Escritor en pena
Escribir es una pasión que muchos llevamos dentro, escribir alivia el alma, acompaña soledades, reconforta y a la vez nos mantiene vivo en la memoria cosas que nos han pasado, que vimos o nos contaron. Por eso escribo, para no olvidar siquiera un detalle de lo ocurrido en la película más larga, interesante y a la vez aburrida que he visto: Mi vida!
sábado, 8 de enero de 2022
Saturnalia
Confesión de un crimen: 5:30 AM lloviendo, todavía oscuro. Un motorista sin luz en vía contraria, yo miope... Hola Karma!
miércoles, 7 de agosto de 2019
Saturnalia...
La Conoces?
A inicios de los 90's trabajaba como cajero en un banco de mi ciudad, odiaba el trabajo por lo tedioso del mismo, nunca le vi el atractivo a contar dinero ajeno. Aquel día fui designado a la autocaja que era mucho más aburrido que la caja normal, apenas un saludo por un micrófono con los clientes e intentar escuchar lo que decían por unas bocinas viejas y defectuosas.
La mañana avanzaba lenta, ni siquiera clientes se paraban para hacerla un poco más dinámica. Fue entonces cuando la vi pasar, justo cuando el aburrimiento colmaba mi existencia, fue su paso acelerado y grácil que me sacó de la bruma, o tal vez su vestido azul Marino de cuello blanco, sus medias blanca que le llegaban justo debajo de las rodillas, o sus zapatos negro charol sin tacones que se notaban bien ajustados en sus pies. Su rostro desde mi ángulo visual quedaba cubierto por el pelo, castaño y lacio. Con su paso apresurado el pelo se balanceaba y permitía que asomara su mejilla que iba del blanco de su piel a un rosado pálido que bien podría haber sido efecto del maquillaje.
Al hombro una cartera que se me hizo enorme para su tamaño, era pequeña. La cartera iba semi abierta y se balanceaba en su andar, en uno de sus pasos noté que algo caía a la acera, rebotaba una, dos veces e iba a parar entre la maleza del solar baldío que estaba justo al frente del banco. No perdí el objeto de vista, era visible para mi a pesar de la distancia que me separaba. No lo perdí de vista durante toda la mañana, temía que alguien encontrara el objeto que casi seguro estaba era su monedero y estaban sus documentos de identidad y su dirección y esa persona que lo recogiera me quitara la oportunidad de llevarlo a su casa, conocerla y quedar como el héroe de turno.
Las horas pasaron lenta, impedido de poder salir por las normas del banco miraba el reloj de pared con ansias, iba a salir corriendo, cruzar la calle y dar con el monedero. Me preguntaba cuál sería su nombre, dónde vivía, por qué tanta prisa, y sobre todo, cómo sería su rostro.
Decidí no hacer la pausa del almuerzo, no podía arriesgarme a que alguien cruzara y encontrara el objeto y yo no enterarme. Perder la oportunidad de conocerla ya no era una opción.
La hora de salida llegó, cuadrar la caja y entregar al oficial de turno para que verificara y firmara no me tomaba más de diez minutos por lo general, esa vez lo hice en menos de cinco. Contrario a lo antes planeado me fui caminando lento, miré a ambos lados de la calle antes de cruzarla y sí, ahí estaba y era un monedero de piel marrón, lo abrí y para mi sorpresa no contenía documentos, nada visible a simple vista. En lo más recóndito del monedero apareció una foto que estaba seguro era de ella, la foto me reveló una de mis interrogantes, cómo era su rostro. Era bonita, no había duda, pero su cara era totalmente inexpresiva, parecía no tener vida de no ser por su mano derecha que estaba alzada con dos de sus dedos formando la señal de la paz. Su mirada simplemente me atrapó, me fue difícil desviar la mirada, ponerme de pie y echar a andar, sólo pensaba en lo que iba a hacer para conocerla, para dar con ella.
Soy un hombre impulsivo, actúo de resorte, por lo que rápido decidí preguntar casa por casa en las inmediaciones, alguien seguro por lo menos la había visto. Me puse de pie y empecé a preguntar, la gente me miraba desconfiada, todos me dieron la misma respuesta : No!, no la conozco, nunca la he visto.
