Réquiem Para Una Mujer Sola...
Esta casa es demasiado grande para esta sola, encerrada entre sus paredes vuelven loca a cualquiera. Hoy es uno de esos días en que me arrepiento de tantas cosas, ser como soy a veces me da rabia, el haber tenido un solo hijo; Rafael no quiso que tener más, sus razones fueron muchas y variadas. Que ya no se usaba eso de traer muchos hijos al mundo, que mi cuerpo se iba a deformar y él era loco con mi figura. Otro de sus motivo fue la salud, hice un embarazo terrible, casi me muero en el parto, no quiero recordar aquello. Los años pasaron y mi figura irremediablemente se echó a perder, no pude lograr un nuevo embarazo. El niño pronto no lo fue tanto y no me di cuenta de que crecía hasta que un día con un bulto en la mano nos dijo que se iba, necesitaba espacio, pero aquí sobra, nunca lo he podido entender.
Todo luce tan limpio e impecable, no hay nada en que ocuparse en tardes como estas, aburridas, solitarias. El teléfono parece estar fuera de servicio con su mudez aterradora, nadie llama, ni siquiera una llamada equivocada. Preparo otro trago, ya no recuerdo cuántos he tomado. Camino por los pasillos mirando las fotos que adornan las paredes. Cumpleaños del niño, fotos de nuestra boda, graducaciones, momentos felices. Soy una mujer dichosa, matrimonio perfecto de casi veinte y cinco años y aún enamorados como dos novios que recién inician un romance. Somos un ejemplo para la sociedad. Rafael es un hombre de negocio muy ocupado, casi no nos vemos, apenas tomamos el desayuno juntos, aunque sin mirarnos a la cara, un maldito periódico se interpone entre nuestras miradas. Regresa bien entrada la noche cuando ya el tedio se ha convertido en sueño y no tengo fuerzas ni ganas de pararme de la cama hasta el otro día. Es el precio de ser la esposa de un empresario exitoso como él.
Llamo a mis amigas, casi nunca están disponibles, siempre con una excusa, mucho trabajo, van a salir con sus maridos, no sé como pueden estar pegadas a un hombre tanto tiempo, no hacen nada sin que ellos los autoricen; yo no soy así, si tengo que salir me voy sola, aunque hace unos años que he perdido el interés de recorrer las tiendas de los centros comerciales de la ciudad. Además, cuando me reunía con ellas siempre era lo mismo, las conversaciones giraban alrededor del sexo, que anoche hicieron esto o lo otro, que repitieron varias veces. Debiera darle verguenza, mujeres ya entradas en edad y todavía pensando en la carne; Rafael es un hombre juicioso, me explicó el peligro que corría de un infarto, que eso no se ve bien en personas como nosotros que ya estamos pensando en el descanso de la vida.
El reloj de la sala marca las cuatro de la tarde, el tiempo no pasa o así me parece. Dónde estará Rafael que no ha llegado a almorzar. Si le llamo a su celular no responde, siempre lo tiene apagado, le dejo mensajes impregnados de urgencia que parecen no inmutarle. Cuando responde, si lo hace, han pasado varias horas; y si me ha pasado algo, se va a enterar cuando le digan que me han enterrado. Le llamo por quinta ocasión, al contestar me disculpé por haberle interrumpido, le digo que sólo le llamé para saber el traje que va a usar esta noche, como era de esperar ya lo había olvidado y tengo que repetirle que hicimos un compromiso ineludible, que faltar sería un irrespeto a nuestros amigos. Me dice que tendré que ir sola, está con unos inversionistas extranjeros en una reunión de negocios y no sabe la hora que terminará. De fondo se escucha música, una voz femenina que susurrando pregunta si va a demorar mucho, le comento de lo mal visto que sería yo llegar sola a una velada de parejas, que...colgó. En momentos así es cuando me vienen las ganas de morirme, pienso que debí haberme buscado un amante que me dedicara todo el tiempo y el cariño que añoro, pero no soy el tipo de mujer que puede estar con dos hombres a la vez. Lo que debí haber hecho fue buscarme un trabajo para entretenerme haciendo algo, pero él nunca lo permitió, me brindó cuando quise aunque ahora estoy