martes, 27 de enero de 2009

Ahora les hablaré de mi...

La Tarde que Lloré...

"Bola na trave não altera o placar
Bola na área sem ninguém pra cabecear
Bola na rede pra fazer o gol
Quem não sonhou em ser um jogador de futebol?" Skank-E uma partida de futebol


La tarde que lloré no fue aquel 29 de abril de 1998 cuando junto a mis familiares y amigos daba sepultura al cadáver de mi padre; no, a papá lo lloré luego, despacio, con calma. Tampoco fue aquella maldita tarde del 8 de julio de 1990 cuando Edgardo Codesal se inventaba un penal a favor de Alemania Occidental y vi luego a Maradona llorar junto a toda la Argentina al perder la final del Mundial Italia 90.

La tarde que lloré, como si hubiese sido una novela de Corín Tellado, era una tarde lluviosa. Domingo de febrero, último día del carnaval de 1999. Aquella tarde no me disfracé de lechón joyero o pepinero. Ni siquiera pasé cerca de donde se celebraba el tradicional desfile de las carrozas y los grupos de los distintos barrios. No!, estaba en el estadio de fútbol "La Barranquita" con mi amado Independiente Fútbol Club. Por primera vez en nuestra historia dejamos de ser los perdedores que siempre entraban al terreno de juego a recibir su media docenas de goles. Ya habíamos olvidado incluso el viejo adagio:"Jugamos como nunca, perdimos como siempre".

La final del campeonato de primera división de Santiago tenía dos protagonistas inesperados para los entendidos en el deporte. El ISA, equipo compuesto en su totalidad de jugadores extranjeros llegaba a la gran final con una sola derrota la cual le propinamos al inicio del torneo. En cambio, nosotros debimos sufrir hasta el final, nada se nos dio fácil, pero se había logrado.

Aquella tarde llegué al estadio unas dos horas antes del inicio del partido. Un bulto enorme sobre mis hombros con los uniformes y balones del equipo. Una pizarra de mano con la posible alineación a jugar. Los muchachos fueron llegando de a poco. En sus caras pude ver la emoción del trabajo realizado, fue algo muy satisfactorio. El estadio pronto se llenó de vida, de murmullos y predicciones. Al bajar al terreno escuché una voz gritar:"Vamos Rafa!". No recuerdo quién fue.

La lluvia nunca paró, iniciamos el partido con el campo hecho un fangal. El maldito lodo fue el culpable de que apenas al minuto cinco de juego ya estuviéramos debajo en el marcador. El corazón me dio un vuelco y me sentí morir. Recobré el aliento con una maniobra fenomenal de Jon Manuel, uno de los medio campo, que casi termina dentro de la portería contraria. El partido entonces fue lindo, digno de la final que se jugaba. Idas y vueltas, con ataques por las bandas, centros al área y dos porteros que se lucían en cada disparo. Llegamos al medio tiempo y le vi de nuevo en el rostro de los muchachos ese brillo que me decía:"Aquí vamos a dar todo por ganar".

Luego de discutir, proponer estrategias, los mandé de nuevo a la cancha con mi acostumbrado grito de guerra desde que me hice entrenador:"Pierdan si quieren". Iniciamos la segunda mitad atacando con todo. Geury Toribio, uno de los delanteros, entraba al área enemiga y disparaba un cañonazo que pegaba en el poste. Todos en la banca saltamos de emocionados. Los del ISA no se quedaron atrás y respondieron una y otra vez. Con cada salvada daba las gracias al dios del fútbol por contar con un portero como Lorenzo Bergaglio, un italiano que vino de vacaciones a un hotel de las costas dominicanas y al recibir los primeros rayos del sol caribeño dijo:"Qui rimango!".

Los minutos pasaban, desesperaba porque el gol del empate no llegaba. Gritaba, los moví de posición y nada funcionaba. Empecé a hacer cambios cuando apenas restaban unos diez minutos de partido. Contaba con muchos delanteros por lo que los fui entrando a la cancha buscando el gol que nos permitiera seguir en la pelea. Mi hermano Miguel entraba junto con Leandro Corral a tratar de hacer el milagro. Luego recurrí a César Ángeles, un chico de unos dieciseis años entonces por el cual había sido muy criticado por haberle incluido en el listado de jugadores. Casi al final del partido usé el último cambio y entré por uno de la defensa. Tomé los guantes de portero y mandé a Lorenzo al ataque. Los cambios casi nos cuestan otro gol, con el afán de anotar fuimos sorprendidos en un contraataque que apenas pude cortar y despejar como sea el balón.

El árbitro del encuentro, un suizo que viajaba cada domingo desde Puerto Plata para disfrutar como espectador de lujo de un buen partido de fútbol, levantó su brazo derecho y con tres de sus dedos indicaba los minutos restantes. Todos nos aupaban desde las gradas, los "vamos!" nos llegaban por docenas, nos contagiaron. Llegamos por la banda derecha, Marcos Meléndez lanzó un centro que Francis Castillo cabeceó, el portero pudo despejar pero la bola le quedó en los pies a César Ángeles y empatamos!. Corrimos hacia él y formamos una montaña de cuerpos sudados y enlodados. "Esto no se acaba" grité emocionado. Cuando los del ISA movieron de nuevo el balón, el suizo pitó el final del tiempo reglamentario de juego, la final se iba decidir en tiempo extra o penales.