Recorrer todo el barrio fue labor de unas tres horas, llegué a casa y no pude siquiera cenar, tampoco ducharme, fui directo a mi habitación a planificar lo que haría luego de mi primer fracaso. Estaba seguro que estar en el banco ocho horas no era posible, necesitaba salir a las calles a dar con ella, pararme frente al edificio del banco a la misma hora que pasó, a lo mejor y corría con suerte y ella pasaba de nuevo.
Seguido llegué al trabajo fui al departamento de recursos humanos, pedí adelantar mis vacaciones, tuve suerte, me la facilitaban al otro día si así lo deseaba, era esperar demasiado tiempo pero no tenía de otra. Ya que me quedaba un día encerrado pedí cambiar con el compañero que estaba designado ese día al autocaja, feliz aceptó el cambio de puesto, a nadie le agradaba.
No me concentraba en el trabajo, era mirando a los transeúntes tratando de encontrar su rostro entre las pocas personas que por allí caminaban, no pasó. Al salir cada día reiniciaba una búsqueda que no daba fruto, pero estaba claro que no me iba a rendir, ya me era imposible.
Con las vacaciones tenía quince días completo para dedicarme a encontrarla, empecé por las universidades, mostraba su foto y siempre obtuve la misma respuesta: "no la conozco". No paraba, por lo que pronto fui mirado de forma extraña y burlona. Mi salud se vio afectada, no sólo la parte física por no alimentarme correctamente, también estaba consciente de que mentalmente me estaba perjudicando. Mi familia hizo el intento de hacerme entrar en razón, que aquello era una locura sin sentido, no hubo forma de que lograran detenerme en mi peregrinar diario.
Fue una noche que caminaba por el centro de la ciudad con la foto en mano e intentar cruzar una calle escuché el chirrido de neumáticos de carro al frenar de golpe y un dolor intenso en las caderas, caí aparatosamente en el pavimento, quise ponerme de pie pero mi cuerpo no respondía, apenas logré abrir los ojos y ahí estaba ella agachada a mi lado y con su foto en mano preguntaba insistentemente: "Por qué tienes mi foto? Me conoce?" No le pude responder, la vida se me fue escapando sin poder despegar mi mirada de su bello rostro.
Nota: Para Marcela C., seguro estoy que nunca te voy a conocer, al igual que nunca pude conocer a la chica de la foto, ambas caminan en dimensiones paralelas a mi existir.
viernes, 25 de septiembre de 2015
Saturnalia...
Camino de Espinas...
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Yacía tendida en la cama, las piernas separadas, sangraba. Su cuerpo parecía muerto, pero estaba lleno de vida. En su rostro se confundía el dolor, placer, frustración, incluso desolación.
Sudaba, eran gotitas de sudor lo que rodaban por sus rosadas mejillas, no eran lágrimas, es que hacía calor en la habitación. Mediodía de verano, el calor desesperaba.
Sus ojos imaginaban que el techo se llenaba de estrellas fugaces, que la sangre que ahora manchaba las sábanas era el precio justo a pagar por el inicio de una nueva etapa en su vida. Por breves segundos desvió su mirada al cajón donde guardaba las muñecas, ya nunca las tocaría, ya sus manos no era de niña.
Observó la figura del hombre que le daba la espalda para abrir la puerta que los separaba por siempre, no se despidió, a ella no le hizo falta. De él obtuvo lo que quería, no se sintió usada, estaba feliz por el nuevo camino emprendido sin sospechar que dentro de nueve meses empezaría otra etapa en su vida.
Sudaba, eran gotitas de sudor lo que rodaban por sus rosadas mejillas, no eran lágrimas, es que hacía calor en la habitación. Mediodía de verano, el calor desesperaba.
Sus ojos imaginaban que el techo se llenaba de estrellas fugaces, que la sangre que ahora manchaba las sábanas era el precio justo a pagar por el inicio de una nueva etapa en su vida. Por breves segundos desvió su mirada al cajón donde guardaba las muñecas, ya nunca las tocaría, ya sus manos no era de niña.