dispuesta a cambiar todo lo material que poseo y me estorban en mi deambular por estos pasillos que me aprisionan robándome más que libertad, ganas de vivir. Lo cambiaría todo por su atención, por sentir un beso suyo de sus labios tiernos, como cuando éramos novios y todo era tan especial, pero no me voy a sentar a esperar a quien no acaba de llegar, hoy me iré sin él y estrenaré mi vestido negro escotado, nuevas zapatillas que le hacen juego, los tenía para la ocasión especial, no creo que vaya a notar nada. Pero, a quién le voy a lucir si me visto bien para impresionarlo, gustarle; no, mejor me quedo viendo la tele. Es que prefiero salir con Rafael, me gusta escuchar sus anécdotas de las cosas que ha hecho en sus viajes, sus historias son fantásticas. Eso voy a hacer, quedarme, no quiero escuchar a mis amigas con sus sermones para que espabile. Qué saben ellas de nuestra vida, he llevado mi matrimonio por casi un cuarto de siglo, no sabré yo como manejarlo!. Voy a la cocina por hielo, necesito otro trago que me acompañe, el calendario grita que es domingo, para mi todos los días son iguales. Me remuerde la conciencia, yo aquí haciendo conjeturas y el pobre Rafael que no tiene descanso, trabaja sin parar. No vale la pena que yo vaya a una fiesta y él en su oficina trabajando; no, le esperaré, si es necesario hasta el amanecer, que sepa que cuenta con mi apoyo, quizás el próximo sábado esté menos ocupado y no se le olvide que es nuestro aniversario.
Nota:Para la viuda del golf, la que me cuenta sus penas cada semana mojando las ganas en una humeante taza de café.
Rafael Rodríguez Torres
Escribir es una pasión que muchos llevamos dentro, escribir alivia el alma, acompaña soledades, reconforta y a la vez nos mantiene vivo en la memoria cosas que nos han pasado, que vimos o nos contaron. Por eso escribo, para no olvidar siquiera un detalle de lo ocurrido en la película más larga, interesante y a la vez aburrida que he visto: Mi vida!
viernes, 21 de noviembre de 2008
viernes, 14 de noviembre de 2008
Un Escritor Invitado...
Saludos a todos, hoy les tengo un escritor que es mi amigo desde que la vida era en blanco y negro. Hablo de Robinson Mosquea Moya, su fuerte son las décimas pero como buen literato le mete mano a todo, poesía, cuentos etc. Hoy les dejo con un poema que encontré mientras revisaba en papeles viejos, vale la pena leer.
"Deseos"
Quiero ser el espejo en que te miras
para ver al desnudo tu belleza
ser la almohada y bajo tu cabeza
ver tus sueños, sentir cuando respiras.
Deseo ser tu aliento si suspiras
y el consuelo que calme tu tristeza
ser el credo que tu alma siente y reza
y tus ojos cuando algo bello miras.
Si caminas deseo ser sendero
y esperar paciente tu regreso
ser canción, decirte que te quiero
ser esa flor a la que diste un beso
o estos versos que dicen lo sincero
del amor que en silencio te profeso.
Rafael Rodríguez Torres
"Deseos"
Quiero ser el espejo en que te miras
para ver al desnudo tu belleza
ser la almohada y bajo tu cabeza
ver tus sueños, sentir cuando respiras.
Deseo ser tu aliento si suspiras
y el consuelo que calme tu tristeza
ser el credo que tu alma siente y reza
y tus ojos cuando algo bello miras.
Si caminas deseo ser sendero
y esperar paciente tu regreso
ser canción, decirte que te quiero
ser esa flor a la que diste un beso
o estos versos que dicen lo sincero
del amor que en silencio te profeso.
Rafael Rodríguez Torres
domingo, 9 de noviembre de 2008
Poeta en Pena...
Otra vez camino
hacia la nada
con el pecho desgarrado,
con el alma en vilo
ante esta nueva
embestida del destino.
Otra vez esta goleta
navega sin un capitán
que la lleve
a un puerto seguro
al final del horizonte.
Otra vez emprendo
ruta hacia lo desconocido
sin la esperanza
de llegar a un lugar
donde al fin
pueda lanzar las anclas
del olvido.
Rafael Rodríguez Torres
hacia la nada
con el pecho desgarrado,
con el alma en vilo
ante esta nueva
embestida del destino.
Otra vez esta goleta
navega sin un capitán
que la lleve
a un puerto seguro
al final del horizonte.