Apenas tuvimos tiempo de hacer unos ajustes defensivos. Lorenzo regresaba al arco, yo como medio de contención. Nos quedaban treinta minutos de juego. Los del Isa movieron la pelota y desde unos treinta metros dispararon con una precisión envidiada por cualquier scratch europeo; Lorenzo voló hasta el palo izquierdo y con una mano mandó la bola fuera del terreno. El corner no fue tan preciso y pudimos salir jugando con Kevin Toribio, nuestro defensa centro. Levanté mi brazo pidiendo la pelota, fui complacido; sentir el balón en mis pies me transformó en otro ser, como aquel soleado domingo donde anotaba un gol recorriendo toda la cancha. Volví a la realidad cuando vi a Menthol, un moreno enorme de físico impresionante. Antes de yo poder reaccionar se estaba barriendo entre mis piernas y yo volaba con mis doscientas libras de carne y huesos para caer aparatosamente en la grama. La bola fue a parar a los pies de Montás quien seguido la pasó a Daniel Daciere, yo gritaba desde el suelo pidiendo la falta que nunca se marcó. Daniel se acomodó y desde fuera del área disparó, todo ocurrió como en cámara lenta, la pelota picó delante de Lorenzo que extendía su cuerpo cual gato en huida; la bola hizo un efecto extraño y se desvió de sus manos enguantadas, fue a parar al fondo de la red. Ellos gritaron emocionados, corrieron de un lado al otro, eran campeones. Me quise poner de pie pero mi tobillo derecho estaba desecho. Fui buscando con la mirada a los muchachos de mi equipo, todos tirados cual herido en batalla, en el suelo sin moverse. Sentí unas manos firmes que me levantaban, era mi hermano Miguel, siempre fiel a su costumbre de toda la vida de venir a rescatarme. Cojeando fui con Miguel de brazos a parar a cada uno de los muchachos. Recuerdo el rostro de Marcos Meléndez, seguido verle y tuve que seguir donde los otros, de haberle abrazado y todavía hoy estuviera llorando. Luego de felicitar el equipo contrario me fui a mi carro, encendí la radio y Jorge Ramos(narrador uruguayo de fútbol) relataba en radio Única un vibrante partido de la liga mexicana. Luego de una anotación de Jared Borgetti y escuchar su voz gritar el gol y decir:"Esto es para llorar, por esto me gusta tanto el fútbol" no me pude aguantar y empecé a llorar también. Lloraba y no era por el dolor de haber perdido el partido, lloraba porque por primera vez un grupo de personas creyeron en mi, me habían apoyado y eso me tocaba el alma. Un golpe seco de un puño en el cristal lateral de mi carro me sacó de mi momento. Bajé el volumen del radio y el cristal de la ventanda del carro. Era uno de los guardias que cuidaban el parque, con cara curiosa preguntó:"Le pasa algo amigo?". "No jefe, escuchando una canción en la radio que me hizo recordar una ex novia" le mentí. Cómo explicarle a un dominicano que lloraba por una partida de fútbol?. A un dominicano que lo único que entiende se llama deporte es el baseball. Encendí el carro y mis lágrimas se fueron secando de a poco. Todo el camino fui gritando maldiciones, contra mi mismo por no haber tenido la habilidad de evitar la barrida de Menthol; al maldito gobierno por no cuidar los terrenos deportivos y ser estos algo parecido a un corral de caballos. Maldije al suizo de la mierda por no haber pitado la falta, al pendejo de Joao Havelange y su lambiscón Joseph Blatter por haberse inventado una regla tan absurda como el gol de oro.

Llegué a casa y mamá tuvo el tacto de no preguntar nada sobre el partido, bien sabía ella como llegaba cuando el resultado era favorable. Una ducha de agua tibia y me dediqué a soñar con el campeonato del siguiente año, a lo mejor  no llovía y la suerte mejoraba. Todavía me dolía el tobillo.



Rafael Rodríguez Torres

Nota:Aquí no hay mucho de literatura. El relato escrito es una especie de homenaje para mi equipo de fútbol, el Independiente Fútbol Club y todos los muchachos que por allí pasaron. Algunos desde muy niños hasta hacerse adultos; otros que aún permanecen llevando con orgullo la camiseta del equipo. Para todos ellos es mi forma de decirle: Gracias!.

Independiente F.C.(1999)
Lorenzo Bergaglio, Kevin Toribio, Paul Kaufman, Aníbal Núñez, Nelson Méndez, Leonardo Meléndez(Pilo), Marcos Meléndez, Edwin Guzmán(Coco), Jon Manuel Vargas(papá Pitufo), Iván Pérez(Chinchulín), Richie Valette, César Angeles(Cutico), Leandro Corral, Mariano Corral(el boludo), Geury Toribio, Francesco di Bartolo(Dibba), Francis Castillo, David Eguren, Juan Moreno(el chivo), Miguel Rodríguez Torres y Cali Durán.

1 comentario:

Lil dijo...

Se me aguan los ojo! Me quedo con el PIERDAN SI QUIEREN como motivación de vida.