domingo, 28 de junio de 2009

Los 80's...Sicodélicos, confusos.


Rafelito Cementerio...

"Una noche a mi lado y hasta los más valientes tiemblan, siento como el miedo se apodera de sus cuerpos y como el diablo, cabalga a mi lado." Marguerite Duras

“-Despierta, te busca un hombre allá afuera”-gritaba mamá al momento que me sacudía de un pie, no imaginaba quien podría ser a esta hora de la mañana, aunque luego de mirar el reloj, que era el único adorno de las paredes desnudas de la habitación, comprobé que era casi mediodía. La noche fue de fiesta, alcohol y sexo. Salí a la calle en busca del osado que interrumpía mi sueño, no sin antes pasar mis dientes por la rutina diaria de pasta y cepillo dental. La cabeza me recordó que había abusado de los tragos, el ron malo mezclado con soda es una bomba al día siguiente. Juré nunca más beber, aunque esa promesa en infinitas ocasiones la rompí en el pasado. Al llegar a la calle noté la figura demacrada por la mala vida de Roberto, al que todos llamaban "El Come Candela", uno de los secuaces más peligrosos de "Rafelito Cementerio", el matón del barrio. Me acerqué con el temor de quien espera lo peor, de sólo verle la memoria se me estaba aclarando, con tipos como este hay que andar con cuidado.

-Rafelito viene pa'ca a matarte-me dijo sin muchos preámbulos-Me pidió que te avisara, que si no te encuentra pagarás con tu familia, lo mejor que puedes hacer es enfrentarlo-continuó diciendo con un tono fatalista que parecía estar leyendo una sentencia a un condenado a muerte.

-Si por manos del diablo tú decides pelear y lo matas, el problema va a ser mayor, sus hermanos van a querer vengarse el mismo día con quien sea-"El Come Candela" se marchó con un "ya tú sabes" y una ligera sonrisa en su
rostro como diciéndome "te jodiste".

Corrí hasta el inodoro y di riendas sueltas a mis intestinos. Por lo general los nervios me atacan provocándome unas diarreas imparables. Pensé que si ya estaba cagándome del susto con escuchar a "El Come Candela", cuando tuviera a Rafelito de frente me moriría. Rafelito se ganó el mote de "Cementerio" porque con todos los que había enviado a rendirle cuentas a San Pedro se llenaba el municipal de la Treinta de Marzo. El gran misterio era como este asesino que se vanagloriaba de sus fechorías aún seguía libre, alguna conexión con un jefe de los de arriba tenía que gozaba de tanta impunidad.

Reconozco que soy el único culpable de este problema, Rafelito, cuya palabra en el barrio es ley, emitió llamémosle así un decreto, el cual yo, embrutecido por el alcohol decidí no sólo romper, sino también burlarme de su derogador. Hace más de un año la desgracia llegó al vecindario vestida de mujer, procedente desde New York, con su cuerpo de modelo de Play Boy, una coquetería tan natural que de verla una vez supe que omitiría una locura. Vanessa, que en materia de hombres no es tacaña, también tuvo sus desaciertos, se entregó una noche a "Cementerio" quizás por curiosidad, pero que el matón dedujo sería eterno. Por más que ella trató de librarse del yugo impuesto por su amante, de una u otra forma él lograba tenerla, en muchas ocasiones valiéndose de la fuerza. Una vez, un muchacho que ignoraba la situación la visitó, no sé quien le fue con el chisme a Rafelito, se apareció en la casa de Vanessa blandiendo su cuchillo y atacó al asustado Romeo que solo atinó a correr, logró escapar porque Rafelito siempre anda totalmente drogado. Esa noche proclamó que Vanessa le pertenecía y pobre de aquel que intentara acercarse a ella, con su vida pagaría tal atrevimiento. Yo debí tatuarme dicha amenaza en mi cuerpo, así nunca la hubiese olvidado como lo hice anoche. Era noche de carnaval, celebramos una fiesta en el club del barrio, no reparamos en gastos. Como en todas las fiestas ella andaba sola, a Rafelito eso de bailar no le va. Ella siempre me gustó, pero anoche tenía un toque divino y esa manera de mirar, me arriesgué y la invité a bailar, nos pegamos tanto uno al otro en plena pista que todos se detenían a mirarnos asombrados por lo que sucedía, varios se me acercaron diciendo que estaba jugando con fuego, otros me recordaban que a Rafelito nadie se atreve a desafiarlo, no les hice caso. Nos fuimos abrazados a internarnos en el más negro de los callejones que fue testigo del desenfreno que nos envolvió. Antes de abandonar el local grité airado por sus besos, que Vanessa cambiaba de dueño, que todos le temían a la fama de tabarrón que Rafelito ostentaba, pero que sólo era eso: fama. Hoy, encerrado en mi habitación maldigo el momento en que quise pasarme de bravo, mi cerebro no reaccionaba con lucidez ante el vendaval que se aproximaba. Luego de varias horas de comerme las uñas y dar paseitos cortos por la alcoba me llegaron varias ideas. La primera, ir directo a la policía y pedir ayuda, aunque los polis más bien lo ayudarían a él a liquidarme de ser necesario, he visto como todos en el destacamento le rinden pleitesías. Mi segunda opción era huir como el cobarde que soy, pero mi familia que nada tiene que ver en este lío pagaría las consecuencias, mi último recurso es hacerle frente, pero sacar valor para verle a los ojos a un hombre como ese, es conocer el rostro de la muerte; lo más sensato es hablarle, pedir disculpas, decirle que fue un error, que soy su amigo, pero él siquiera me miraba cuando nos encontrábamos, siempre busqué su amistad por el temor que me inspiraba, nunca correspondió, no creo que entre en razón. Llamé a mi mejor amigo, Juan Luís, él puede ayudarme. Con manos gelatinosas tomé el teléfono, tras varios intentos fallidos logré al fin marcar correctamente. Juan Luís respondió y al escuchar mi voz dijo:"Te jodiste mano, Rafelito te anda buscando, sabes
pa'qué, te lo advertí y no hiciste caso".


