lunes, 19 de octubre de 2009

Gloriosos Años 70's...

Meneito
“En esta esquina, con un peso de setenta y dos libras, y una estatura de cuatro pies y ocho pulgadas: Kid Meneito!”. El bullicio era ensordecedor, el púgil se paseaba contento por el cuadrilátero en su danza previa al combate. Siempre vestido con una lujosa bata azul turquesa con su nombre en la espalda, zapatillas blancas con las iniciales de su nombre dibujada en los lados. Los cordones llevaban prendidos un par de cascabel que con su tintineo hacían de tus peleas una fiesta.
Caminas por las calles de la ciudad de arriba abajo, de norte a sur como un errante en busca de su destino. Tu pelo aún lo llevas largo y con esa barba de años sin ver navaja pareces una versión en miniatura de Jesucristo. Luces infinidad de sombreros, hoy llevas uno de paja bien grande, pantalones vaqueros que hacen juego con tus botas de cuero color marrón. Todavía conservas la correa de hebilla grande, recuerdo cuando la mandaste a hacer, así cuando ganaras el campeonato mundial grabarle los datos de tan importante hecho. Me miras y sonríes, el oro gastado por el descuido y los años aún brilla en tu boca. Nos abrazamos, tomamos pose de peleadores, lazamos puños al aire, nos mofamos uno al otro, ¡Coño, qué grande eras!.
“Uno, dos, tres…nueve, diez, fuera!. El ganador por nocaut y todavía invicto, Kid Meneito!”. “Meneito campeón, Meneito campeón” gritábamos hasta quedar sin voz, tu brincabas en el ring con los brazos en alto en señal de victoria. Por tu nariz se escapaban dos hilos sangre, el ojo izquierdo delataba la inclemencia de los derechazos que aterrizaban en tu pequeña cara, pero tu ánimo te permitía un combate más, como la noche en que “el tumba coco” te retó luego de propinarle una paliza a su hermano:”Meneito, te desafío. Pon la fecha y el lugar”. Sin importarte las cincuenta libras que te llevaba, que sobrepasaba tu estatura por más de diez pulgadas, no podía defraudarnos y lo invitaste a que subiera al cuadrilátero en ese momento, nosotros nos encargamos de intimidarlo con nuestros ataques. El, confundido, no supo que decir y cuando recordó que estaba medio borracho ya iba camino al hospital. El periódico del lunes te dedicó la primera página de la sección deportiva:”Kid Meneito propina dos nocaut en una noche, reclama una oportunidad por el título mundial”.
Nos despedimos luego de prometernos seguir en contacto. Sigues caminando, miro tu cinturita contonearse a cada paso, de ese bailecito al andar te vino el apodo. Ya hubiese querido seguir conversando contigo, recuerdo cuando estabas en pleno apogeo de tu carrera, cobrabas trescientos pesos por velada, nos llevaba a todos a la cafetería de Máximo frente a la plaza Valerio a comer rikitaki con batidas de mango. Por lo general Maritza, tu novia, estaba a tu lado acariciando tu tan maltratado rostro, haciendo planes futuros, boda cuando lograras ser el campeón del mundo, hijos, una casa, no paraba de pedir, de soñar. Los años fueron pasando, cada vez era más difícil ganar con tus limitaciones. El campeonato nunca llegó, muchos dijeron que era culpa de tu diminuta estatura, que era muy liviano hasta para el peso mínimo del boxeo, que sería una masacre. El dinero se fue esfumando, tal parece que era cómplice de Maritza, no se supo nunca de ella. La derrotas fueron aumentando en tu récord, casi pierdes la vida en una pelea ilegal contra un tipo con más de cien libras de ventaja. Tu profesión era el boxeo, era tu vida. Nunca fuiste a la escuela, un hijo del “Bodega”, tu entrenador, se hizo abogado y te contrató como mensajero. Recorre a pie toda la ciudad ante la indiferencia de los transeúntes que parecen no recordar que ahí va el gran campeón Kid Meneito!.
Rafael Rodríguez Torres

viernes, 16 de octubre de 2009

Ahora les hablaré de mi...