Otra vez emprendo
ruta hacia lo desconocido
sin la esperanza
de llegar a un lugar
donde al fin
pueda lanzar las anclas
del olvido.
Rafael Rodríguez Torres
Sueños Alucinógenos....
Angelina...
Las seis y treinta aeme, me amanece en la autopista bañada de niebla, la radio molesta, es uno de esos días que no existe canción alguna que te reconforte. La carretera desierta facilita el rápido avance de mi vehículo. Bajo los cristales, respiro la mañana, huele a yerba mojada, el sol me regala una sonrisa.
Cruzo por un poblado llamado Cenoví, me golpean una hilera de casuchas, negocios destartalados, "Cervezas bien frías" reza un letrero, no miro atrás. Pronto llego a Jima, otra secuencia de casas que por la velocidad que llevo no logro distinguir una de otra. El sol sigue mis pasos, mi destino aún está lejos. Paro en un lugar de nombre Fantino en honor a un cura jesuita de origen italiano. Pueblo de calles disparejas, de gentes que te indican direcciones con un:"Eso es para arriba, eso es para abajo". Maldición, todo es llano!, cómo me oriento?. Visito clientes escépticos, desconfiados; cuyo único aval es su palabra. A media mañana me despido del desorden de vendedores ambulantes en motocicletas, de mujeres paradas en las esquinas comentando alguno que otro chisme. Sigo el camino que me lleva a un poblado llamado Las Guaranas, entré y salí sin darme cuenta, un letrero indicaba San Francisco de Macorís a 40 kms de distancia.
Llegué a una comunidad dedica al cultivo de arroz, así decía el letrero que me daba la bienvenida, Angelina. Apenas piso la calle principal(y única) y supe que allí me quería quedar. Estaciono en una plaza de bancas desoladas, de árboles secos por el tiempo. Un cortejo fúnebre se acerca; curioso me uno a los deudos, la viuda me cuenta entre llantos: Ayer, a eso de las dos y media, que ella se lo había soñado, que debió jugar sus números en la lotería, que un compadre le dijo, la abrazo, me corren lágrimas que se confunden con las suyas, que me quede a comer, una pradera muy verde con un oasis de árboles frondosos a lo lejos me llama la atención, cruza una verja de alambres, la escucho gritar:"No me dejes!, no, tú no, ven". El cortejo no puede esperar, no se despiden. El sol ya quema mi piel, regreso al auto y sigo camino pero mi mente se queda pastando en el verde paisaje de la pradera con un entierro cada mañana, con una viuda por día en mis brazos. Una luz verde y las bocinas que desesperan me vuelven de golpe a la realidad, acelero, ya estoy en San Francisco de Macorís. Dilapido horas entre clientes y calles abarrotadas de vehículos. De a poco se muere la tarde, no he podido vender un carajo pero en realidad no me importa, a lo mejor y regreso mañana, seguro me va peor. Regresaré esperando sentir la misma sensación que tuve hoy en el camino, regresaré todos los días hasta que al fin pueda lanzar por la ventanilla del auto la corbata y ya no tenga que regresar.
Rafael Rodríguez Torres
Las seis y treinta aeme, me amanece en la autopista bañada de niebla, la radio molesta, es uno de esos días que no existe canción alguna que te reconforte. La carretera desierta facilita el rápido avance de mi vehículo. Bajo los cristales, respiro la mañana, huele a yerba mojada, el sol me regala una sonrisa.
Cruzo por un poblado llamado Cenoví, me golpean una hilera de casuchas, negocios destartalados, "Cervezas bien frías" reza un letrero, no miro atrás. Pronto llego a Jima, otra secuencia de casas que por la velocidad que llevo no logro distinguir una de otra. El sol sigue mis pasos, mi destino aún está lejos. Paro en un lugar de nombre Fantino en honor a un cura jesuita de origen italiano. Pueblo de calles disparejas, de gentes que te indican direcciones con un:"Eso es para arriba, eso es para abajo". Maldición, todo es llano!, cómo me oriento?. Visito clientes escépticos, desconfiados; cuyo único aval es su palabra. A media mañana me despido del desorden de vendedores ambulantes en motocicletas, de mujeres paradas en las esquinas comentando alguno que otro chisme. Sigo el camino que me lleva a un poblado llamado Las Guaranas, entré y salí sin darme cuenta, un letrero indicaba San Francisco de Macorís a 40 kms de distancia.
