viernes, 11 de marzo de 2011

Ahora les hablaré de mi...

Querido Doctorcito

-Don José se está agonizando y lo único que pide es verte, quiere pedirte perdón-Era mamá quien estaba al otro lado del teléfono y me contaba aquello.

-De cuál don José hablas? Conozco a varios don José-Le dije porque ya sospechaba lo que me iba a pedir luego, ir al campo donde vivía para cumplir el último deseo del futuro difunto.

-Sabes bien de quien estoy hablando. Quiero que salgas ahora mismo, a lo mejor y no ha muerto para cuando llegues-Dijo enérgicamente.

-Sí, a lo mejor no se ha muerto cuando llegue, pero igual y lo encuentro en coma y ni se entere que he ido-

-No importa, ve!, así la familia sabe que cumpliste-

-Es que yo no tengo que cumplir con nadie mamá-

-Eres mi hijo y te adoro, pero eres un ser lleno de rencor, eso no te hace bien mi amor, olvida el pasado, ya eres un hombre, pronto vas a ser padre, piensa en tu hijo, en tu esposa-

De pronto la voz de mamá se fue apagando hasta no escucharla a pesar de que estaba consciente de tenerla todavía al teléfono. Me miré al espejo que se encontraba al lado de la mesa donde estaba el aparato telefónico. Me miré y ya no era yo, por lo menos no el yo adulto, sino el niño de cinco años que fui. Me miré jugando en la terraza de la casa donde nací y viví por casi veinte años, papá estaba vivo y aún era joven, apenas unas canas asomaban en su pelo negro y rebelde. Era domingo, por lo general los domingos varios amigos, parientes, compadres, comadres pasaban por casa a saludar, algunos se quedaban a almorzar y no se marchaban hasta el anochecer con cena incluida.
Ese domingo estaba con papá y mi hermano viendo con beneplácito la nueva camada de gatos que habían nacido durante la semana. La madre era una gata blanca que por su tiempo en la familia, antes de mis padres casarse, era considerada como un miembro de la familia como cualquiera de los dos hijos. Había parido cuatro preciosos gatitos, a lo mejor por ser el menor de los hijos papá me dijo:

-Elije uno para ti-

Sin pensarlo dos veces señalé un gato blanco con manchas negras en los ojos y las patas.

-Parece un doctorcito-dijo mi hermano, y le llamamos así, el doctorcito.


Los visitantes fueron llegando y yo orgulloso mostré a todos mi nuevo gato. No hubo alguien que no elogiara lo hermoso que era, uno de los visitantes, un compadre de mis padres, don José, mostró un franco interés en llevarse el doctorcito a su casa.

-Aún está muy pequeño-le dijo papá y el asunto se olvidó por el momento.


El sol estaba radiante aquella mañana de domingo, me senté como de costumbre a deleitar mi taza de café en el balcón de mi apartamento. Calculaba el tiempo que me tomaría ir, estar en la casa con los parientes de don José, volver, era imposible regresar antes del anochecer. De nuevo sonó el teléfono, era mamá bastante enojada.

-Porqué me colgaste? No pienses que estás grande para mí…y irá a cumplir o no me llamo…-


El doctorcito se fue haciendo fuerte con los días, verlo jugar con sus hermanos era todo un pasa tiempo para la familia. Miraba a papá y comprendía seguido mi intención, su respuesta siempre fue la misma:

-No vamos a llenar la casa de gatos, te dije que sólo podías quedarte con uno, pero no más-


Ese fin de semana llegó de visita don José con todos sus hijos, algo me dijo: ¨ esconde el gato ¨ pero entre el pensar y el hacer pasó demasiado tiempo y flechó su mirada de nuevo en el doctorcito, se fue en halagos con el felino, no paraba de mencionar lo feliz que le haría tener un animalito que le hiciera compañía. Era mas que evidente su deseo de poseer al doctorcito. Papá un tanto indeciso le dijo que precisamente ése yo había elegido.

-No me niegue el antojo compadrito-manipuló a mi padre

-Es que se lo prometí al niño-Apenas susurró papá bajando la mirada para no encontrarse con la mía.

Cuando se es niño no tenemos una noción clara del tiempo, las horas pasan y no tenemos conciencia de las mismas. Ese domingo no recuerdo haber hecho otra cosa, de repente ya era lunes y tuve que ir a clases, para entonces cursaba el kindergarten. Regresé a la casa y lo primero que hice fue preguntar por mi juguete favorito, el doctorcito. Nadie me pudo responder, di inicio a una búsqueda por toda la casa, el patio, donde los vecinos y el doctorcito no aparecía. Volvía a preguntar, mamá me evitaba, tomaba el teléfono y fingía hablar con parientes y amigas de temas banales, me desesperaba. Mi hermano quedó en silencio al preguntarle y se marchó.

-Fue don José quien se lo llevó!-Grité enfurecido.

-No tienes prueba de ello, sabes que no es bueno acusar a alguien sin estar seguro-Me reprochó mamá

-Fue él, no lo niegues. Vamos a ir a su casa y me lo va tener que devolver-Dije resuelto.


