viernes, 29 de abril de 2011

Leyendas Urbanas...

Predicción Funesta

El haitiano Bryan se paraba cada noche frente a la cancha de básquetbol a predicar ¨la palabra¨ con su voz estruendosa mientras jugábamos. Entre pases y tiros al aro, el moreno sacaba una petaca y se anotaba un trago de ron.

Bryan era un hombre alto, corpulento, parecía uno de los luchadores de la WWE. Siempre vestido de negro, traje y corbata, la camisa variaba. Una Biblia en manos que agitaba sin misericordia a medida que su discurso lo iba enardeciendo hasta llegar al borde de la histeria. Ya nos tenía desesperados, por eso les propuse a los muchachos darle al negro una paliza para que no volviera a pisar siquiera cerca de nosotros; otro muchacho del grupo fue más lejos: ¨Es mejor salir de él, quién va a echar de menos a un haitiano ilegal¨ todos estuvimos de acuerdo.

Acercarnos a él no fue difícil, a lo mejor pensó que sus palabras habían surtido efecto en nosotros, ahí estuvo su error. En el momento en que lo derribamos para someterlo estaba en pleno apogeo de su sermón. Hablaba de lo que había sido en Haití, un chamán maligno que a base de magia negra hizo mucho daño a personas inocentes por encargo, pero que Jesucristo lo había salvado y hecho un hombre nuevo y bueno. Le golpeamos salvajemente para ir debilitando su resistencia, al brotar la sangre se confundió con las gruesas gotas de sudor de nuestros cuerpos; Bryan apenas respiraba. Cargamos con su pesado cuerpo hasta unos matorrales por donde nunca cruzaba nadie, allí lo callaríamos para siempre, de repente Bryan empezó a sacudirse, luchaba por librarse, fue imposible. Saqué mi navaja y disfrutando el momento se la puse en la cara, recorrí su rostro, bajé hasta su cuello con la filosa punta arañando su oscura piel. Bryan me repetía asustado: ¨No haga daño a mi, tú clava puñal a mi y otro clava a ti, y otro…¨ cubrí su boca con una de mis manos, su cuerpo no se resistió al metal que laceraba impunemente su carne, sonreí, saqué la navaja y volví la clavé con más fuerza varias veces, no encontré su alma. Sin hacer ruido se quedó dormido, su rostro así sereno me pareció como si estuviera rejuvenecido, la luna le daba un cierto toque, me atrevería a decir ¨divino¨ fue entonces cuando tuve la sensación de que algo me quemaba, fuego vivo corrompía mis entrañas, luego sentí frío, vi un cuchillo tinto en sangre abandonando mi cuerpo, dolía. Sentí el mismo fuego al penetrar de nuevo, ya no pude volver a sonreír. Caí, asombrado miraba la cara de mi asesino, uno de mis amigos que a su vez era atacado por otro del grupo y este por otro que le asesinaba y era asesinado. Así quedamos, amontonados en un charco de sangre hasta que nos encontraron bien entrada la mañana. Nadie se pudo explicar porqué cuatro jóvenes amigos de infancia pelearon entre sí.

En mi velatorio, en medio de todo el llanto de familiares y amigos, el hermano Bryan, el haitiano que siempre viste de negro, fue quien leyó el panegírico.

1 comentario:

Edgar Peña dijo...

wow esta excelente, esta todo bien estructurado el diseño los escritos todo excelente.