Observó la figura del hombre que le daba la espalda para abrir la puerta que los separaba por siempre, no se despidió, a ella no le hizo falta. De él obtuvo lo que quería, no se sintió usada, estaba feliz por el nuevo camino emprendido sin sospechar que dentro de nueve meses empezaría otra etapa en su vida.
Nota:Para Máximo Vega por su "Juguete de Madera". Me moviste con tu novela hermano.
Rafael Rodríguez Torres
Una escritora invitada...
Saludos amigos lectores, no los he abandonado, es que sigo enredado en la mirada de Abril, ya regreso pronto, antes de lo que imaginan, mientras tanto les dejo parte de sus encanto, los que me tienen hechizado...
Ella, simplemente ella.
Yo era la poesía, que ocupaba tu espacio,
La que vivía desnuda bajo tus sabanas y tus sentidos.
Aquella que se perdía por momentos en tu piel,
La que reconoces a ciegas en un beso,
La que dejaste ir a un largo viaje,
Esa… si… ¡esa!, te arrancó el alma en un instante.
Llevándose en su corazón, aquel brillo inmenso de tus ojos.
Ella…si… ¡ella!, siempre permanece,
Porque todavía recordarla te estremece.
Abril Dronbjak 2011
Ella, simplemente ella.
Yo era la poesía, que ocupaba tu espacio,
La que vivía desnuda bajo tus sabanas y tus sentidos.
Aquella que se perdía por momentos en tu piel,
La que reconoces a ciegas en un beso,
La que dejaste ir a un largo viaje,
Esa… si… ¡esa!, te arrancó el alma en un instante.
Llevándose en su corazón, aquel brillo inmenso de tus ojos.
Ella…si… ¡ella!, siempre permanece,
Porque todavía recordarla te estremece.
Abril Dronbjak 2011
miércoles, 3 de agosto de 2011
Una escritor invitado...
Saludos amigos lectores, de nuevo estoy por aquí luego de una de mis acostumbradas pausas. Hoy comparto con ustedes un escrito de un amigo, George Domínguez. De Yoryi, como lo conocemos, les cuento que es teatrista, cineasta, escritor entre otras cosas. Todo lo que toca lo hace con un estilo muy particular e interesante que le impregna un sello que lo hace único, reconocible a distancia como su trabajo, pero lo más importante, de una calidad excepcional.
Trazos crudos y poéticos, viajando por el universo, cosmo celestial,
sufriendo metamorfosis de sinónimos de libertad, encontrando tonos que armonizan la frágil y sensible,
vida de los que aman al ser,
que con gritos y llantos besuquean los papeles ,
que crean orgasmos para fertilizar los sueños,
Trazos sensibles y varoniles, que recorren los cuerpos de musas callejeras,
y con sus lenguas, perforan lo mas intimo de tus memorias,
sin dejar que se acaben las palabras,
sin dejar que se olviden los momentos,
para convertirlo solo en recuerdos, Trazos tuyos y tus vertientes,
que desnuda tu alma y la hace volar,
hasta llegar, a cada ente que busca tu soñar,
en todos los signos que Dios ha de formar, trazos mc,
trazos Junior,……..Que niño ha de nacer? envuelto en aquel papel.
Para mi Amigo y Hermano, Mc Junior. De: George Dominguez Exposición Individual, " Vertientes Gráficas" Santiago 2011
Trazos crudos y poéticos, viajando por el universo, cosmo celestial,
sufriendo metamorfosis de sinónimos de libertad, encontrando tonos que armonizan la frágil y sensible,
vida de los que aman al ser,
que con gritos y llantos besuquean los papeles ,
que crean orgasmos para fertilizar los sueños,
Trazos sensibles y varoniles, que recorren los cuerpos de musas callejeras,
y con sus lenguas, perforan lo mas intimo de tus memorias,
sin dejar que se acaben las palabras,
sin dejar que se olviden los momentos,
para convertirlo solo en recuerdos, Trazos tuyos y tus vertientes,
que desnuda tu alma y la hace volar,
hasta llegar, a cada ente que busca tu soñar,
en todos los signos que Dios ha de formar, trazos mc,
trazos Junior,……..Que niño ha de nacer? envuelto en aquel papel.