Llegué a una comunidad dedica al cultivo de arroz, así decía el letrero que me daba la bienvenida, Angelina. Apenas piso la calle principal(y única) y supe que allí me quería quedar. Estaciono en una plaza de bancas desoladas, de árboles secos por el tiempo. Un cortejo fúnebre se acerca; curioso me uno a los deudos, la viuda me cuenta entre llantos: Ayer, a eso de las dos y media, que ella se lo había soñado, que debió jugar sus números en la lotería, que un compadre le dijo, la abrazo, me corren lágrimas que se confunden con las suyas, que me quede a comer, una pradera muy verde con un oasis de árboles frondosos a lo lejos me llama la atención, cruza una verja de alambres, la escucho gritar:"No me dejes!, no, tú no, ven". El cortejo no puede esperar, no se despiden. El sol ya quema mi piel, regreso al auto y sigo camino pero mi mente se queda pastando en el verde paisaje de la pradera con un entierro cada mañana, con una viuda por día en mis brazos. Una luz verde y las bocinas que desesperan me vuelven de golpe a la realidad, acelero, ya estoy en San Francisco de Macorís. Dilapido horas entre clientes y calles abarrotadas de vehículos. De a poco se muere la tarde, no he podido vender un carajo pero en realidad no me importa, a lo mejor y regreso mañana, seguro me va peor. Regresaré esperando sentir la misma sensación que tuve hoy en el camino, regresaré todos los días hasta que al fin pueda lanzar por la ventanilla del auto la corbata y ya no tenga que regresar.
Rafael Rodríguez Torres
miércoles, 5 de noviembre de 2008
Los 80's...Sicodélicos, confusos.
La Novia de los Muertos...
Me dijo que sí tras pensarlo por varios segundos en lo cual dejé el brazo tendido con la mano abierta moviendo los dedos para que se decidiera a bailar conmigo un cadencioso merengue que tenía a todo el mundo meneando la cintura. Llegamos a la pista donde nos confundimos entre las parejas que sudaban apretujando sus cuerpos. Nos pegamos, a lo mejor contagiados por los demás sin pensar en el calor que allí hacía, sin importar que apenas nos conocíamos. Los movimientos de su cuerpo fueron mi perdición. Sus brazos se prendieron de mi cuello con fuerza, no me concentraba en lo que estaba haciendo, por un lado ella, por el otro buscaba con la mirada a mis amigos, si nadie conocido me veía bailar con una mujer así es como si nunca hubiese ocurrido.
Las luces se fueron apagando poco a poco, la suave voz de Ricardo Montaner nos invitó a unir nuestros labios. Dimos paso a las caricias de manos curiosas y exhaustivas. Nunca un merengue fue más inoportuno al regresar cargado de luces de colores que hicieron renacer la vergüenza. "Me tengo que ir" dijo con mirada severa que apagó las palabras. Apenas logré decir:"Adiós". Caminaba ligera, dueña de si misma, parecía flotar entre las personas que bailaban. De repente viró su rostro y al verme sembrado justo donde me dejó regresó. Sus labios rozaron mi oído, sus palabras tocaron mi alma. Entre el bullicio de la música pude escuchar:"Calle seis número cuatro, urbanización tal, ven a las ocho". Se marchó de nuevo y ya no regresó.
El tiempo es cruel, si estamos con alguien que nos gusta pasa rápido, literalmente vuela; todo lo contrario pasa en el trabajo, las horas se empecinan en su lento y desesperante andar. Ese fue mi caso al día siguiente, el sol negado rotundamente a morir, yo con ganas de adelantar el reloj. Salí de casa rayando las siete, ella vivía bastante lejos y no quería llegar tarde a nuestra primera cita. Por primera vez en mi vida anhelaba ser puntual. Llegué a un residencial de casas similares que apenas se diferenciaban una de otra por leves tonos de colores y números negros pegados a la pared. Con desesperación descubrí que habían varias calles número seis; estuve a punto de rendirme por tanto caminar cuando di con su casa. Toqué a la puerta con manos sudorosas, ella abrió, entonces recordé que no sabía su nombre, ella tampoco el mío. Me invitó a pasar visiblemente sorprendida por mi presencia, tal parece que había olvidado nuestra cita. Pasamos a una salita de luz tenue decorada con infinidad de fotos enmarcadas; bodas, graduaciones, fotos familiares, recuerdo escolar, había de todo allí.
