya palabra en el barrio es ley, emitió llamémosle así un decreto, el cual yo, embrutecido por el alcohol decidí no sólo romper, sino también burlarme de su derogador. Hace más de un año la desgracia llegó al vecindario vestida de mujer, procedente desde New York, con su cuerpo de modelo de Play Boy, una coquetería tan natural que de verla una vez supe que omitiría una locura. Vanessa, que en materia de hombres no es tacaña, también tuvo sus desaciertos, se entregó una noche a "Cementerio" quizás por curiosidad, pero que el matón dedujo sería eterno. Por más que ella trató de librarse del yugo impuesto por su amante, de una u otra forma él lograba tenerla, en muchas ocasiones valiéndose de la fuerza. Una vez, un muchacho que ignoraba la situación la visitó, no sé quien le fue con el chisme a Rafelito, se apareció en la casa de Vanessa blandiendo su cuchillo y atacó al asustado Romeo que solo atinó a correr, logró escapar porque Rafelito siempre anda totalmente drogado. Esa noche proclamó que Vanessa le pertenecía y pobre de aquel que intentara acercarse a ella, con su vida pagaría tal atrevimiento. Yo debí tatuarme dicha amenaza en mi cuerpo, así nunca la hubiese olvidado como lo hice anoche. Era noche de carnaval, celebramos una fiesta en el club del barrio, no reparamos en gastos. Como en todas las fiestas ella andaba sola, a Rafelito eso de bailar no le va. Ella siempre me gustó, pero anoche tenía un toque divino y esa manera de mirar, me arriesgué y la invité a bailar, nos pegamos tanto uno al otro en plena pista que todos se detenían a mirarnos asombrados por lo que sucedía, varios se me acercaron diciendo que estaba jugando con fuego, otros me recordaban que a Rafelito nadie se atreve a desafiarlo, no les hice caso. Nos fuimos abrazados a internarnos en el más negro de los callejones que fue testigo del desenfreno que nos envolvió. Antes de abandonar el local grité airado por sus besos, que Vanessa cambiaba de dueño, que todos le temían a la fama de tabarrón que Rafelito ostentaba, pero que sólo era eso: fama. Hoy, encerrado en mi habitación maldigo el momento en que quise pasarme de bravo, mi cerebro no reaccionaba con lucidez ante el vendaval que se aproximaba. Luego de varias horas de comerme las uñas y dar paseitos cortos por la alcoba me llegaron varias ideas. La primera, ir directo a la policía y pedir ayuda, aunque los polis más bien lo ayudarían a él a liquidarme de ser necesario, he visto como todos en el destacamento le rinden pleitesías. Mi segunda opción era huir como el cobarde que soy, pero mi familia que nada tiene que ver en este lío pagaría las consecuencias, mi último recurso es hacerle frente, pero sacar valor para verle a los ojos a un hombre como ese, es conocer el rostro de la muerte; lo más sensato es hablarle, pedir disculpas, decirle que fue un error, que soy su amigo, pero él siquiera me miraba cuando nos encontrábamos, siempre busqué su amistad por el temor que me inspiraba, nunca correspondió, no creo que entre en razón. Llamé a mi mejor amigo, Juan Luís, él puede ayudarme. Con manos gelatinosas tomé el teléfono, tras varios intentos fallidos logré al fin marcar correctamente. Juan Luís respondió y al escuchar mi voz dijo:"Te jodiste mano, Rafelito te anda buscando, sabes
-Comprende que me equivoqué, pero puedes salvarme, habla con él, trata de convencerlo, tal vez te hace caso- le supliqué casi llorando.
-Bueno, veré que hago, no prometo nada, sabes que el tipo es loco, debiste pensar las cosas antes de actuar así- me dijo- yo te llamo cuando regrese- y colgó.
Juan Luís me va ayudar, sé que sí. El tiempo pasó rápido, Juan Luís no llamaba por lo que decidí tomar la iniciativa, no estaba en la casa, regresé al inodoro a botar un poquito de estrés, el teléfono timbró, de seguro mi
-¿Aló, Juan Luís, cuéntame, qué pasó?- pregunté desesperado
Del otro lado del aparato escuché una respiración profunda que espantaba, colgó y creí seguir escuchándole, volvieron a llamar varias veces manteniendo ese silencio sepulcral, hasta que ya no pude más, las piernas se me doblaron, apenas pude colgar el teléfono para luego correr hasta mi centro de relajamiento, sentado en el inodoro tomé una decisión: Vendería cara mi vida! Papá guardaba en su closet un calibre treinta y ocho, del cual nunca me enteré que marca era. Iría por el arma y lo tomaría a escondida, Rafelito me va a demostrar ¡que tan guapo es! El hierro me esperaba como un amigo fiel para servir de ayuda. El simple contacto con el metal me produjo una sensación que nunca había experimentado. Sabía que uno de los dos debía morir hoy. Nunca he usado un arma y a Rafelito una pistola parece no asustarle; Simón, el de la compraventa, le encañonó en cierta ocasión que discutieron, "Cementerio" le fue encima, lo desarmó y le asestó varias puñaladas, a pesar de la rápida intervención de los médicos, nada pudieron hacer por el pobre Simón. Si eso fue a uno que siempre lidió con armas, a mí me la quita sin pestañear, no le puedo enfrentar; sería una locura. Me decidí hacer esto porque era lo más fácil y donde seguro estoy que ningún inocente se vería involucrado. Tomé el revólver en mis manos, lo acerqué a mi cabeza hasta que sentí el frío cañón en mi sien, accioné el gatillo y solo recuerdo una ráfaga de calor que me empujó con violencia al suelo, un liquido tibio corría por mi cara hasta nublarme la vista, se escucharon pasos apresurados, abrieron la puerta y mamá lanzó un aullido que retumbó en toda la casa, no sé como aún puedo escucharla si ya debo estar muerto, a lo mejor el balazo no fue letal y me salve, Rafelito quizás me perdona. Los gritos aumentaron con la llegada de varias personas que levantaron mi cuerpo inerte y corrieron, imagino para llevarme al hospital. Sentí en mi rostro un aire fresco que me tranquilizó bastante, creo que sonreí, alguien se abrazó a mí y entre sollozos reconocí la voz de Juan Luís
-¿Qué hiciste mano? ¿Por qué te desesperaste? Yo venía a decirte que a Rafelito lo acaba de matar la policía en una redada cuando iba a buscarte
VI HO PURGATO ANCORA!
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