Para mi Amigo y Hermano, Mc Junior. De: George Dominguez Exposición Individual, " Vertientes Gráficas" Santiago 2011
sábado, 14 de mayo de 2011
Leyendas Urbanas...
La Venganza de Simeón…
Por más de sesenta años Simeón había ejercido la función de jardinero en la casa de la familia Aybar, fue la muerte quien se encargó de jubilarlo de sus labores una mañana tranquila de junio. Nunca se supo sobre su pasado, de dónde vino, si tuvo mujer, hijos.
La casa de los Aybar era la más grande de todo el barrio. Era una casona de madera de varias plantas y con un patio enorme que mas bien parecía una porción de la selva Amazona en mitad de Santiago. El jardín estaba siempre florecido y cuidado con delicadeza por Simeón, rosas y orquídeas predominaban y su aroma se impregnaba en quien por allí pasaba. El patio pasaba entonces a su espesura por la gran cantidad de árboles frutales que habían sembrado en la propiedad, mangos, guayabas, cajuiles habitaban a montón y era el interés de mi hermano y mío que con la ausencia de Simeón y su celo enfermizo por evitar que tomaran hasta una simple cereza, todo iba a estar a nuestra disposición.
A pesar de su férrea vigilancia siempre nos la ingeniamos para burlar su control con un plan sencillo pero eficaz, yo llamaba su atención por uno de los linderos de la propiedad al gritarle cuanto insultos me llegaban a la cabeza en el momento, del otro lado mi hermano metía en una mochila docenas de frutos maduros y listos para saborear. Simeón se enfrascaba en perseguirme con una vara de madera que prometía romperme en el espinazo si me atrapaba. Me subía en uno de los muros del fondo que eran bastante alto y no podía alcanzarme. Se quedaba debajo mirándome con una ira incomprensible, entonces guardaba silencio y se iba a sentar debajo de algún árbol para evitar que yo penetrara de nuevo.
Con el tiempo se fue cansando del juego y en las últimas semanas ni se molestaba en siquiera amenazarme, sentado en una silla de guano debajo de un naranjal con la mirada perdida como si estuviera ya muerto, la única señal de vida que daba era al silbar una bella melodía que ejecutaba con tal perfección que era un deleite escucharle. No se cansaba de silbar, yo tampoco de escuchar, era como si con cada tonada evocara un viejo amor que hoy sólo los rosales traían a su memoria.
A Simeón no lo velaron al morir, lo llevaron directo al cementerio donde lo enterraron en una fosa común, nadie le lloró. Al entierro sólo asistieron uno de los miembros de la familia para la cual sirvió casi toda su vida y el sacerdote de la parroquia. Nosotros no le guardamos luto y a la semana atacamos con furia una mata de guayaba. Luego de depredar la mata nos tiramos debajo de una de tamarindo a disfrutar el manjar, esa misma tarde en plena comilona el viento nos jugó una broma pesada, fue lo primero que pensamos, y deslizó hasta nuestros oídos la bella melodía que Simeón siempre silbaba. No lo pensamos dos veces y corrimos sin parar hasta llegar a nuestra casa.
Regresamos al patio convencido de que todo fue producto del viento, pero de nuevo escuchamos la melodía y de nuevo corrimos. Esta vez no pudimos buscar una excusa razonable y por unanimidad decidimos no regresar al patio de la casa Aybar.
Todo hubiese quedado hasta ahí de no haber sido porque una mañana escuché la melodía de Simeón en un solitario pasillo de la escuela cuando iba en busca de mi hermanita en el maternal. Corrí hasta el aula donde estaba mi hermano que simplemente dijo: ¨¡Hay que buscar ayuda!¨
A pesar de que mis padres eran religiosos a extremo, mamá era bien accesible y se puede decir que hasta permisiva con las travesuras que hicimos en la niñez y adolescencia. Por ello fue la elegida para exponerle el problema que nos acosaba. Nos escuchó en silencio pero siempre atenta de nuestra confesión y el evento sobrenatural que vivíamos. Si se enojó nunca lo demostró, su rostro, diría, fue de franca preocupación.