Mi primer error fue intentar sentarme a su lado en el mueble principal, saltó como gata a uno de los individuales. Sin perder las esperanzas por mi primera derrota inicié un monólogo de elogios a su figura. Despacio me fui acercando hasta tomarla de la mano, el contacto con su piel y me hizo recordar lo de la noche anterior. Disimulando arreglar su pelo escapaba con cada intento mío. Al ver que yo no cedía me dijo que teníamos que hablar, desde entonces cuando una mujer me dice lo mismo ya sospecho que nada bueno me espera. Empezó diciendo que estaba arrepentida por lo ocurrido la noche anterior, que su ex novio estaba en la disco con otra, se sintió mal y ahí yo aparecí, quiso vengarse por lo que se dejó llevar del momento pero que ella no era así. Agoté mis últimos cartuchos con frases gastadas como:"desde que te vi", "tu aroma". Nada surtió efecto.
Derrotado busqué una excusa para largarme y regresar otro día cuando el ataque de moralidad le hubiese bajado. Me acompañó hasta la calle, como para asegurarse de que realmente me iba. Al ver que no tenía carro preguntó el camino que iba a tomar para salir del barrio. Con claro fastidio en el rostro le expliqué, moviendo su cabeza en señal de reproche señaló una pared de ladrillos pintada de blanco al final de la calle, era la parte trasera del cementerio municipal. Dijo que en uno de los extremos había un callejón que servía de atajo. La idea no me gustó mucho desde el principio pero al escucharla decir en claro tono de burla:"A menos que le temas a pasar por un cementerio de noche" con el orgullo herido emprendí camino en busca del callejón. Al llegar estuve a punto de regresar, no lo hice porque la imaginaba esperando en el portal segura de que no me iba a atrever a cruzar.
El callejón era de unos quinientos metros de largo, una bombilla a mitad de camino. De un lado el camposanto, del otro matorrales. Con falsa determinación inicié la travesía. Miraba desconfiado a un lado y al otro. Sin poder explicar las razones les juro que sentía que desde los arbustos me observaban, escuchaba ruidos, incluso alaridos que me erizaron la piel. El miedo fue tanto que recurrí al viejo truco de cantar en voz alta, eso espanta los temores alguien me dijo una vez. Seguí caminando y mal entonando una canción de Oscar Athié que estaba de moda para entonces. Brevemente me sentí más seguro, fue cuando escuché una especie de lamento del lado del cementerio que me pareció gritaba mi nombre con voz lastimosa, entonces sólo pensé en correr y lo hice, no me fijaba en el camino, miraba la salida del callejón. Sin darme cuenta con qué, tropecé y caí con el todo el peso de mi cuerpo hacia delante, me paré seguido sin hacer balance de las heridas, ahora corría mucho más de prisa y con mucho más miedo. Al borde de la taquicardia llegué a la salida del fatídico callejón pero no paré de correr hasta llegar a la parada de la guagua que me llevaría de vuelta a casa. Llegué a mi hogar y no me había repuesto del susto inicial, esa noche dormí con las luces encendidas, me arropé de pies a cabeza; no sé porqué cuando uno se está muriendo del miedo y decide ocultarse bajo las sábanas siempre hace un calor inaguantable, lo cual ocurrió aquella noche.
Pude sobrevivir la noche pero lo peor me esperaba en la mañana, le había contado todo a mis amigos los cuales esperaban para que le contara todo los detalles. Maldije la hora en que abrí la boca y me juré en lo adelante convertirme en un hombre discreto en cuanto a mujeres se refiere. Al verme preguntaron por mi cita la noche anterior, querían los detalles, simplemente respondí:"Mal". Si siguieron preguntando no los escuché, al final me despedí y dije entre dientes:"A su casa no regreso, ella es la novia de los muertos".
Muchos años después la vi, tenía en brazos una niña de unos tres años la cual supuse era su hija por el gran parecido entre ambas. Había cambiado bastante desde la noche que la visité, ahora mucho más bella y elegante; se ve que los muertos son bien exigentes con la belleza de sus novias.
