miércoles, 5 de noviembre de 2008

Los 80's...Sicodélicos, confusos.

La Novia de los Muertos...

Me dijo que sí tras pensarlo por varios segundos en lo cual dejé el brazo tendido con la mano abierta moviendo los dedos para que se decidiera a bailar conmigo un cadencioso merengue que tenía a todo el mundo meneando la cintura. Llegamos a la pista donde nos confundimos entre las parejas que sudaban apretujando sus cuerpos. Nos pegamos, a lo mejor contagiados por los demás sin pensar en el calor que allí hacía, sin importar que apenas nos conocíamos. Los movimientos de su cuerpo fueron mi perdición. Sus brazos se prendieron de mi cuello con fuerza, no me concentraba en lo que estaba haciendo, por un lado ella, por el otro buscaba con la mirada a mis amigos, si nadie conocido me veía bailar con una mujer así es como si nunca hubiese ocurrido.

Las luces se fueron apagando poco a poco, la suave voz de Ricardo Montaner nos invitó a unir nuestros labios. Dimos paso a las caricias de manos curiosas y exhaustivas. Nunca un merengue fue más inoportuno al regresar cargado de luces de colores que hicieron renacer la vergüenza. "Me tengo que ir" dijo con mirada severa que apagó las palabras. Apenas logré decir:"Adiós". Caminaba ligera, dueña de si misma, parecía flotar entre las personas que bailaban. De repente viró su rostro y al verme sembrado justo donde me dejó regresó. Sus labios rozaron mi oído, sus palabras tocaron mi alma. Entre el bullicio de la música pude escuchar:"Calle seis número cuatro, urbanización tal, ven a las ocho". Se marchó de nuevo y ya no regresó.

El tiempo es cruel, si estamos con alguien que nos gusta pasa rápido, literalmente vuela; todo lo contrario pasa en el trabajo, las horas se empecinan en su lento y desesperante andar. Ese fue mi caso al día siguiente, el sol negado rotundamente a morir, yo con ganas de adelantar el reloj. Salí de casa rayando las siete, ella vivía bastante lejos y no quería llegar tarde a nuestra primera cita. Por primera vez en mi vida anhelaba ser puntual. Llegué a un residencial de casas similares que apenas se diferenciaban una de otra por leves tonos de colores y números negros pegados a la pared. Con desesperación descubrí que habían varias calles número seis; estuve a punto de rendirme por tanto caminar cuando di con su casa. Toqué a la puerta con manos sudorosas, ella abrió, entonces recordé que no sabía su nombre, ella tampoco el mío. Me invitó a pasar visiblemente sorprendida por mi presencia, tal parece que había olvidado nuestra cita. Pasamos a una salita de luz tenue decorada con infinidad de fotos enmarcadas; bodas, graduaciones, fotos familiares, recuerdo escolar, había de todo allí.

Mi primer error fue intentar sentarme a su lado en el mueble principal, saltó como gata a uno de los individuales. Sin perder las esperanzas por mi primera derrota inicié un monólogo de elogios a su figura. Despacio me fui acercando hasta tomarla de la mano, el contacto con su piel y me hizo recordar lo de la noche anterior. Disimulando arreglar su pelo escapaba con cada intento mío. Al ver que yo no cedía me dijo que teníamos que hablar, desde entonces cuando una mujer me dice lo mismo ya sospecho que nada bueno me espera. Empezó diciendo que estaba arrepentida por lo ocurrido la noche anterior, que su ex novio estaba en la disco con otra, se sintió mal y ahí yo aparecí, quiso vengarse por lo que se dejó llevar del momento pero que ella no era así. Agoté mis últimos cartuchos con frases gastadas como:"desde que te vi", "tu aroma". Nada surtió efecto.

Derrotado busqué una excusa para largarme y regresar otro día cuando el ataque de moralidad le hubiese bajado. Me acompañó hasta la calle, como para asegurarse de que realmente me iba. Al ver que no tenía carro preguntó el camino que iba a tomar para salir del barrio. Con claro fastidio en el rostro le expliqué, moviendo su cabeza en señal de reproche señaló una pared de ladrillos pintada de blanco al final de la calle, era la parte trasera del cementerio municipal. Dijo que en uno de los extremos había un callejón que servía de atajo. La idea no me gustó mucho desde el principio pero al escucharla decir en claro tono de burla:"A menos que le temas a pasar por un cementerio de noche" con el orgullo herido emprendí camino en busca del callejón. Al llegar estuve a punto de regresar, no lo hice porque la imaginaba esperando en el portal segura de que no me iba a atrever a cruzar.

El callejón era de unos quinientos metros de largo, una bombilla a mitad de camino. De un lado el camposanto, del otro matorrales. Con falsa determinación inicié la travesía. Miraba desconfiado a un lado y al otro. Sin poder explicar las razones les juro que sentía que desde los arbustos me observaban, escuchaba ruidos, incluso alaridos que me erizaron la piel. El miedo fue tanto que recurrí al viejo truco de cantar en voz alta, eso espanta los temores alguien me dijo una vez. Seguí caminando y mal entonando una canción de Oscar Athié que estaba de moda para entonces. Brevemente me sentí más seguro, fue cuando escuché una especie de lamento del lado del cementerio que me pareció gritaba mi nombre con voz lastimosa, entonces sólo pensé en correr y lo hice, no me fijaba en el camino, miraba la salida del callejón. Sin darme cuenta con qué, tropecé y caí con el todo el peso de mi cuerpo hacia delante, me paré seguido sin hacer balance de las heridas, ahora corría mucho más de prisa y con mucho más miedo. Al borde de la taquicardia llegué a la salida del fatídico callejón pero no paré de correr hasta llegar a la parada de la guagua que me llevaría de vuelta a casa. Llegué a mi hogar y no me había repuesto del susto inicial, esa noche dormí con las luces encendidas, me arropé de pies a cabeza; no sé porqué cuando uno se está muriendo del miedo y decide ocultarse bajo las sábanas siempre hace un calor inaguantable, lo cual ocurrió aquella noche.

Pude sobrevivir la noche pero lo peor me esperaba en la mañana, le había contado todo a mis amigos los cuales esperaban para que le contara todo los detalles. Maldije la hora en que abrí la boca y me juré en lo adelante convertirme en un hombre discreto en cuanto a mujeres se refiere. Al verme preguntaron por mi cita la noche anterior, querían los detalles, simplemente respondí:"Mal". Si siguieron preguntando no los escuché, al final me despedí y dije entre dientes:"A su casa no regreso, ella es la novia de los muertos".

Muchos años después la vi, tenía en brazos una niña de unos tres años la cual supuse era su hija por el gran parecido entre ambas. Había cambiado bastante desde la noche que la visité, ahora mucho más bella y elegante; se ve que los muertos son bien exigentes con la belleza de sus novias.



Rafael Rodríguez Torres

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