-Debemos ir donde el Padre Carlos y contarle-Dijo.
Para ir a la iglesia era obligatorio pasar frente a la casa de los Aybar por ser esa una calle sin salida y nosotros vivir casi en el fondo de la misma, de nuevo escuchamos el ahora macabro silbido de Simeón, y mamá junto con nosotros se dio a la fuga. Llegamos a la parroquia con el alma en vilo, le contamos como pudimos al Padre que nunca puso en duda la historia por el respeto que mamá se había ganado en la comunidad. El padre dijo que eso era el alma de Simeón que estaba penando, con una misa y confesión de los ofensores se solucionaba todo.
Siempre había tenido mis dudas sobre los secretos de confesión, para sorpresa nuestra todos en el barrio se enteraron de las ¨apariciones¨ del difunto jardinero. Dos días después una vecina juraba haber escuchado a Simeón al pasar frente a la casa de los Aybar. La histeria se desparramó por las calles del barrio por lo que se buscó al padre para llevar a cabo una misa en pleno patio.
El cura llegó de sotana y dos monaguillos como pajes de boda. Fue sacando de un bultito un potecito de plástico con el agua bendita, un rosario y otras cosas que no pude reconocer en el momento. Casi todos los vecinos se unieron a nosotros y la familia Aybar que accedieron de mala gana por decir que todo eso era charlatanería de muchachos majaderos y malcriados.
El rito inició con el Padre lanzando agua bendita por todos lados al momento que nos arrodillamos dándonos golpes en el pecho mientras rezábamos el santo rosario. Prosiguió el padre con una letanía en latín que cargaron mucho más el ambiente que de por sí ya era pesado. Pidió que nos pusiéramos de pie y le siguiéramos, entonces todos incluyendo al cura y los incrédulos Aybar escuchamos a Simeón, el temor se apoderó del grupo. El padre Carlos invocó a todos los santos conocidos para que le mostraran al difunto el camino hacia el paraíso. La dueña de la casa interrumpió al padre y gritó:
-Simeón, tú necesitas algo? Una novena? Estamos aquí para complacerte, habla, di lo que te hace falta!-
Avanzamos por el patio siguiendo el origen de la melodía entre los árboles, llegamos hasta un pequeño estanque y para sorpresa de todos encontramos a una nieta de la dueña de la casa que con apenas unos siete años imitaba fielmente la melodía que entonaba cada día Simeón. Al preguntarle la abuela porqué lo hacía, respondió:
-Porque estos dos, señalando a mi hermano primero y luego a mi, siempre se burlaban del pobre Simeón. Al ver que se asustaron me sentí bien y hasta en la escuela los asusté-
-Bueno, todos a sus hogares, aquí no ha pasado nada- Dijo el Padre Carlos.
Nos dimos la vuelta y caminamos despacio y en silencio. La melodía se escuchó de nuevo y todos miramos a la niña que iba abrazada a su abuela y ni siquiera había hablado, volteamos asustados hacia el patio y fuimos testigos como los silbidos de Simeón se fueron alejando hasta perderse en el fondo de la propiedad.
A la niña se la llevaron a vivir a Miami con sus padres, mi hermano y yo nunca nos arriesgamos de nuevo a pisar el patio de la casa Aybar a pesar de que los silbidos de Simeón jamás se volvieron a escuchar. Ha pasado el tiempo y todavía al pasar frente a la casa una especie de escalofrío se apodera de mi ser, quizás sea Simeón que no está satisfecho con su venganza, o que en realidad me remuerda la conciencia.
Vi Ho Purgatto Ancora!
Por más de sesenta años Simeón había ejercido la función de jardinero en la casa de la familia Aybar, fue la muerte quien se encargó de jubilarlo de sus labores una mañana tranquila de junio. Nunca se supo sobre su pasado, de dónde vino, si tuvo mujer, hijos.