Rafael Rodríguez Torres
Me dijo que sí tras pensarlo por varios segundos en lo cual dejé el brazo tendido con la mano abierta moviendo los dedos para que se decidiera a bailar conmigo un cadencioso merengue que tenía a todo el mundo meneando la cintura. Llegamos a la pista donde nos confundimos entre las parejas que sudaban apretujando sus cuerpos. Nos pegamos, a lo mejor contagiados por los demás sin pensar en el calor que allí hacía, sin importar que apenas nos conocíamos. Los movimientos de su cuerpo fueron mi perdición. Sus brazos se prendieron de mi cuello con fuerza, no me concentraba en lo que estaba haciendo, por un lado ella, por el otro buscaba con la mirada a mis amigos, si nadie conocido me veía bailar con una mujer así es como si nunca hubiese ocurrido.
Las luces se fueron apagando poco a poco, la suave voz de Ricardo Montaner nos invitó a unir nuestros labios. Dimos paso a las caricias de manos curiosas y exhaustivas. Nunca un merengue fue más inoportuno al regresar cargado de luces de colores que hicieron renacer la vergüenza. "Me tengo que ir" dijo con mirada severa que apagó las palabras. Apenas logré decir:"Adiós". Caminaba ligera, dueña de si misma, parecía flotar entre las personas que bailaban. De repente viró su rostro y al verme sembrado justo donde me dejó regresó. Sus labios rozaron mi oído, sus palabras tocaron mi alma. Entre el bullicio de la música pude escuchar:"Calle seis número cuatro, urbanización tal, ven a las ocho". Se marchó de nuevo y ya no regresó.
El tiempo es cruel, si estamos con alguien que nos gusta pasa rápido, literalmente vuela; todo lo contrario pasa en el trabajo, las horas se empecinan en su lento y desesperante andar. Ese fue mi caso al día siguiente, el sol negado rotundamente a morir, yo con ganas de adelantar el reloj. Salí de casa rayando las siete, ella vivía bastante lejos y no quería llegar tarde a nuestra primera cita. Por primera vez en mi vida anhelaba ser puntual. Llegué a un residencial de casas similares que apenas se diferenciaban una de otra por leves tonos de colores y números negros pegados a la pared. Con desesperación descubrí que habían varias calles número seis; estuve a punto de rendirme por tanto caminar cuando di con su casa. Toqué a la puerta con manos sudorosas, ella abrió, entonces recordé que no sabía su nombre, ella tampoco el mío. Me invitó a pasar visiblemente sorprendida por mi presencia, tal parece que había olvidado nuestra cita. Pasamos a una salita de luz tenue decorada con infinidad de fotos enmarcadas; bodas, graduaciones, fotos familiares, recuerdo escolar, había de todo allí.
Mi primer error fue intentar sentarme a su lado en el mueble principal, saltó como gata a uno de los individuales. Sin perder las esperanzas por mi primera derrota inicié un monólogo de elogios a su figura. Despacio me fui acercando hasta tomarla de la mano, el contacto con su piel y me hizo recordar lo de la noche anterior. Disimulando arreglar su pelo escapaba con cada intento mío. Al ver que yo no cedía me dijo que teníamos que hablar, desde entonces cuando una mujer me dice lo mismo ya sospecho que nada bueno me espera. Empezó diciendo que estaba arrepentida por lo ocurrido la noche anterior, que su ex novio estaba en la disco con otra, se sintió mal y ahí yo aparecí, quiso vengarse por lo que se dejó llevar del momento pero que ella no era así. Agoté mis últimos cartuchos con frases gastadas como:"desde que te vi", "tu aroma". Nada surtió efecto.
Derrotado busqué una excusa para largarme y regresar otro día cuando el ataque de moralidad le hubiese bajado. Me acompañó hasta la calle, como para asegurarse de que realmente me iba. Al ver que no tenía carro preguntó el camino que iba a tomar para salir del barrio. Con claro fastidio en el rostro le expliqué, moviendo su cabeza en señal de reproche señaló una pared de ladrillos pintada de blanco al final de la calle, era la parte trasera del cementerio municipal. Dijo que en uno de los extremos había un callejón que servía de atajo. La idea no me gustó mucho desde el principio pero al escucharla decir en claro tono de burla:"A menos que le temas a pasar por un cementerio de noche" con el orgullo herido emprendí camino en busca del callejón. Al llegar estuve a punto de regresar, no lo hice porque la imaginaba esperando en el portal segura de que no me iba a atrever a cruzar.