Cuando papá llegó del trabajo fue víctima de mi rabieta, quería mi gato de regreso como diera lugar. Me negué a ingerir alimentos, casi abandonaba mi huelga de hambre cuando mamá me prometió que el próximo fin de semana iríamos a la casa de don José a ver si tenía el gato.
Durante la semana uno de los hijos de don José pasó por la casa, trajo unas gallinas de regalo para mamá de parte de su padre. No desperdicié la oportunidad para reclamarle mi gato y que en el fin de semana iría a buscarlo. El domingo siguiente fue imposible salir, un huracán azotaba la isla y no era prudente el viaje. Ante una nueva rabieta las promesas de mis padres aumentaron, sin falta el domingo siguiente iríamos a buscar el doctorcito.

De nuevo sonaba el teléfono, ya sabía que era mamá otra vez, las excusas se me acababan y ella no iba a ceder.

-Por qué no te has ido?-Preguntó

-No he decidido ir aún, creo tener ese derecho, no?-Le dije desafiante.

-Rafael, el perdón es divino, ve a la casa de don José. Escucha lo que tiene que decir, hazme caso mi amor-

-Te llamo en una hora mamá-

-A lo mejor en una hora ya ha muerto, llegar a su casa toma casi una hora, anda hijo, hazlo por mi-


El domingo en cuestión emprendimos camino bien temprano, al llegar fui el primero en salir del carro, corrí hasta la casa voceando:

-Ladrón!, devuélvame mi gato-

Don José salió a mi encuentro con una fusta que usaba para montar, al escuchar mis acusaciones en su contra me asestó un golpe con la fusta como si le pegara al lomo de uno de sus caballos.

-Mira muchachito culo cagao´, quién carajo te crees para venir a mi casa a manchar mi nombre y el de mi familia con acusaciones como esa. Si el compadre no te ha dado educación yo le hago los honores-


A punto de echarme a llorar, no tanto por el golpe, mas bien por sentirme intimidado por haber enfrentado a un adulto le dije:

-Yo quiero mi gato-

-Yo tengo un gato muy parecido al tuyo; pero, a tu gato le falta una oreja?-Preguntó, luego dijo:-Sígueme-


Caminamos hasta el corral donde estaba acurrucado un gato blanco con manchas negras en los ojos y las patas igual al doctorcito, como había dicho don José, el gato era idéntico al doctorcito excepto por una de sus orejas que se notaba había sido mutilada recientemente.

-Ese es tu gato?-Preguntó visiblemente enojado.

-Se parece, pero al doctorcito no le falta una oreja, no lo es-Admití y me eché a llorar.


Pasé todo el día llorando, la culpa me agobiaba. Cuando nos sentamos en la mesa para almorzar todos me miraban en silencio, no pude siquiera probar un bocado de lo que me sirvieron. Regresamos a la casa ya entrada la noche, al llegar fui directo donde estaba el resto de los gatos, uno por uno, incluyendo la madre, los fui estrangulando con mis manos. Sus cuerpos quedaron inertes, uno encima del otro como si durmieran, aquella noche el niño que había en mí también murió.


Corrí hasta mi carro y conducía de prisa, antes de media hora estaba entrando a la propiedad de don José. Entré en la casa y una de sus hijas salió a recibirme.

-Papá no ha dejado de preguntar por ti, quiere verte- Me dijo.


Pasamos a una habitación enorme, casi a oscuras, dos mujeres rezaban el rosario. Pregunté a la hija si era posible que me permitieran hablar a solas con don José, a una señal casi imperceptible las mujeres se pararon y salieron junto con la hija. Poco a poco fui adaptando mis pupilas a la penumbra. En la pared estaba colgada la fusta de montar, don José me miraba en silencio, pude apreciar el estuche de una navaja de afeitar de las antiguas en la mesita de noche, me acerqué más a la cama sin quitarle la vista a su rostro moribundo, no lo saludé.

Manejaba de regreso a casa lentamente, contemplaba el paisaje extasiado ante el verdor del panorama, el celular me sacaba de mis pensamientos al no dejar de timbrar incesantemente, lo tiré por la ventana. Al llegar a la casa dos patrullas de policías me esperaban, al salir del vehículo me rodearon y empujaron al bonete del carro, al tenerme esposado el oficial que comandaba el grupo metió la mano en uno de los bolsillos de mi pantalón y sacó una oreja humana totalmente ensangrentada.

A pesar de que don José no duraba otra hora más con vida fui acusado de homicidio premeditado con alevosía y acechanza. Durante el juicio permanecí en silencio, incluso cuando el juez me dictaba una pena de treinta años y un día. Cuando era conducido por dos policías a prisión mi hermano se acercó a mí, simplemente preguntó:

-Por qué lo hiciste?, qué te hizo don José?-

-Tienes el coraje de preguntarme lo que me hizo?-Le encaré.

-Yo también quería el gato-dijo mi hermano-cuando papá te lo regaló no lo pude soportar, en un momento de rabia fui con el gato al patio y lo enterré vivo, no sabes cuánto me he arrepentido de ello-


Nos miramos por varios segundos, guardamos silencio sin movernos hasta que uno de los policías me empujó y seguimos caminando. Aquel día estaba anunciado un huracán que azotaría toda la isla pero eso no fue motivo suficiente para posponer el cumplimiento de mi sentencia.

1 comentario:

Uapeando dijo...

El cuento posee un argumento realmente bueno con un giro inesperado. Posee verosimilitud, buen ritmo, una técnica con flashback y flashforward. Nunca disminuye la tensión. Muestra el peso de la familia en la vida de las personas de la clase media dominicana. Esta bien ubicado temporalmente, podría ser cualquier año entre 1940 y 1990.
congratulaciones.