La casa de los Aybar era la más grande de todo el barrio. Era una casona de madera de varias plantas y con un patio enorme que mas bien parecía una porción de la selva Amazona en mitad de Santiago. El jardín estaba siempre florecido y cuidado con delicadeza por Simeón, rosas y orquídeas predominaban y su aroma se impregnaba en quien por allí pasaba. El patio pasaba entonces a su espesura por la gran cantidad de árboles frutales que habían sembrado en la propiedad, mangos, guayabas, cajuiles habitaban a montón y era el interés de mi hermano y mío que con la ausencia de Simeón y su celo enfermizo por evitar que tomaran hasta una simple cereza, todo iba a estar a nuestra disposición.
A pesar de su férrea vigilancia siempre nos la ingeniamos para burlar su control con un plan sencillo pero eficaz, yo llamaba su atención por uno de los linderos de la propiedad al gritarle cuanto insultos me llegaban a la cabeza en el momento, del otro lado mi hermano metía en una mochila docenas de frutos maduros y listos para saborear. Simeón se enfrascaba en perseguirme con una vara de madera que prometía romperme en el espinazo si me atrapaba. Me subía en uno de los muros del fondo que eran bastante alto y no podía alcanzarme. Se quedaba debajo mirándome con una ira incomprensible, entonces guardaba silencio y se iba a sentar debajo de algún árbol para evitar que yo penetrara de nuevo.
Con el tiempo se fue cansando del juego y en las últimas semanas ni se molestaba en siquiera amenazarme, sentado en una silla de guano debajo de un naranjal con la mirada perdida como si estuviera ya muerto, la única señal de vida que daba era al silbar una bella melodía que ejecutaba con tal perfección que era un deleite escucharle. No se cansaba de silbar, yo tampoco de escuchar, era como si con cada tonada evocara un viejo amor que hoy sólo los rosales traían a su memoria.
A Simeón no lo velaron al morir, lo llevaron directo al cementerio donde lo enterraron en una fosa común, nadie le lloró. Al entierro sólo asistieron uno de los miembros de la familia para la cual sirvió casi toda su vida y el sacerdote de la parroquia. Nosotros no le guardamos luto y a la semana atacamos con furia una mata de guayaba. Luego de depredar la mata nos tiramos debajo de una de tamarindo a disfrutar el manjar, esa misma tarde en plena comilona el viento nos jugó una broma pesada, fue lo primero que pensamos, y deslizó hasta nuestros oídos la bella melodía que Simeón siempre silbaba. No lo pensamos dos veces y corrimos sin parar hasta llegar a nuestra casa.
Regresamos al patio convencido de que todo fue producto del viento, pero de nuevo escuchamos la melodía y de nuevo corrimos. Esta vez no pudimos buscar una excusa razonable y por unanimidad decidimos no regresar al patio de la casa Aybar.
Todo hubiese quedado hasta ahí de no haber sido porque una mañana escuché la melodía de Simeón en un solitario pasillo de la escuela cuando iba en busca de mi hermanita en el maternal. Corrí hasta el aula donde estaba mi hermano que simplemente dijo: ¨¡Hay que buscar ayuda!¨
A pesar de que mis padres eran religiosos a extremo, mamá era bien accesible y se puede decir que hasta permisiva con las travesuras que hicimos en la niñez y adolescencia. Por ello fue la elegida para exponerle el problema que nos acosaba. Nos escuchó en silencio pero siempre atenta de nuestra confesión y el evento sobrenatural que vivíamos. Si se enojó nunca lo demostró, su rostro, diría, fue de franca preocupación.
-Debemos ir donde el Padre Carlos y contarle-Dijo.
Para ir a la iglesia era obligatorio pasar frente a la casa de los Aybar por ser esa una calle sin salida y nosotros vivir casi en el fondo de la misma, de nuevo escuchamos el ahora macabro silbido de Simeón, y mamá junto con nosotros se dio a la fuga. Llegamos a la parroquia con el alma en vilo, le contamos como pudimos al Padre que nunca puso en duda la historia por el respeto que mamá se había ganado en la comunidad. El padre dijo que eso era el alma de Simeón que estaba penando, con una misa y confesión de los ofensores se solucionaba todo.
Siempre había tenido mis dudas sobre los secretos de confesión, para sorpresa nuestra todos en el barrio se enteraron de las ¨apariciones¨ del difunto jardinero. Dos días después una vecina juraba haber escuchado a Simeón al pasar frente a la casa de los Aybar. La histeria se desparramó por las calles del barrio por lo que se buscó al padre para llevar a cabo una misa en pleno patio.