El callejón era de unos quinientos metros de largo, una bombilla a mitad de camino. De un lado el camposanto, del otro matorrales. Con falsa determinación inicié la travesía. Miraba desconfiado a un lado y al otro. Sin poder explicar las razones les juro que sentía que desde los arbustos me observaban, escuchaba ruidos, incluso alaridos que me erizaron la piel. El miedo fue tanto que recurrí al viejo truco de cantar en voz alta, eso espanta los temores alguien me dijo una vez. Seguí caminando y mal entonando una canción de Oscar Athié que estaba de moda para entonces. Brevemente me sentí más seguro, fue cuando escuché una especie de lamento del lado del cementerio que me pareció gritaba mi nombre con voz lastimosa, entonces sólo pensé en correr y lo hice, no me fijaba en el camino, miraba la salida del callejón. Sin darme cuenta con qué, tropecé y caí con el todo el peso de mi cuerpo hacia delante, me paré seguido sin hacer balance de las heridas, ahora corría mucho más de prisa y con mucho más miedo. Al borde de la taquicardia llegué a la salida del fatídico callejón pero no paré de correr hasta llegar a la parada de la guagua que me llevaría de vuelta a casa. Llegué a mi hogar y no me había repuesto del susto inicial, esa noche dormí con las luces encendidas, me arropé de pies a cabeza; no sé porqué cuando uno se está muriendo del miedo y decide ocultarse bajo las sábanas siempre hace un calor inaguantable, lo cual ocurrió aquella noche.
Pude sobrevivir la noche pero lo peor me esperaba en la mañana, le había contado todo a mis amigos los cuales esperaban para que le contara todo los detalles. Maldije la hora en que abrí la boca y me juré en lo adelante convertirme en un hombre discreto en cuanto a mujeres se refiere. Al verme preguntaron por mi cita la noche anterior, querían los detalles, simplemente respondí:"Mal". Si siguieron preguntando no los escuché, al final me despedí y dije entre dientes:"A su casa no regreso, ella es la novia de los muertos".
Muchos años después la vi, tenía en brazos una niña de unos tres años la cual supuse era su hija por el gran parecido entre ambas. Había cambiado bastante desde la noche que la visité, ahora mucho más bella y elegante; se ve que los muertos son bien exigentes con la belleza de sus novias.
Rafael Rodríguez Torres
sábado, 1 de noviembre de 2008
Poeta en Pena...
El temor existe en mi
desde que nací.
Cuando choqué contra
este mundo lleno de
imperfectos y malos
sentimientos
temí quedarme aquí por siempre
temí aferrarme a él
y luego cuando mi
gran viaje llegara
tuviera temor de emprenderlo.
Le temo a tu boca, tus ojos,
a tus pechos, a tu sexo.
Le temo a ese beso que
pudiera encadenarme a tu
sendero. A esa mirada de
fuego, a ese deseo por tu
cuerpo.
A tantas cosas le temo.
Rafael Rodríguez Torres
desde que nací.
Cuando choqué contra
este mundo lleno de
imperfectos y malos
sentimientos
temí quedarme aquí por siempre
temí aferrarme a él
y luego cuando mi
gran viaje llegara
tuviera temor de emprenderlo.
Le temo a tu boca, tus ojos,
a tus pechos, a tu sexo.
Le temo a ese beso que
pudiera encadenarme a tu
sendero. A esa mirada de
fuego, a ese deseo por tu
cuerpo.
A tantas cosas le temo.
Rafael Rodríguez Torres
Poeta en Pena...
La soledad es el patrimonio
de la edad adulta
y a pesar de que me condenaste
a la más desolada de las soledades
te extraño.
Oh! dulce carcelera de mis
sentimientos y pasiones.
Te juro que tanta libertad
a este cuerpo le hace
daño.
Regresa a poner orden
en este desorden.
Encierrame dentro de ti,
nunca me liberes
Eternamente voy a intentar
escapar con la secreta idea
de nunca lograrlo.
Rafael Rodríguez Torres
de la edad adulta
y a pesar de que me condenaste
a la más desolada de las soledades
te extraño.
Oh! dulce carcelera de mis
sentimientos y pasiones.
Te juro que tanta libertad
a este cuerpo le hace
daño.
Regresa a poner orden
en este desorden.
Encierrame dentro de ti,
nunca me liberes
Eternamente voy a intentar
escapar con la secreta idea
de nunca lograrlo.
Rafael Rodríguez Torres
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