sábado, 16 de abril de 2011

De los amigos que partieron...

Roberto

El mismo día que nací, una vecina daba a luz un niño al que llamó Roberto. Cuando mi madre y esa vecina se enteraron de sus respectivos embarazos formaron una especie de cofradía que todavía hoy perdura.
Las embarazadas se sentaban en el portal de mi casa a planificar nuestro futuro; nos imaginaron grandes amigos, nos convirtieron en médico y abogado, nos casaron con mujeres hermosas y se imaginaron cuidando los nietos.

La vida toma rumbos que muchos nunca llegamos a comprender, Roberto y yo no llegamos a ser los grandes amigos que nuestras madres pensaron en su momento. La última vez que vi a Roberto ha de hacer unos treinta y cinco años si no me equivoco. A su madre siempre me la encuentro, ya sea cuando va de visita por casa o caminando por las calles de la ciudad. Siempre que nos vemos luego de saludarme me dice lo mismo: ¨El primero de agosto vas a cumplir tantos años, al igual que Roberto¨. Nunca le pregunto por él, guardo silencio y busco una excusa para seguir.

En mis cumpleaños recibo una postal de su parte con el mismo mensaje cada año: ¨Felicidades Rafael, que Dios te proteja hoy y siempre¨

A pesar de tener la misma edad, Roberto siempre fue más alto y despierto que yo. Asistimos a la misma escuela y pronto llamó la atención de los profesores con sus ocurrencias. Al iniciar el tercer curso de básica tuvo el atrevimiento de decir que quería morir a los treinta y tres años como los tres hombres que más admiraba en la vida: Jesucristo, Bruce Lee y el Ché Guevara (1). Dijo que practicaba Full Contact con su padre lo cual era mentira, su padre los había abandonado para nunca saberse de su paradero. En el barrio comentaron que se había ido como polizonte en un barco francés, otros susurraban que el dictador Enano lo había mandado a desaparecer; no faltó alguno que se atrevió a insinuar que el padre de Roberto había sido abducido por extraterrestres.

Al terminar la universidad me fui del país, y fue en tierras extranjeras cuando empecé a echar de menos a Roberto, me sentaba en un café a especular qué habría sido de nosotros ya de adultos de haber seguido en contacto. Me preguntaba si realmente hubiésemos sido los mejores amigos, o como nuestras madres pronosticaron, hermanos. Mi andanada de recuerdos con Roberto dio inicio un frío sábado en el D.F., sábado de sacrificarme a no ir al fútbol para comprarle a mi madre un presente. Ella había sido explicita, quería un rosario de la virgen de Guadalupe y que fuera comprado y bendecido en la propia basílica que está frente a la plaza de la Constitución. Al llegar a la plaza donde se encuentra el templo vi una pared que servía de mural improvisado, fue lo que me hizo recordar a mi amigo Roberto, en el mural estaban pegadas cientos de fotografías de niños desaparecidos y los teléfonos de contacto. Me transporté mentalmente a una calle de mi barrio una tarde de otoño de 1975, un carro se detuvo frente a unos niños que jugaban; dijeron los testigos, tomaron a Roberto por un brazo y lo metieron dentro, escaparon sin que nadie pudiera reaccionar a tiempo.

A medida que pasaron los años fui escuchando diferentes versiones de lo que pudo haber ocurrido, hablaron de venta de órganos, venganza de algún enemigo del padre y hasta mencionaron a Mano Blanca (2).

Regresé a Santiago y tuve la oportunidad de volver a ver a la madre de Roberto, como siempre hablaba de mi edad, y yo siempre buscaba una excusa para evitar la situación.

Hace poco murió el hijo de un buen amigo, de los que uno considera hermano, su hijo apenas iba a cumplir los cinco años. Al ver el rostro de mi amigo descompuesto por el dolor no supe que decirle y le abracé, al hacerlo sentí que también abrazaba a la madre de Roberto, aquel abrazo que le había negado durante tanto tiempo.

Unos días después tocaba a su puerta, no se sorprendió al verme, me esperaba. Nos sentamos en la terraza de la casa, puso una humeante taza de café en mis manos y sacó un álbum de fotos de Roberto. En una de las fotos yo aparecía a su lado, ambos disfrazados de vaqueros en una durante el carnaval. Me fijé en sus ojos, los vi triste, ausentes, como si no fuera el mismo niño extrovertido que recordaba.

Ahora la visito por lo menos una vez a la semana, casi no hablamos, nos comunicamos con nuestro silencio, un silencio reconfortante que nos llena de valor. Siempre miro sus fotos y cada vez estoy más convencido que más que amigos hubiésemos sido hermanos.


Para Charles Jr.García Domínguez (R.I.P.)

(1)A pesar de que Roberto dijo en el aula de clase que los tres hombres habían muerto a los 33 años, estaba equivocado. Bruce Lee iba a cumplir 33 al momento de su muerte, Jesucristo se dice tenía 38, y lo de los 33 viene por un error al empezar a utilizar al calendario gregoriano. El Ché Guevara murió de 39 años.
(2)Mano Blanca fue un asesino en serie que se hizo famoso en los 70´s en la República Dominicana, es parte del cuento: Mano Blanca que pueden leer en este mismo blog.

2 comentarios:

kari dijo...

Es un cuento que acapara la atención desde el primer momento, evoca sentimientos pasados y presentes, descritos entrecruzadamente de manera magistral, conserva el estilo que da ocasión al nombre del blog.

Rafael cine dijo...

Gracias por tu comentario.