El cura llegó de sotana y dos monaguillos como pajes de boda. Fue sacando de un bultito un potecito de plástico con el agua bendita, un rosario y otras cosas que no pude reconocer en el momento. Casi todos los vecinos se unieron a nosotros y la familia Aybar que accedieron de mala gana por decir que todo eso era charlatanería de muchachos majaderos y malcriados.
El rito inició con el Padre lanzando agua bendita por todos lados al momento que nos arrodillamos dándonos golpes en el pecho mientras rezábamos el santo rosario. Prosiguió el padre con una letanía en latín que cargaron mucho más el ambiente que de por sí ya era pesado. Pidió que nos pusiéramos de pie y le siguiéramos, entonces todos incluyendo al cura y los incrédulos Aybar escuchamos a Simeón, el temor se apoderó del grupo. El padre Carlos invocó a todos los santos conocidos para que le mostraran al difunto el camino hacia el paraíso. La dueña de la casa interrumpió al padre y gritó:
-Simeón, tú necesitas algo? Una novena? Estamos aquí para complacerte, habla, di lo que te hace falta!-
Avanzamos por el patio siguiendo el origen de la melodía entre los árboles, llegamos hasta un pequeño estanque y para sorpresa de todos encontramos a una nieta de la dueña de la casa que con apenas unos siete años imitaba fielmente la melodía que entonaba cada día Simeón. Al preguntarle la abuela porqué lo hacía, respondió:
-Porque estos dos, señalando a mi hermano primero y luego a mi, siempre se burlaban del pobre Simeón. Al ver que se asustaron me sentí bien y hasta en la escuela los asusté-
-Bueno, todos a sus hogares, aquí no ha pasado nada- Dijo el Padre Carlos.
Nos dimos la vuelta y caminamos despacio y en silencio. La melodía se escuchó de nuevo y todos miramos a la niña que iba abrazada a su abuela y ni siquiera había hablado, volteamos asustados hacia el patio y fuimos testigos como los silbidos de Simeón se fueron alejando hasta perderse en el fondo de la propiedad.
A la niña se la llevaron a vivir a Miami con sus padres, mi hermano y yo nunca nos arriesgamos de nuevo a pisar el patio de la casa Aybar a pesar de que los silbidos de Simeón jamás se volvieron a escuchar. Ha pasado el tiempo y todavía al pasar frente a la casa una especie de escalofrío se apodera de mi ser, quizás sea Simeón que no está satisfecho con su venganza, o que en realidad me remuerda la conciencia.
Vi Ho Purgatto Ancora!
viernes, 13 de mayo de 2011
Una escritora invitada...
Saludos amigos lectores, no los he abandonado, es que sigo enredado en la mirada de Abril, ya regreso pronto, antes de lo que imaginan, mientras tanto les dejo parte de sus encanto, los que me tienen hechizado...
Ella, simplemente ella.
Yo era la poesía, que ocupaba tu espacio,
La que vivía desnuda bajo tus sabanas y tus sentidos.
Aquella que se perdía por momentos en tu piel,
La que reconoces a ciegas en un beso,
La que dejaste ir a un largo viaje,
Esa… si… ¡esa!, te arrancó el alma en un instante.
Llevándose en su corazón, aquel brillo inmenso de tus ojos.
Ella…si… ¡ella!, siempre permanece,
Porque todavía recordarla te estremece.
Abril Dronbjak 2011
Ella, simplemente ella.
Yo era la poesía, que ocupaba tu espacio,
La que vivía desnuda bajo tus sabanas y tus sentidos.
Aquella que se perdía por momentos en tu piel,
La que reconoces a ciegas en un beso,
La que dejaste ir a un largo viaje,
Esa… si… ¡esa!, te arrancó el alma en un instante.
Llevándose en su corazón, aquel brillo inmenso de tus ojos.
Ella…si… ¡ella!, siempre permanece,
Porque todavía recordarla te estremece.
Abril Dronbjak 2011
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