La Prima del Presidente
Mi tatarabuelo, Jorge Abdullah llegó a la isla a inicios del Siglo XX. Junto a él llegaba su mujer, Galina, su prole de ocho hijos, todos menores de edad. Mi tata no hablaba nada de español, apenas árabe y un poco de francés. El funcionario de aduana que les recibió no se percató de que los árabes por costumbre escriben primero su apellido y luego el nombre, por lo que de entrada ya mis parientes perdían su apellido. Cuando el tatarabuelo notó el error quiso seguido corregirlo, ya estaban radicados en Santiago. Tras varios viajes a Santo Domingo y haber gastado más dinero del que podía en sentencias de cambio de nombre, parece que alguien se condolió del turco (como le llamaban) y le dijo:”Es mejor que deje eso así”.
Mi madre, biznieta de Jorge, a pesar de que el cambio del apellido le agradó porque siempre decía que no era sano en un país católico llevar un nombre musulmán. A diferencia de sus primos, nunca quiso enterarse de su cultura, sus raíces y el apellido Jorge le encajó a la perfección. Sin querer fue una víctima indirecta del accidente aduanal. Habían pasado los años y Salvador Jorge Blanco, otro descendiente de árabes que sufrió el mismo percance, había ganado la presidencia de la república. Esto, para otras personas a lo mejor hubiese sido de mucho provecho, para nosotros fue todo un calvario.
Cuando Salvador tomó posesión como presidente de la República el 16 de Agosto de 1982, tremenda sorpresa nos llevamos al encontrar uno de los policías del cuartel del barrio parado en el portal de la casa, como si fuese un agente del servicio secreto presidencial. Esto le sumó unas cuatro nuevas bocas que alimentar para papá que ya de por si estaba sobrecargado (seis hijos y dos sobrinos).
El primer fin de semana en el mandato del “primo” salimos al campo como era la costumbre de la familia, al regresar descubrimos que la casa se había convertido en una especie de comité de base del PRD(Partido de la Revolución Dominicana). Irónicamente, en casa, todos hemos sido anti perredeístas por convicción. A papá aquello le asqueaba; mendigos, vividores partidistas tendían sus manos al salir o llegar el viejo. De nada sirvió que mi padre tratara de explicarle que mi madre a pesar de tener el mismo apellido que el presidente no eran parientes. “Los Jorge son una sola familia” gritó uno desde la multitud. Con mamá, la cosa era diferente, le pasaban recetas, papelitos con mensajes escritos:”Ayúdeme doña, que no tenemos pa’ comer hoy”. La despensa sufría asaltos repentinos cuando alguno lograba conmover a mamá, algo que era muy frecuente. Al lograr su objetivo se iban malhumorado y maldiciendo por lo poco que le regalaba mi vieja. Muchos eran tan descarados que delante de ella decían:”A ésos le mandan un cheque pa’que lo reparta en el barrio y mira con la caballá que le saltan a uno”.
El país se fue hundiendo de a poco, el “primo” pronto demostró su ineptitud en el cargo. La crisis arropó a toda la población, pero en casa me atrevo a decir que fue al doble. El 24 de Abril de 1984, la República Dominicana vivió un evento, que luego los sociólogos catalogaron como: Una poblada. Todos salieron a las calles a protestar por el alto costo de la vida, el alza del dólar y mil cosas que ya no recuerdo. La gleba volcó su rabia contra nosotros, apedrearon la casa, incendiaron varios neumáticos de carro frente a la casa. Pintaron las paredes con amenazas de muerte y ofensas personales a cada uno de nosotros. Los policías que siempre estaban en el frente, habían desaparecido antes de iniciar los disturbios. Algo que me llamó mucho la atención fue el hecho de que de los protestantes más agresivos en contra de nosotros eran los mismos que esperaban fijos su dádiva semanal. La expresión de sus rostros aún me causa terror.
Luego de una semana en pleno caos, cientos de muertos y heridos, miles de detenidos, la calma llegó. El “primo” a duras penas pudo concluir su periodo. El PRD fue derrotado en las elecciones de Mayo de 1986 por el dictador enano. El candidato presidencial del PRD, otro turco; Jacobo Majluta, acusó al “primo” de haber ayudado en el fraude. El “primo” no sólo era un gobernante inepto, también traidor. Cuando el dictador enano tomó posesión del cargo, lo primero que hizo fue acusar al “primo”, el que le había ayudado a volver al poder de nuevo, de malversación de los fondos del estado, asociación de malhechores y otras cosas que no me llegan hoy a la memoria. Fue condenado a veinte años de prisión. El juicio fue todo un espectáculo de circo, como el que nos tuvo acostumbrado el dictador enano durante su tiranía de doce años. A pesar de la condena y la vergüenza pública, creo que al “primo” le fue mucho mejor que a nosotros; por lo menos tuvo un juicio y el derecho a defenderse, algo que nosotros no tuvimos. Fuimos sentenciados en contumacia por todos en el barrio como culpables de todas las atrocidades cometidas por el gobierno durante “la poblada”.
Pasamos a ser parias, nadie nos saludaba. Los policías que cuidaban la casa nos ignoraban. Estuve consciente de la gravedad del asunto cuando mis viejos dijeron:”Nos vamos pal’norte, aquí ya no se puede”. Empacamos lo que pudimos llevar y nos marchamos. Al llegar al aeropuerto Internacional de las Américas en Santo Domingo recordé al tatarabuelo Jorge Abdullah, coincidencia del destino, el funcionario de aduana que nos atendió, también era o se hacía el bruto. Parece que el cargo causa ciertos efectos negativos en las neuronas cerebrales. Tomó el pasaporte de mamá, al leer preguntó, como para estar seguro:”Me repite su nombre por favor señora”. Luego de un largo suspiro y lanzarle aquella mirada de enojo que tan bien conozco, respondió: “Mercedes Abdullah de Rodríguez”.
Ya en New York, lo primero que hizo mamá fue cambiar su apellido, algo que resultó demasiado sencillo, ya hubiese querido el tatarabuelo dar con un país tan organizado como los gringos. Hoy día, cuando movido por la curiosidad que me provocan los cementerios, visito el panteón familiar, imagino a Jorge Abdullah contento de que mamá a pesar de haber negado la mayor parte del tiempo su origen, fue la única que cambió su nombre al original sin importar los motivos que la llevaron a tomar tal decisión.
Nota:El verdadero apellido de mamá es Turbay, el cual fue cambiado por Jorge al llegar mi tatarabuelo al país en el 1905. Realmente es prima del ex presidente Salvador Jorge Blanco, asunto del cual nunca habla.
Rafael Rodríguez Torres