-Comprende que me equivoqué, pero puedes salvarme, habla con él, trata de convencerlo, tal vez te hace caso- le supliqué casi llorando.

-Bueno, veré que hago, no prometo nada, sabes que el tipo es loco, debiste pensar las cosas antes de actuar así- me dijo- yo te llamo cuando regrese- y colgó.

Juan Luís me va ayudar, sé que sí. El tiempo pasó rápido, Juan Luís no llamaba por lo que decidí tomar la iniciativa, no estaba en la casa, regresé al inodoro a botar un poquito de estrés, el teléfono timbró, de seguro mi
amigo con la buena noticia.

-¿Aló, Juan Luís, cuéntame, qué pasó?- pregunté desesperado
Del otro lado del aparato escuché una respiración profunda que espantaba, colgó y creí seguir escuchándole, volvieron a llamar varias veces manteniendo ese silencio sepulcral, hasta que ya no pude más, las piernas se me doblaron, apenas pude colgar el teléfono para luego correr hasta mi centro de relajamiento, sentado en el inodoro tomé una decisión: Vendería cara mi vida! Papá guardaba en su closet un calibre treinta y ocho, del cual nunca me enteré que marca era. Iría por el arma y lo tomaría a escondida, Rafelito me va a demostrar ¡que tan guapo es! El hierro me esperaba como un amigo fiel para servir de ayuda. El simple contacto con el metal me produjo una sensación que nunca había experimentado. Sabía que uno de los dos debía morir hoy. Nunca he usado un arma y a Rafelito una pistola parece no asustarle; Simón, el de la compraventa, le encañonó en cierta ocasión que discutieron, "Cementerio" le fue encima, lo desarmó y le asestó varias puñaladas, a pesar de la rápida intervención de los médicos, nada pudieron hacer por el pobre Simón. Si eso fue a uno que siempre lidió con armas, a mí me la quita sin pestañear, no le puedo enfrentar; sería una locura. Me decidí hacer esto porque era lo más fácil y donde seguro estoy que ningún inocente se vería involucrado. Tomé el revólver en mis manos, lo acerqué a mi cabeza hasta que sentí el frío cañón en mi sien, accioné el gatillo y solo recuerdo una ráfaga de calor que me empujó con violencia al suelo, un liquido tibio corría por mi cara hasta nublarme la vista, se escucharon pasos apresurados, abrieron la puerta y mamá lanzó un aullido que retumbó en toda la casa, no sé como aún puedo escucharla si ya debo estar muerto, a lo mejor el balazo no fue letal y me salve, Rafelito quizás me perdona. Los gritos aumentaron con la llegada de varias personas que levantaron mi cuerpo inerte y corrieron, imagino para llevarme al hospital. Sentí en mi rostro un aire fresco que me tranquilizó bastante, creo que sonreí, alguien se abrazó a mí y entre sollozos reconocí la voz de Juan Luís
que decía:

-¿Qué hiciste mano? ¿Por qué te desesperaste? Yo venía a decirte que a Rafelito lo acaba de matar la policía en una redada cuando iba a buscarte
para matarte. ¡Coño! ¿Qué hiciste mano?

VI HO PURGATO ANCORA!

Rafael Rodríguez Torres




martes, 16 de junio de 2009

Ahora les hablaré de mi...


Héroe...

El abuelo, como muchos españoles, llegó a la isla apenas con lo justo para sobrevivir. Iniciaba la guerra civil española y tal parece que no le simpatizaban ninguno de los dos bandos y prefirió huir al Caribe. Seguido se casó y tuvo dos hijos, uno de ellos era mi padre, el otro mi tío Lorenzo. El abuelo murió y papá apenas llegaba a los diez años, la vida le cambió y para peor. Se casó bien joven y tomó como hobbie llenar de criaturas el mundo.

Pasaron varios años y de nuevo la familia se vio afectada por una guerra civil, ahora la dominicana de 1965. Mi tío Lorenzo, alma libre alérgica al trabajo fue en busca de papá para enrolarse en las filas constitucionalistas. Papá fue tajante en su respuesta:"No me meto en esas vainas" Mi tío partió hacia Santo Domingo, pasaron varios años y no se supo nada de él, a su regreso ya yo estaba en el mundo con unos dos años, estoy hablando de 1970. Las visitas de mi tío eran frecuente, la casa recobraba una cierta alegría con su llegada, me sentaba en sus piernas y mis hermanos sentados a su alrededor les miraban impacientes para que empezara a contar sus anécdotas sobre la guerra. Mi favorita era la de una patrulla de soldados brasileños que apresaron a mi tío junto a un grupo de revolucionarios. "Você está indo morrer hoje" le gritaban mientras los metían a todos en una cisterna vacía de una casa abandonada. La noche les llegó dentro de la cisterna, le suplicaba a sus compañeros de armas que le acompañaran en la fuga, todos se negaron. Tío Lorenzo logró salir justo antes de que llegara un camión repleto de Marines gringos; apenas se había escondido cuando escuchó las ráfagas de los fusiles automático de los americanos. "Aquello fue una masacre coño!" nos repetía(con lágrimas en los ojos). Entonces respiraba profundo, nos miraba a todos como cerciorándose de que le estábamos prestando atención, ahí era cuando empezaba con las especulaciones y mentiras pero era la parte que más yo disfrutaba. "Regresé a la mañana siguiente con un grupo de tígueres de San Carlos, debieron ver aquello, los brasileños salieron corriendo a refugiarse con los Marines, nosotros los seguimos hasta el cuartel de los mismos gringos y allí fue donde la cosa se puso dura". Luego retrocedía varios días en el tiempo y nos contaba su gloriosa participación en la batalla del Puente para finalizar como siempre, llorando, cuando hablaba del armisticio. "Nos traicionaron sobrinos" decía "Fue una canallada".

Nunca lo vi despedirse, se esfumaba una madrugada cualquiera y no volvíamos a saber de él hasta que se le antojara. A pesar de sus mentiras lo consideraba un héroe nacional, anhelaba una guerra civil o una invasión haitiana y así seguir escribiendo con honor las páginas de gloria de nuestra familia. En Abril de 1984 contaba con quince años, ya era miembro del Partido Comunista Dominicano y cuando iniciaron las revueltas el 24 de Abril ya estaba presto para salir a derramar mi sangre de haber sido necesario. Justo antes de abrir la puerta principal de la casa cuando sentí un golpe contundente en uno de mis oídos y la pregunta en tono amenazante de papá:"Para dónde piensa ir culo cagao?" Mi batalla fue librada dentro de mi propia casa, le gritaba "cobarde", "pendejo" a papá. Luego pude ver en las noticias los saqueos y actos de vandalismos, no era eso precisamente con lo que soñaba.

Entonces el dictador enano volvió al poder y ya me frotaba las manos esperando mi oportunidad, me imaginaba asaltando la fortaleza San Luis, liberando cientos de presos políticos o dinamitando el edificio de la gobernación. La brecha que me separaba de papá se fue agrietando cada vez más, mi tío apenas nos visitaba una o dos veces por año, en varias ocasiones cuando fue a casa yo no estaba y lo lamentaba por varias semanas.

El comunismo se me fue saliendo de a poco, es imposible compartir una ideología tal con una hamburguesa y Coca Cola en la mano. Pasó el tiempo y ya ni asistía a las reuniones del Partido, el dictador enano ya no lo fue tanto, ahora hablaba de paz, de progreso, decidí ignorarlo cuando siguió con los fraudes electorales. Tanto era el ambiente de paz que se respiraba, que hasta con papá me reconcilié, pero eso es tema de otro relato.

Papá una noche decidió rendirse ante el cáncer, mi tío Lorenzo, el que nunca tuvo hijos, el que nos contaba historias sobre la guerra, se pasó unas dos semanas con nosotros, apenas hablaba. De nuevo desapareció hasta que recibimos una llamada unos meses después, había muerto en Santo Domingo. Acompañé a mamá al velatorio, me dio rabia al ver que no era enterrado con la bandera dominicana sobre su ataúd, que no recibió los honores que le correspondían como el héroe que había sido. En el viaje de regreso mamá sin razón alguna me dijo:"Tu padre fue un hombre muy valioso" yo, sabiendo que el dolor por su muerte estaba aún fresco en ella, quise jugarle una broma al comentarle que papá no se atrevió a participar en la guerra de 1965 por miedo a morir. "Te equivocas, no fue por miedo" me dijo "Si peleó, pero una guerra diferente, su propia guerra. Yo estaba embarazada de nuestro quinto hijo, los otros aún pequeños, fuimos su guerra, nunca nos faltó nada". Guardé silencio durante el resto del trayecto.

Varios años después me estrenaba como padre, fue cuando realmente pude comprender las palabras de mamá, mi guerra había iniciado, desde entonces, sólo busco por lo menos igualar las hazañas de papá, todavía sigo peleando.

Vi Ho Purgato Ancora!

Rafael Rodríguez Torres